Antaño enfant terrible de las letras francesas, hoy Frédéric Beigbeder es un venerable caballero en la cincuentena que en su última novela publicada en España, Una vida sin fin, persigue la inmortalidad y no duda en afirmar que gracias a lo que ha experimentado en propia piel ha ganado años.
Como se ha hecho desde el principio de la literatura, Beigbeder ha defendido este jueves en rueda de prensa que la batalla contra la parca es una constante en la ficción y que escribir no deja de ser «una lucha contra la muerte». Publicada por Anagrama, en Una vida sin fin, que su autor califica de novela de ciencia no-ficción, el protagonista, que se llama igual que él, emprende un viaje por diferentes ciudades del primer mundo en el que busca la eternidad a través de terapias, dietas, transfusiones e investigaciones científicas.
Empezó a entrevistarse con científicos «sabios» hace más de cinco años y a tomar notas de todo lo que le explicaban sobre cómo eran sus trabajos para alargar la vida de los humanos. «Quería hacer una novela realista —ha explicado—, una suerte de reportaje periodístico sobre la vida eterna, pero después, en la parte final del libro, entro en lo fantástico y en la locura de la ciencia ficción».
De la mano de su hija, que hace preguntas que pueden parecer absurdas sobre la edad en la que fallecen las personas, y con un robot preeminente que acaba siendo más humano que otros personajes de la historia, Beigbeder se desplaza por instituciones de Boston, San Diego, Jerusalén o Ginebra para descubrir «cómo podemos llegar a la eternidad, a la inmortalidad. Es un recorrido digno de un Don Quijote, que cada vez se vuelve más delirante. También espero que sea como un viaje hacia el corazón de la humanidad», ha apuntado.
No ha escondido que aunque al principio no quería tener miedo, lo acabó sufriendo porque «todo lo que buscan los científicos son nuevos territorios, nuevos continentes, son como exploradores y no piensan en el bien ni en el mal, porque ese no es su problema. Y, aunque los hay, que son dignos de adoración y santidad porque salvan vidas, con el avance de las biotecnologías cada vez nos haremos más preguntas sobre cómo será el futuro del ser humano
Frédéric Beigbeder, autor hace un par de décadas del superventas mundial, «13.99 euros», ha desvelado que recibió una propuesta para ir a Monterrey (California) para que le inyectaran sangre joven y allí tuvo miedo sobre las consecuencias que podían tener este tipo de actos. Sin embargo, no frenó y se sometió a otras pruebas y pidió por correo —porque en Francia está prohibido— que le hicieran una secuenciación de su genoma que apenas le costó 200 euros o un escáner coronario, que imprime en la página 92 del libro, impregnado de su particular sentido del humor, a pesar de las cuestiones que trata. Con respecto a publicar una imagen de su corazón, que según su cardiólogo está «perfecto», ha explicado que decidió exhibirlo, lo que cree que no ha hecho antes ningún escritor, de igual manera que «Jesucristo entregaba su cuerpo». Preguntado sobre si ha empezado a notar algunas consecuencias de estas pruebas, ha bromeado con que tiene 152 años y no lo parece. Luego ha agregado que, en realidad, lo que le ha interesado de este proyecto es «el viaje, más que el punto de llegada, pero creo que he ganado años, porque ahora como más verduras, hago más deporte, bebo menos».
Sobre la vejez, en un momento en el que se encuentra justo en la mitad de la cincuentena, Beigbeder ha considerado que a medida que va cumpliendo años se da «cuenta de que nos hacemos más sabios, más tranquilos, pensamos mejor. Ahora el hedonismo es budismo, sabemos lo que nos gusta, lo que nos sienta bien». Tampoco ha dejado pasar que en este proceso se ha dado cuenta de que los autores son inmortales «a través de lo que escribimos y de los hijos. Yo seguiré vivo a través de mis hijos, porque les he trasmitido mi ADN y más cosas, esto es la humanidad. La eternidad es el hecho de ser padre». A pesar de ello, no es algo de lo que se siente del todo satisfecho, porque mientras que su hija le pidió que le consiguiera una selfi con el actor Robert Pattinson, «no me ha pedido una conmigo».
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