Fotografía: Gena Rowlands en ‘Una mujer bajo la influencia’ (John Cassavetes, 1974)
Frank O’Hara fue un poeta, músico, dramaturgo y crítico de arte nacido en Baltimore en 1926. Estudió música en la Universidad de Harvard gracias a las becas que se daban a los veteranos de guerra, hecho que nos lleva a pensar inmediatamente en Anatole Broyard, otro escritor que refleja a la perfección, unos años antes que O’Hara, el espíritu del Nueva York de posguerra y cuya también estrecha vinculación con el mundo del arte moderno y la literatura hace que ambos, de alguna manera, entren en diálogo. Basta con echar un vistazo al libro Cuando Kafka hacía furor (La uÑa RoTa, 2015) de Broyard en el que narra sus memorias en el Greenwich Village y en el que podemos empezar a vislumbrar lo que será le eclosión cultural y artística que inundará la ciudad ya en época de O’Hara. Frank O’Hara también fue cofundador y miembro clave de la primera promoción de la Escuela de Nueva York junto con John Ashbery, James Schuyler, Barbara Guest y Kenneth Koch, grupo enfrentado al de los beat de la costa californiana y que no sigue ninguna de las vías líricas dominantes en Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial: el confesionalismo de Robert Lowell, el proyectivismo de Olson y la estética de Ginsberg y Ferlinghetti.
Su estilo está impregnado de un glamour seductor e insistente, sus poemas directos y con finales abiertos, irradian una frescura que no se ha perdido con el paso de los años. Dos de los ejes principales en torno a los cuales gira su obra son la relación entre el poeta y la ciudad y el análisis de los momentos cotidianos en los que alcanzamos una felicidad que a veces nos empeñamos en ver como lejana. No es difícil imaginarse cualquiera de esas calles neoyorquinas iluminadas por la noche con guirnaldas de luces, latiendo al ritmo de jazz, cuando leemos muchos de sus textos que vibran como canciones.
En España, y a pesar de la relación del autor con nuestro país, ya que escribió obras como Little Elegy for Antonio Machado o Awake in Spain y en 1960 organizó una exposición de pintura y escultura moderna española en el MoMa, tenemos que remontarnos hasta el año 1997 para encontrar una primera y mítica edición de su obra: Poemas a la hora de comer, publicado en versión bilingüe por la mítica DVD Ediciones. En 2018 apareció No llueve en California, una antología de su obra publicada por Kriller71, con selección y traducción de Eleonora González Capria. Murió a los cuarenta años, de un golpe producido por un arenero en la playa de Fire Island, el 24 de julio de 1966, y sus cenizas yacen en el Green River Cemetery de Long Island. Presentamos su poema “Ave María”, con traducción de Eduardo Moga, un canto a la juventud y la irreverencia, pero también un homenaje a la figura de la madre, una oración en la que los personajes secundarios que no aparecían en las grandes producciones de Hollywood ni en los circuitos artísticos oficiales de aquel momento son los protagonistas.
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Ave María
Madres de América
¡dejad que vuestros hijos vayan al cine!
que salgan de casa así no sabrán qué hacéis
es verdad que el aire fresco es bueno para el cuerpo
pero qué hay del alma
que crece en la oscuridad, repujada de imágenes plateadas
y cuando envejezcáis como habéis de envejecer
no os odiarán
no os criticarán no sabrán
estarán en algún país lleno de glamour
que vieron por primera vez una tarde de sábado o mientras hacían novillos
puede que incluso os estén agradecidos
por su primer experiencia sexual
que sólo os costó veinticinco centavos
y que no perturbó la tranquilidad del hogar
sabrán de dónde vienen las golosinas
y las bolsas de palomitas gratis
tan gratuitas como salir antes de que acabe la película
con un agradable desconocido cuyo apartamento está en el
Cielo en el Edificio Tierra
cerca del Puente de Williamsburg
oh madres habréis hecho tan felices
a los chavales porque si nadie se los liga en el cine
ni se darán cuenta
y si alguien lo hace será un pura delicia
y en ambos casos se habrán divertido mucho
en lugar de perder el tiempo en el patio
o arriba en su habitación
odiándoos
prematuramente puesto que aún no habréis hecho nada
horriblemente malo
salvo preservarlos de las alegrías más oscuras
esto último es imperdonable
así que no me culpéis si no seguís este consejo
y la familia se rompe
y vuestros hijos se vuelven viejos y ciegos ante el televisor viendo
películas que no les dejabais ver cuando eran jóvenes
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Traducción de Eduardo Moga, incluido en Poemas a la hora de comer (Lunch Poems) de DVD Ediciones (1997).
¡Qué buen poema!