Los locutores comentaristas de fútbol, tanto los de radio como los de televisión, no suelen ser críticos con los futbolistas mientras están, cada uno, haciendo su trabajo. Si se producen fallos en el comportamiento de un futbolista, siempre tienen una frase esparadrapo para justificar sus errores: “sale de una lesión”, “tiene muchos partidos en las piernas”, “está en proceso de recuperación”, “le falla el físico pero tiene mucho talento”, “es un jugador para sesenta minutos”. Estas suelen ser las disculpas más frecuentes.
Si un fabricante de automóviles nos vende un coche que se para cada dos por tres nos ha engañado. Si un equipo (y en el equipo cada uno de sus componentes) no mete goles o los evita, está defraudando al aficionado. No se olvide que lo que ahora se denomina masa social, los socios que pagan sus cuotas, son los que propician el salario de los jugadores junto con los patrocinadores, yendo a los estadios. Y cuando la cosa no es así, y las cuentas están balanceadas, el club está de capa caída.
Convendría que en las charlas preparatorias de los entrenadores con sus muchachos se explicaran las diferencias entre “incapacidad”, “incompetencia” e “impotencia” y otros conceptos que los periodistas eluden, pero podría llegar la hora de manejarlos. Estas cosas son el carburador de los futbolistas que funcionan con gasolina, según expresión al uso.
Y conste que la ciudad donde escribo tuvo muy ganada fama de fabricar los mejores carburadores de Europa a principio del siglo pasado y de aquello sólo queda el recuerdo.
Me refiero al carburador IRZ (de Isidro Rodríguez Zarracina) que tenía sus oficinas en la calle Veinte de Febrero, 12, y la fábrica al otro lado del Pisuerga. Lean con detenimiento el anuncio adjunto y así me evitarán escribir que aquí se fabricaron los mejores carburadores para motos, coches y, sobre todo, aviones.
Tampoco se pierdan la mención que se hace del lugar de nacimiento del famoso carburador: los Talleres Generales de los Ferrocarriles del Norte, en el barrio de Las Delicias.
“En 1922 patentó (Isidro Rodríguez Zarracina) un carburador para motor de explosión tras haber probado varios prototipos en los Talleres de Ferrocarriles del Norte. Presentados en 1919 en una exposición de automóviles de Barcelona, a la que asistió el rey Alfonso XIII, llamaron la atención de la marca Hispano-Suiza, que los incorporó a sus coches con notable éxito”.
Mucha gente se ha olvidado de este detalle de los carburadores en la Historia de Valladolid. No son comparables con las piezas del Museo Nacional de Escultura, pero durante unos años difíciles dieron fama (a la ciudad) y dinero (al dueño de la fábrica, a sus obreros y especialistas).
En la Historia del Comercio el producto que se ofrece al público en una fábrica es el combustible que permite a la fábrica seguir produciendo un artículo diseñado para el uso social, la especie de gasolina que hace andar a la empresa. Si no existe la suficiente calidad es difícil mantener el negocio. Este debería ser el recto proceder.
Pero en el fútbol todo el mundo está al límite, arriesgando la categoría y con ello la calidad del espectáculo y la bolsa.
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