La gente interesada por la situación de la literatura señala que la novela vive un momento de transformación e incertidumbres. No se sabe bien qué alternativas existen, si las hay, al predominio del best seller y del mercado, que degradan lo propiamente literario. Sugieren algunos que la autoficción y la distopía pueden ser la respuesta de la hora presente al relato convencional. Otros consideran la novela criminal como la opción más viable en estos momentos para esa finalidad. El noir, se piensa, reúne la doble cualidad de la exigencia artística —siempre que no se reduzca al recurso simplificado de la intriga y el suspense— y de la comunicabilidad que proporciona una historia en sí misma interesante. Como sea, hoy, la novela policial o criminal se ha convertido en uno de los dos subgéneros mayoritarios en la escritura narrativa, en porfiada competencia con la novela histórica.
Giménez Bartlett en el policial clásico
Alicia Giménez Bartlett tuvo ya hace cerca de tres decenios, en 1996, una de esas afortunadas ideas literarias cuya fertilidad se revela con el transcurso del tiempo. Se le ocurrió juntar en Ríos de muerte una pareja de policías; ella, Petra Delicado, la jefa, y él, Fermín Garzón, su subordinado. Esta ingeniosa transgresión de roles asentados (dos policías hombres) se acompañaba de caracterizaciones humanas muy diferentes: la mujer más especulativa y con tendencia a la teorización y el hombre, de carácter un tanto sanchopancesco, más pragmático, más apegado a la tierra. La pareja funciona a base del contraste de esos rasgos diferenciales y ha añadido una curiosidad no creo que prevista en el inicio sino sobrevenida según han ido pasando los años y a medida en que ambos han asumido nuevas investigaciones: qué destino tendrá cada uno de ellos. Es un modo lícito de encariñar al lector con los personajes, de darles una familiaridad que solo puede resultar positiva. Algún día los veremos, a él, jubilado refunfuñón y, a ella, quizás, en un convento de monjas, cumpliendo la suerte que le ha vaticinado humorísticamente Giménez Bartlett (una incertidumbre semejante, con el añadido de una tensión emocional, implica también un reclamo importante de la otra pareja de investigadores de género distinto de nuestra novela policial, la de Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los guardias que protagonizan la saga de Lorenzo Silva).
Hace cuatro años que Giménez Bartlett presentó la investigación número doce de sus policías en Mi querido asesino en serie, y por el tiempo transcurrido podíamos pensar los aficionados a sus novelas que había cerrado el ciclo. No ha sido así, por ventura, y con La mujer fugitiva comprobamos no sólo que la pareja conserva toda su frescura sino que además se insinúa su continuidad en el futuro. El enigma de la nueva novela aparece, con una ideación narrativa clásica, sin tardanza. El dueño de un food truck es asesinado en su negocio ambulante. Planea sobre el suceso la gira de una enigmática mujer, se multiplican las conjeturas e inspectora y subinspector andan por completo despistados. A ello contribuye la dispersión de la trama por un amplio escenario, algo que permite la movilidad de la furgoneta gastronómica por diversas ferias locales. En fin, la autora monta un buen enredo, lo controla con mano firme y lo desenlaza con lógica impecable y pericia formal.
Giménez Bartlett concede a la resolución de la intriga una importancia máxima. No instrumentaliza el caso en favor de otros objetivos. Diríamos que la autora entiende que si hay un crimen su primerísima obligación consiste en contar cómo se investiga y cómo se resuelve. Y así lo hace Bartlett, movida por el sentido clásico de esta clase de relatos que ella tiene y que acabo de señalar. Lo cual no quiere decir que se contente con eso.
La novela policial suele llevar adosada, a veces a modo de ganga, una perspectiva psicológica y otra testimonial. Ambas forman parte del entramado de La mujer fugitiva. En esta nueva salida de Delicado y Garzón, los dos aumentan su densidad íntima. Sobre todo la inspectora, a quien vemos en serios conflictos de pareja y con agudas cavilaciones acerca del mundo. Respecto de su subordinado, ha alcanzado una madurez mental que hace de él un tipo redondo. En cuanto a la dimensión crítica de la novela, sin faltar, nunca ha interesado en exceso a la autora. Más bien se mueve en otra dirección, la de mostrar en sus libros rasgos del mundo contemporáneo. Testimonios de la actualidad envuelven la trama criminal: cambios de costumbres, pérdida de ciertos hábitos como el trato respetuoso o la moda pospandémica de refugiarse en el campo, que constituye un fuerte hilo de las disputas conyugales de Petra. Pero insisto, se trata de elementos complementarios que poco más que adornan el recorrido del esclarecimiento de un asesinato, en el que Giménez Bartlett nos aprisiona sin desmayo.
Fuentes y las caras de la novela negra
Larga trayectoria tiene también Eugenio Fuentes en el género negro, al que ha aportado la creación de su particular investigador, el detective privado Ricardo Cupido, uno de los más atractivos entre los que lidian en el papel con el crimen y otras alteraciones del orden establecido. Su propio cultivo del género le avala para acometer un análisis de la escritura que se centra en la intriga, el misterio y, dicho con término suyo, el daño. No hay que escatimar el mérito de atreverse a entrar en una semejante disección porque abundan hasta la saciedad los trabajos de esta clase, tanto en el ámbito académico —tesis, monografías, enfoques históricos, análisis estructuralistas…— como en el de la divulgación. Pero, aparte ese andar él mismo en la brega literario-policial, nos demuestra en este trabajo de muy creativo título, Los bajos fondos del corazón, un conocimiento enciclopédico del asunto.
Todo entra bajo la atenta mirada de Eugenio Fuentes, la dimensión histórica, los recursos formales y la intencionalidad subyacente. Al hilo de su discurso aparecen desde los padres fundadores hasta los nombres recientes; se remonta a unas hipotéticas fuentes en la antigüedad y llega, claro, a Chandler o la nueva narrativa nórdica. Mas no se trata de una descripción informativa aséptica sino que Fuentes echa su personal cuarto a espadas en numerosos asuntos. Con el entusiasmo del propagandista proclama el carácter inter-genérico que ha alcanzado el noir, el cual, sostiene, ha dejado de ser una forma narrativa particular y aislada. Se ha convertido, por el contrario, en un flujo que ha pasado a formar parte indistinguible de la gran corriente de lo novelesco. Con otras palabras: no hay novela negra sino novela sin más.
Siendo esto en buena medida cierto, no aquilata Fuentes cuánto de oportunismo hay en muchas novelas que succionan recursos y elementos del relato policial con el puro efecto de incorporar tensión a cualquier historia. Habría estado bien, puesto que Fuentes siempre tiene opiniones interesantes, que prestara atención al descarado caso de la aleación de novela histórica y novela criminal que vemos a veces en obras recientes. Lo criminal se ha convertido en un instrumento del mercado y de los autores venales.
El repaso de Eugenio Fuentes es panorámico, como he dicho, pero también se echa en falta alguna explicación que justificaría su enorme difusión actual. En España, su lanzamiento no hace todavía muchas fechas tuvo que ver con un cambio no en los gustos ni en la técnica sino en la ideología. La novela criminal —tan fecunda en Estados Unidos como indagación en la problemática social— tuvo mucho tiempo la enemiga de la izquierda, que la consideraba una forma de literatura escapista, culpable de participar en el puro entretenimiento burgués. Fue un cambio en gente cercana al Partido Comunista, con el consiguiente reconocimiento de su mérito para señalar desequilibrios sociales, lo que propició su desarrollo. Sin prejuicios defendía el interés y mérito de lo policial Jorge Martínez Reverte. Y la invención de Pepe Carvalho aseguró, de la mano de un militante del PSUC, Manuel Vázquez Montalbán, su capacidad de calar en otros bajos fondos, los sociales, económicos y políticos. Reniega Fuentes de la misión de denuncia social atribuida a la novela policial, pero la realidad es que ese papel lo desempeña hoy con holgura. En España y fuera de ella. Repárese, si no, en la influencia del griego Petros Márkaris en nuestro país. Aunque no lo piense Fuentes, mucha gente cree que hoy, desacreditado el realismo social, la forma viable de una novela de denuncia social se encuentra en la novela negra.
Este libro de un fervoroso admirador del noir, de un “noirherido”, si se me permite tal bárbaro neologismo, tiene efectos contagiosos. La amenidad persuasiva con que habla de la novela negra hace de él una lectura más que recomendable para cualquier aficionado a los crímenes literarios.
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Autora: Alicia Giménez Bartlett. Título: La mujer fugitiva. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.
Autor: Eugenio Fuentes. Título: Los bajos fondos del corazón. Editorial: Tusquets. Venta: Todostuslibros.
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