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‘Fuego y sangre’: El Libro Gordo de Poniente

‘Fuego y sangre’: El Libro Gordo de Poniente

Hay dos maneras principales de enfrentarse a Fuego y sangre, el nuevo libro de George R.R. Martin: una es en plan cabreado, murmurando entre dientes «¿y a esto es a lo que te has dedicado en lugar de a terminar Canción de hielo y fuego?», y otra es como buen friki completista y a mucha honra, para quien nunca hay suficientes precuelas que detallen cómo se llegó a lo que conocemos.

Como es sabido, Martin comenzó a escribir Juego de tronos a mediados de los 90, harto de las limitaciones de la televisión, que obligaban a ahorrar en efectos especiales, en tomas caras y en movimientos de masas, solucionando las cosas con un duelo singular, por ejemplo, en lugar de con una épica batalla con decenas de miles de participantes. Es decir, que la saga a la que dio origen ese libro inicial se concibió para ser inmensa, compleja e infilmable. Desde entonces estos dos primeros adjetivos se han cumplido e incluso aumentado, mientras que el tercero se ha superado de manera más o menos aceptable, según el gusto de cada lector y/o espectador. De los siete libros prometidos se han publicado cinco (el último en 2011), la serie de televisión basada en ellos ya ha adelantado a la historia escrita, revelando varias cosas que ocurrirán en los libros y muchas otras que se desviarán del canon martinesco, y la traslación filmada acabará con el estreno de los seis últimos episodios entre abril y mayo de 2019. Mientras, las últimas noticias de esta misma semana son que, según la prensa estadounidense, Martin se ha encerrado en una cabaña en la montaña, en lugar no revelado, para acabar el sexto libro, Vientos de invierno, de una buena vez.

Hasta que este hombre de barba blanca baje del monte con su nueva creación mientras su pueblo espera y desespera, podemos deleitarnos con siglo y medio de historia anterior a los hechos que cuenta la aún inacabada saga. Fuego y sangre se ha comparado, entre otras cosas, al Antiguo Testamento, al Silmarillion de JRR Tolkien y a la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon. Hace tres siglos, en el continente imaginario de Poniente, se produjo la invasión de los Targaryen, una poderosa familia proveniente del este conocida por su piel blanca, su cabello plateado, sus ojos color de púrpura, su hábito de casarse entre ellos y el hecho de que sabían domar dragones. Y el que tiene dragones, obviamente, gana la partida. A sus lomos conquistaron seis de los siete reinos de Poniente, se asociaron al otro por matrimonio y comenzaron un dominio lleno de guerras, torneos, crueldad, historias tremebundas, y en definitiva, fuego y sangre, que hasta ahora se habían mencionado con cuentagotas como rumores del pasado durante la saga principal, pero que en este libro se exploran con detalle.

El volumen usa un recurso literario común a, por ejemplo, el Quijote, Tolkien o, sin ir más lejos, Alatriste (cuyo autor, Arturo Pérez-Reverte, ha mencionado recientemente la admiración mutua que se tienen Martin y él): fingir que el libro es una traducción de unos documentos encontrados por el autor y traducidos o editados ahora para el respetable público. Así, a la sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente que nos presenta la obra se añade el hecho de que está escrita en la forma un tanto arcaizante de un monje (o «archimaestre», en el universo martinesco) llamado Gyldayn, que además la redacta con lagunas, digresiones, sesgos ideológicos y otros defectos típicos de las eras en las que estas cosas se hacían a base de tintero y pluma de ave, y a mayor gloria o desacato del poder establecido.

Lo primero que hay que saber es que esto no es una novela, sino un manual de historia novelada. Hay una sola voz narrativa, en contraste con los varios puntos de vista de la saga, y los diálogos, a menudo lo mejor de cada escena en ella, son aquí muy pocos y pasados por el tamiz del pretendido escribano ya mencionado. No significa esto que no pueda ser fascinante, y de hecho a grandes ratos lo es, como también puede serlo leer historial real de una nación de la que que no se conozca nada en absoluto. De la misma forma que en un libro de historia convencional sobre España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Grecia, Roma o Turkmenistán que cubra varios siglos va a haber una lista más o menos larga de un nombre tras otro, a menudo similares, y que empezarán a mezclarse en la memoria de los no expertos, eso mismo ocurre en este volumen: donde unos tienen múltiples Felipes, o Henrys, o Bushes, o Césares, por ejemplo, aquí hay varios Aegons y Aemons (pronunciados Éigon y Éimon, respectivamente). Empezamos con Aegon el Conquistador, a partir del cual comienza un nuevo calendario, con sus dragones, su llegada a Poniente a través del Mar Estrecho, su fundación de Desembarco del Rey, futura capital suya en el oeste, así llamada porque ahí desembarcó el rey, y sus dos esposas, dos, que eran sus dos hermanas, dos. Varias de las familias nativas de Poniente (Baratheon, Tully, Greyjoy, Stark, Tyrell) consiguen sobrevivir a base de ocupar puestos semejantes a virreyes o gobernadores locales bajo el nuevo yugo. En los años siguientes, se intenta conquistar el último e indómito séptimo reino-que-no-es-un-reino, Dorne, en el sur árido y caluroso del continente, de inspiración norteafricana y rodado para la serie en Andalucía, que resiste irreductiblemente ahora y siempre al invasor. También se lucha contra la Fe Militante, que se opone por razones religiosas a los matrimonios reales entre hermanos, típicos de la dinastía reinante, se intriga entre los posibles sucesores, y así van pasando por el incómodo trono de espadas fundidas Aenys, Maegor, Jaehaerys, Viserys, Aegon II y Aegon III, donde acaba el cuento por ahora. De todas formas, quien más curiosidad acaba dando, como pasa con los bufones reales de Velázquez o con Tyrion Lannister, es gente como el enano Champiñón. Más Champiñón, porfa, señor Martin.

¿A quién gustará todo esto? Pues es difícil saberlo. Recurriendo a la sempiterna comparación con el Silmarillion de Tolkien, que cubre milenios de historia de su también ficticia Tierra Media, hay gente que no lo aguanta, y hasta le da dolor de cabeza, y hay gente que incluso lo considera su favorito entre la obra tolkieniana y a quien le subyuga sin medida, cosa que al propio Tolkien siempre le asombró, a pesar de que solo se publicó completo tras su muerte. ¿Hay alguien entre los Targaryen del poderío de Fëanor, Túrin, Beren, Lúthien, Morgoth o Galadriel? Pues quizá no, pero a su manera, Martin ha conseguido siempre ser un gran admirador del gran patriarca (y odiador del retorno de Gandalf), y a la vez también desmarcarse rápidamente de él para crear algo puramente suyo y reconocible, a menudo cruel, a veces sexualmenre depravado y siempre sangriento. Para imaginárselo, más o menos, acompañan a la edición más de setenta ilustraciones en blanco y negro creadas por Doug Wheatley, hechas también a menudo a la manera de las pinturas historicistas e idealizadas que encargaría una casa real reinante, posando de perfil y con dragones en estéticas curvas rodeadas de fuego. Lo que sí contiene es alguna que otra sorpresa reconocible para los entendidos, o como se las llama ahora con la creciente influencia del inglés, «huevos de Pascua». De Pascua y de dragones, en este caso. En resumen, este libro gordo de Poniente, con el que futuros guionistas tendrán para unas ochenta precuelas de la teleserie Juego de tronos, es café solo para los muy cafeteros, al igual que ocurre con El mundo de hielo y fuego, que publicaron hace unos tres años dos superfans de Martin, Elio García y Linda Antonsson, un libraco aún más grande de tamaño, y en color, que cubre milenios de historia anterior y millones de kilómetros cuadrados más de territorio. Me pregunto, sin embargo, cuántos de los que se lo compren se lo leerán entero, a qué ritmo y con cuánta memoria disponible, y cuántos considerarán que con el tiempo invertido en todo esto, podrían haberse puesto al día con la historia real de su país, de la que nunca se sabe lo suficiente. Venga, ya sin preguntar siquiera por la lista de los reyes godos, a ver cuántos reyes de España seguidos os sabéis de memoria a partir de los Católicos…

En el año 2000, uno de los historiadores más populares del Reino Unido, Simon Schama, publicó una History of Britain en tres volúmenes que pasaba de puntillas nada más por la famosa Guerra de las Dos Rosas, el conflicto del siglo XV en el que las casas nobiliarias de Lancaster y York se pelearon por el trono inglés durante treinta años y cuatro reyes, dos de los cuales repartieron sus reinados en dos tandas tras ser depuestos y repuestos una vez cada uno. La razón que Schama dio para este enfoque es que explicar en el detalle suficiente todos los enrevesados tejemanejes de aquellas tres décadas ocuparía más espacio del que le debería corresponder en comparación con su importancia real en el marco general de milenio y medio de historia del país. Por contra, como también es sabido, esta guerra es uno de los episodios históricos que más fascina a Martin (véanse los apellidos de sus dos imaginarias familias principales, Lannister y Stark), y es precisamente el detalle concreto de cada alianza, cada engaño, cada boda, cada batalla campal, cada instrumento de tortura, cada traición y cada personaje contrahecho, loco o jorobado lo que deleita sin límite al escritor norteamericano. De hecho, los cinco libros publicados hasta ahora de Canción de hielo y fuego cubren solamente cuatro años de tiempo real, como mucho, y la narración en ellos cubre miles de páginas, cientos de personajes y decenas de localizaciones. Así que puede imaginarse el festín que para Martin es enfrentarse a tres siglos de papel en blanco. Y como le ha pasado con la saga original, también esta historia del dominio Targaryen sobre Poniente se le ha ido de las manos, y este es solo el primero de dos volúmenes que se dedicarán a esta época, a pesar de sus ya setecientas páginas.

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Autor: George R.R. Martin. Título: Fuego y sangre. Editorial: Plaza Janés. Venta: Amazon

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