El filólogo Francisco Rico, fallecido en Barcelona a los 81 años, se erigió durante su vida como un «caballero andante» que intentó revitalizar y llevar al siglo XX los clásicos literarios del Siglo de Oro español.
Sin duda, su gran contribución a la posteridad filológica y literaria fue la última y más completa edición del Quijote cervantino, en la que trabajaron casi un centenar de especialistas y escritores bajo la dirección de Rico. El propio académico señalaba en una entrevista con Efe hace unos años que se habían restaurado cien pasajes que estaban «más cerca de Cervantes de lo que lo estaban en todas las ediciones anteriores», y que habían cambiado algunas palabras que figuraban en ediciones anteriores: donde antes ponía «fiestas», ahora aparecía «siestas», y un «veía» era sustituido por «llovía». Con ese entusiasmo del filólogo, Rico relataba que cuando en el Quijote se hablaba de «sardinas en lercha» no se sabía qué quería decir, porque «lercha» no existe en castellano, pero en realidad, continuaba, quería decir «percha». «En aquella época todo se ponía en perchas con ganchos», aclaraba. «El Quijote —aseguraba Rico— es el único libro de Occidente que ha sido best seller todos los días de su vida. Ni Calderón ni Shakespeare ni Dante consiguieron algo así».
Su pasión por Cervantes era tal que, convertido en un coleccionista bibliófilo, tenía en su archivo incunables como primeras ediciones del Quijote de 1605 y 1608, los primeros tomos de bolsillo, como una edición de Valencia de 1605 o ediciones que popularizaron la lectura del Quijote, como la realizada por Joan Jolís en 1755 en Barcelona. Poseía también ediciones ilustradas por Dalí o Picasso, o la de 1944 realizada por el que fuera también académico Martí de Riquer, todas donadas a la Universidad Autónoma de Barcelona, donde ejerció de profesor.
Rico, que nunca esquivó la polémica, se posicionó en contra del Quijote como mito y prefería que los lectores se fijaran en lo que les emocionaba y no trataran de encontrar lo que dicen que va a encontrar: «Es un libro para mearse de risa, que no tiene nada de trágico», y aseveraba que en la obra cumbre de Cervantes «no aparecen las interpretaciones románticas que se dicen ni tampoco el símbolo de España y los españoles». Él mismo hablaba del Quijote como un libro que en más de 400 años había sido interpretado, en función de la época, como una comedia, como una tragedia o incluso como una profecía. Recordaba también interpretaciones «esotéricas», «crípticas» y tan «disparatadas» como la que veía a Dulcinea como una alegoría de la república frente al absolutismo, o la que creía ver en el Quijote un profeta que anuncia el regreso del pueblo de Israel a su tierra. Las nuevas generaciones «leerán el Quijote forzándolo, pero leerán en él su propio pensamiento», sentenció en una conferencia en la UIMP de Santander.
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Texto: José Oliva
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