Porque siempre temimos, pusilánimes,
sembrar de claridad el mundo, andamos
con la media verdad, que es mentira,
quemándonos la boca y la conciencia
como un remordimiento extraño, ambiguo.
(Francisco Sánchez Bautista)
Escritores llamados a perdurar han seguido sendas silenciosas, pero han dejado, a su paso, huellas profundas, atemporales. De vida sencilla, carácter amable y palabra tallada por los clásicos bajo el sol implacable del sureste, así vivió el poeta del pueblo Francisco Sánchez Bautista. Nacido el 11 de junio de 1925 en Llano de Brujas y recientemente fallecido, 3 de octubre de 2021, se dedicó a la poesía como natural inclinación de su espíritu, que desarrolló con naturalidad al tiempo que lo hiciera con su labor de funcionario de Correos. De hecho, muchos de sus vecinos lo conocían como el “poeta cartero”. Tras unos años en Barcelona, donde se impregnó de las últimas tendencias literarias, regresó a Fortuna, a su amado Levante, inspiración de buena parte de su obra. Tras trece años, fue destinado a la ciudad de Murcia, donde residió hasta su muerte.
Todo espíritu amante de la poesía queda, sin duda, admirado y conmovido por la lectura de sus versos, llenos de belleza. Pero esa sacudida del ser se hace más honda cuando la belleza estética va acompañada por un inequívoco compromiso ideológico y moral de su creador; así sucede con la obra poética de Sánchez Bautista. Tal es la razón por la que sus poemas poseen un incalculable valor, no sólo desde el punto de vista estético, sino, además, desde una perspectiva ética. Su crítica social nada tiene que ver con la política; es mucho más que eso. No son en él sus enervados lamentos contra la pobreza quejas meramente políticas, porque para hacer eso, con que hubiera hecho un panfleto escrito en prosa, una denuncia escrita, le hubiera bastado. Para eso no se hace poesía. Lo que él hace al criticar socialmente las estructuras en las que vivió, es, como profeta, lamentar y llorar la finitud humana.
Son diversas las razones por las que la obra de Sánchez Bautista merece ser conocida; sirvan como ejemplo su lenguaje, su concepto de paisaje, su relación con la naturaleza y la honda humanidad que emanan sus poemas. Y, cómo no, el compromiso del escritor con el ser humano y con una serie de valores que podemos considerar universales, pero que, a su vez, están vinculados esencialmente a la personal naturaleza e individualidad poética. Este compromiso será una constante en su poemario, en su forma de mirar y dar cuenta del mundo, del ser humano.
Cinco obras resultan fundamentales para reconocer las huellas del autor en la senda, en muchas ocasiones tortuosa, de la poesía que va más allá de las formas: Voz y latido [1] Elegía del Sureste [2], La sed y el éxodo [3], Del tiempo y la memoria [4] y, finalmente, La pajarodia [5] en las que podemos apreciar la evolución ideológica, humana y literaria que con el paso del tiempo ha ido experimentando el poeta de Llano de Brujas.
Aproximémonos pues, en principio, a Voz y latido. Ya en el primer conjunto de poemas que componen la obra, “Hablan hombres oscuros”, percibimos cómo el poeta se debate entre dos actitudes bien diferenciadas ante las injusticias sociales, pero que no entran en conflicto, al estar motivadas por los distintos estados de ánimo que invaden al escritor cuando contempla la realidad de su tiempo. Inconformismo contestatario y resignación invaden el espíritu del poeta. De su confluencia inevitable, la naturaleza humana surge.
En ocasiones, el poeta, con rabia mal contenida y en voz alta, denuncia y censura severamente los hipócritas prejuicios que rigen la sociedad; no desea contener ese río de palabras que brota de su interior. Al contrario, quiere que todos sepan de su tragedia, en realidad, de la tragedia de todo un pueblo, aunque en los acomodados cause alarma y escándalo su voz clara y verdadera. El ímpetu, propio de la juventud, es el que impulsa al poeta a dejar que su corazón se manifieste en plena furia y arrebato, sin intentar ya contenerlo, liberándolo de todas las mordazas que le hacían callar.
[…]
Corazón impulsivo, rompe el cerco
de cuchillos y lenguas y mordaza
que oprimido te tiene y atontado.
Arremete a estos muros, dale terco,
que te vea la sangre de tu raza
desyugarte de un golpe arrebatado.
La protesta se ha convertido, por lo tanto, en un deber moral para el poeta no sólo consigo mismo, sino con la colectividad; su denuncia, además, quiere trascender lo particular y tener un efecto ejemplarizante en el resto de la sociedad.
Mas no siempre el poeta se siente con la fuerza necesaria para elevar su voz sobre la iniquidad, y es que hay momentos en los que considera que toda protesta es inútil. Es entonces cuando la amarga resignación brota de su palabra. Aun así, no dejará de censurar las injusticias sociales, aunque, no con el brío y la fe de otras ocasiones.
El corazón del poeta se apena al sentir que es irremediable la situación de injusticia en la que él y otros muchos viven y vivirán. Para todos ellos, los humildes, sólo parece quedar la resignación, si es que quieren sobrellevar la existencia:
No me viene la vida cuesta arriba,
ni un infausto la muerte considero.
Vivir es ambientarse con lo fiero,
y morir es tumbarse bocarriba.
Y dejar que la vida a la deriva
nos arrastre, a bandazos de velero
que busca puerto y en lo más roquero
su quilla quiebra y su velamen criba.
Todo es acostumbrarse a la agonía;
hacerse al garrotazo y tentetieso;
a lo aparta, que te cae la caña;
a lo que a cada cual llega su día.
El vivir y morir viene a ser eso:
resignarse a los golpes y a la saña.
El poeta es consciente de que la incomprensión y el rechazo serán las ineludibles consecuencias de la actitud vital comprometida que mantiene, en virtud de la cual siempre denuncia, ya sea con mayor o menor ímpetu, ya sea con mayor o menor fe, la tiranía y la estulticia que gobierna en un mundo que rechaza la verdad por ser molesta y no resultar grata. Pero, a pesar de todo ello, Sánchez Bautista prefiere una existencia honrada, siendo fiel a sus más íntimos principios, que una más fácil, que implicaría la renuncia a los mismos y la total integración en la sociedad. Terriblemente, y de forma ineludible, quien no se ampara en los poderosos o no utiliza todo tipo de artimañas para conseguir el ascenso social está condenado a padecer innumerables abusos por parte de quienes sí lo hacen.
El espíritu del poeta se debate entre el inconformismo y la resignación, al igual que en algunos momentos lo hace entre las grandes esperanzas respecto al futuro y la desilusión. Esta última se apoderará de él en reiteradas ocasiones, cuando pierde toda la fe en un mundo mejor, en un cambio social, moral y ético, llegando a contemplar la existencia como una consecución de días amargos, llenándole de rabia, al no tener nada bueno que esperar de la vida y de cuanto le rodea:
Con el alma a la espalda -¡qué remedio!-
haciéndome el perdido, así camino.
Hasta el dolor se viste de canino
y me muerde en la carne, pone asedio.
Aquí no hay más que espatarrarse en medio
del tumulto del mundo, a lo pollino,
llenar la bota y preparar tocino
y emprenderla a mordiscos con el tedio.
Mas ni comemos ni se muere el padre,
y vendrá un día amargo y otro día
más amargo y nocivo que el baladre.
Y aunque pongas el grito y la manía
en el cielo piadoso de Dios Padre,
te morirás de rabia y de agonía. [6]
Pero, a veces el poeta se sobrepone al desencanto, aunque sea por unos instantes, y no puede evitar albergar en su corazón alguna ilusión, aun desvaneciéndose ésta apresuradamente a la luz de la realidad. A pesar de todo, el poeta desea jugar sus cartas en la partida de la vida:
¿Será vivir jugarse la partida,
(la pelleja se entiende y se ha entendido),
o hacerse el tonto, el animal sufrido,
o dormirla, quizá, a pata tendida’?
Esto es el non plus ultra de la pena;
si no tomase a risa lo más serio
estaríais a punto de enterrarme.
Pero quiero gozarla, hacerla buena,
y adivinad vosotros el misterio,
porque yo no sé a qué carta quedarme [7]
En “España, predio amado”, el poeta rechaza la pasividad y defiende, al tiempo que adopta él mismo, una postura activa para la consecución de la mejoría de España. Para alcanzar dicho objetivo el poeta cuenta como instrumentos fundamentales con su trabajo, su “labrar la tierra” y con la palabra, semilla que desea que caiga en terreno fértil para que germine y dé su fruto. Con uno y con otro instrumento quiere contribuir a que los ideales se concreten en lo cotidiano, a que dejen de ser un anhelo para convertirse en una realidad; para ello es necesario que los españoles despierten de su sueño y adquieran conciencia crítica.
La palabra, por lo tanto, se convierte en un instrumento determinante para luchar contra la injusticia y contribuir a la mejoría social. Semejante función es defendida también por el poeta en Voz y latido, parte final del poemario al que da título y, sin duda, la de mayor apasionamiento de todas. Y es que la palabra de Sánchez Bautista no nace del interés o de la hipocresía, sino de su espíritu, la esperanza de lo perdurable; su palabra es palabra humana, palabra verdadera. El conjunto de composiciones de Voz y latido y, especialmente su última parte, es un canto a los sentimientos y a los valores, no a lo conveniente, es un canto a lo más humano, a lo natural, y no a lo artificioso.
En esta misma línea se encuentra Elegía del Sureste, no en vano fue publicada tan sólo un año después que Voz y latido. Se deja entrever en los versos que la componen la naturaleza pacífica del hombre que los alienta, haciendo público su deseo frustrado de haber podido utilizar la palabra para calmar los ánimos de quienes se enfrentan encarnizadamente en una cainita contienda que viene desde el principio de los tiempos. Sánchez Bautista va más allá de lo particular y se pone al servicio de valores que trascienden todo interés partidista, político o actual. No por ello deja de ser un autor comprometido, al contrario, lo es más, pues la suya no es una ligazón política ni ideológica, sino humana, con el sentir, con la tierra…Su amor a la Hélade se percibe en su fidelidad a la Belleza, la Bondad y la Verdad…Con semejantes raíces, Sánchez Bautista “se duele”, con terca congoja, por la muerte y la sangre que empantanó las tierras y emponzoñó las aguas de su amada patria, la Naturaleza, sin entender de bandos o partidos. Su dolor es el dolor por la sinrazón, por la desolación, por la inocencia perdida de una juventud que murió en luchas cruentas sin regreso. Su comunión con el ser humano se manifiesta constantemente.
Elegía del Sureste es fruto del compromiso que el poeta tiene con el hombre, con el futuro, con la verdad, con su tierra y con la amistad, que será la que le lleve a no olvidar a sus jóvenes amigos que murieron en la guerra; su palabra les dará, al igual que la tierra fértil de la que ya forman parte, la eternidad. Esta obra de Sánchez Bautista, publicada en 1960, no surge, a diferencia de las de otros autores, para exaltar a una de las dos facciones que se enfrentaron en la guerra civil española, sino con el fin de mostrar las terribles y dolorosas consecuencias que traen consigo las guerras. Miguel Hernández padeció, con peor suerte, esta visión profética que implica y no deja al margen. Pero, a pesar de la dureza de las experiencias vividas, la voz del hombre rechaza el odio, el rencor o el resentimiento; no alberga en su corazón sentimientos destructivos como el de la venganza contra quienes le arrebataron a sus amigos. El poeta mira hacia adelante, aunque, sin olvidar a quienes ya sólo pueden habitar en la memoria:
Después de tanta muerte,
de tanta sangre derramada y tanto
sobresalto, tuvimos
que buscar optimismo y animarnos
para ponerle al campo sus sonrisas,
para ponerle brío a aquel desmayo
que nos tenía en postración y angustia,
al límite de lo desesperado.
[…]
Pero aún nos quedan hondas cicatrices
que en diez generaciones no se curan;
aún le queda al dolor algo que es suyo,
y la faz de la patria aún tiene arrugas
que nos duelen y afean, ello es lo cierto.
(Digamos la verdad desnuda y cruda). [8]
Será la parte final de Elegía del Sureste la que resulte especialmente esperanzadora respecto al futuro, con un tono pleno de ilusión en lo referente a la construcción del que se deseaba fuera ya un nuevo país. Fe, entrega y entusiasmo son los rasgos comunes que hallamos en las últimas elegías. En éstas, a diferencia de otras precedentes, la voz poética no se abandonará en los brazos del dolor, sino que lo superará, aun no sin dificultad, precisamente por amor al recuerdo de los jóvenes amigos que fallecieron, que también fueron defensores de la verdad y de la tierra que con sus brazos trabajaron e hicieron dar fruto. La esencial vinculación que Sánchez Bautista, ser auténtico, mantiene con la tierra es la misma que le hace hallar consuelo en la idea de que sus amigos muertos en el frente, o arrollados por el curso de la misma vida, han vuelto a ella para abonarla y hacerla fértil.
Mas este tono esperanzado ya no aparecerá en una obra como La sed y el éxodo. Y es que hemos de tener en cuenta que este conjunto de poemas se publicó quince años después que Elegía del Sureste. Sin duda alguna, con el paso del tiempo, el poeta va acumulando experiencias que le harán evolucionar, contemplando la existencia y el mundo de distinta manera. En La sed y el éxodo ha desaparecido aquella ilusión de buena parte de Elegía del Sureste. Sus intentos y afanes por hacer fértil la tierra, es decir, por mover a un cambio a la sociedad a través de su palabra, parecen ser inútiles, pues el espíritu del hombre, al igual que la tierra bajo el sol abrasador del verano, está reseco, yermo. No olvidemos que el poeta ha palpado con sus propias manos la escasez y dureza de la sequía, y el dolor de contemplar cuarteada la tierra que en otro tiempo viera preñada de vida. No obstante, a pesar de su íntimo desencanto y pérdida de fe en el hombre, en la sociedad, que parece imposible de conmover a través de la palabra, el poeta siente la necesidad de hacerla llegar a cuantos le rodean, o al menos de expresarla; éste es un deber para él, el deber de proclamar lo que piensa, sus valores, su verdad.
El espíritu crítico de Sánchez Bautista también cala en los versos que componen Del tiempo y la memoria, denunciando la deshumanización de la sociedad, cuyos miembros se comportan como autómatas, embebidos en su afán diario, ocupados en multitud de actividades inútiles y ridículas, sin pensar ni sentir, completamente alejados de la reflexión y de lo auténtico. No es de extrañar, por eso, que el poeta se sienta como un predicador en el desierto, al que nadie escucha:
Desde el olvido os hablo. Contestadme:
¿Sigue en pie esta virtud? ¿Aún habla el hombre
de derechos humanos (¡qué sarcasmo!)
cuando él mismo se labra sus cadenas
y vulnera las leyes que se dicta?
Desde la muerte inquiero. Perdonadme
si insisto: ¿Alguien me escucha, o ya es ceniza
el paisaje que amé, los hombres todos
con su sórdido afán de cada día?
¿Dialogo con la nada, con el polvo
atómico, patético resumen
de una absurda hecatombe?… [9]
El desencanto total se apodera del ser que así se lamenta e interroga, quien, desolado, tiende su mirada al mundo que le rodea, percibiendo el paso inexorable del tiempo y la proximidad de la muerte y el olvido.
Un curioso contrapunto al tono existencial y grave lo hallaremos en La pajarodia, obra en la que Francisco Sánchez Bautista, bajo el pseudónimo de Avelindo Pajaroni vuelve a conceder pleno protagonismo a la crítica social y ética, aunque, ahora, en clave singular: la satírica.
El poeta hará blanco de sus más aceradas consideraciones a una serie de figuras típicas del entorno cultural provinciano por él conocido (aunque también de cualquier otro), que serán analizadas en clave ornito-fabulística…Otro bello tributo del autor al mundo clásico.
Una de las figuras por la que parece sentir una especial aversión es la del “falso poeta” (ese pájaro de vistoso y llamativo plumaje, pero de canto desatinado, criatura histriónica y charlatana que en verdad nada dice). De él censura su incapacidad y torpeza para la poesía, su afán de protagonismo, su nulidad creativa, el culto a lo banal que de continuo realiza y la carencia de personalidad propia, entre otros rasgos:
Haciendo poesía,
la Perdiz patarroja, todo el día
lo pasaba buscándose una rima
tan imposible, que causaba grima
y verdadero horror, al que la oía.
La oyó la Codorniz, nada piadosa,
y dijo así, sin reparar gran cosa:
“No des más el coñazo,
pedestre cancanosa,
con tu canto, que más bien es cantazo,
pues tu carrag-cag-cag de tartajosa
atruena en el barranco y el ribazo”.
Tristemente, y como era de esperar en una sociedad entregada a la superficialidad, estos poetastros serán quienes reciban el reconocimiento y aplauso de la comunidad, en detrimento de los auténticos poetas, que sólo podrán esperar ser ignorados o rechazados.
También retrata a los “falsos maestros”, que merecerán para el poeta un juicio igualmente severo. Estos seres soberbios son quienes han hecho de su incapacidad analítica y reflexiva, como de su torpeza intelectual un oficio bien remunerado y socialmente reconocido.
Los políticos tampoco escaparán al dardo del poeta, ya que son considerados como simples pero peligrosos charlatanes, hombres que pasan de manera vertiginosa de la nada a la alta sociedad, de la pobreza y vida humilde a la opulencia y soberbia, cambio diabólico propiciado por la adquisición de poder. El poeta denuncia así el afán de enriquecimiento que padecen algunos seres y la corrupción moral que éste trae consigo. Semejante tipo de corrupción se presenta como un mal extendido y generalizado; todos, al fin y al cabo, querrían sacar provecho si pudieran, todos son corruptos en potencia. En La pajarodia se pone al descubierto la falta de ética, la carencia de ideología y escrúpulos que padece la sociedad, cuyos integrantes no dudan en “rendirse” al poderoso de turno sin pudor alguno, para, de esa forma, salir favorecidos.
El implacable juicio al microcosmos intelectual o político celebrado en La pajarodia nos trae al recuerdo a otro insigne escritor murciano, de quien fue amigo Francisco Sánchez Bautista; nos referimos a Miguel Espinosa Gironés. Son incuestionables los puntos de conexión que existen, desde el punto de vista ético, entre uno y otro autor. Ambos establecen la oposición entre el poeta autodidacta o pensador libre, que representa el verdadero saber, frente a los doctores reconocidos por las instituciones y la sociedad, que encarnan el falso saber, aunque bien remunerado. Ya en Escuela de mandarines, Miguel Espinosa daba cuenta de esta dialéctica: en la Feliz Gobernación los poetas y pensadores “no oficiales” tenían que pedir permiso para dar a conocer su obra artística o sus reflexiones, siéndoles negado por los “maestros”. En voz de Sánchez Bautista:
A una terna de pájaros doctores
se acercó el Ruiseñor, noble y sumiso,
a pedirles permiso
para poder cantar. Mas, poseedores
de la luz del saber, con suficiencia
adujeron la falta de experiencia
del pobre Ruiseñor autodidacta,
haciéndolo constar, levantando acta,
y prohibiéndole usar la Gaya ciencia. [10]
Tanto en la sociedad retratada por Espinosa como en el entorno cultural propio de La pajarodia se produce una terrible paradoja: los escritores publicados son los que menos méritos tienen para ello; sin embargo, las creaciones literarias de quienes poseen auténticas cualidades para el arte están condenadas a permanecer guardadas en polvorientos cajones, o a ser dadas a conocer en círculos muy restringidos de lectores.
Sin duda, las peculiares “aves” descritas por Francisco Sánchez Bautista nos remiten inevitablemente y con gran fuerza a muchos de los personajes mandarinescos y burgueses de Miguel Espinosa. Existe entre ellos una identidad esencial: tanto el escritor de Caravaca como el de Llano de Brujas defendían una serie de principios comunes, como el amor a lo sencillo, a lo auténtico, y, en definitiva, a la Verdad, mientras que rechazaban lo artificioso, lo retórico y vacío, la carencia de valores de la sociedad, la soberbia, las manifestaciones de poder.
Ambos escritores utilizan la palabra como instrumento esencial de denuncia, no sólo como expresión de lo particular. Tanto a Miguel Espinosa como a Sánchez Bautista, espíritus críticos, les tocó padecer la marginación no ya como imposición externa, sino como elección personal. Así, tal y como le sucediera a Espinosa, Sánchez Bautista irá evolucionando con el paso del tiempo desde un optimismo y esperanza inicial hacia el pleno desaliento y la pérdida de fe en el ser humano y en su capacidad de cambio y mejora espiritual.
No obstante, y a pesar de todo, siempre mantendrá el poeta en sus versos una actitud comprometida, con un anclaje más íntimo que el social, pues hunde sus raíces en la esencia de su ser, de su estar en el mundo, recordando las palabras de Espinosa, dando cumplimiento a su destino como hombre reflexivo, inclinado a la contemplación del ser, la Naturaleza y la palabra.
Dejad siquiera un árbol para el ave
y una brizna de yerba para el nido
y respetad el soto verdecido
y el aire puro y la montaña grave.
Dejad el manantial oculto y suave
en su mínimo son entretenido
y la semilla al pájaro nacido
entre plumas y trinos; que ya sabe
por sí sola la muerte cuando es hora
de entrar en su elegido y anunciarle
la verdad más fatídica y temida.
Dejad correr la savia bienhechora.
Contemplad la belleza y no arrancadle
a destiempo sus galas a la vida.
[1] Francisco Sánchez Bautista, Voz y latido, Bilbao, Alrededor de la mesa (Comunicación Poética), 1959.
[2] Ídem, Elegía del Sureste, Cartagena, Trirreme, 1960.
[3] Ídem, La sed y el éxodo, Murcia, Colección Cantaelgallo, 1975.
[4] Ídem, Del tiempo y la memoria, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1986.
[5] Ídem, La pajarodia, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1997.
[6] Francisco Sánchez Bautista, Voz y latido, ob. cit., p. 21.
[7] Francisco Sánchez Bautista, Voz y latido, ob. cit., p. 22.
[8] Francisco Sánchez Bautista, Elegía del Sureste, ob. cit., pp. 47, 48.
[9] Del tiempo y la memoria, ob. cit., p. 33.
[10] La pajarodia, ob. cit., p. 63.
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