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¿Tiene futuro la prensa? Las respuestas de un amante apasionado del periodismo

El Diario o la Vida

«¿Qué hay que hacer para salir del pozo?», pregunta el periodista. «Dejar de cavar», contesta Daniel Fernández, editor de Edhasa, a Winston Manrique Sabogal en una entrevista publicada por El País en enero de 2015.

Esta escueta respuesta –“Dejar de cavar”– resume a la perfección la forma de pensar de Javier Errea, un punto de referencia para el mundo de la comunicación y, en particular, para los periodistas. Sus ideas sobre el estado de la profesión, claras y contundentes, no dejan indiferente a nadie. A los nerds”, esclavos digitales, porque se sienten agredidos por su encendida defensa de las esencias de la prensa tradicional. A los dinosaurios, atrincherados en el papel como soporte, porque ven en el consultor navarro una última esperanza para evitar su extinción. Y a la gran mayoría, los desorientados, porque mantiene vivo, como pocos, el fuego sagrado de la profesión.

En sentido inverso al que ahora circula la información, las entradas en el blog Erreadas han viajado de la red al papel, de la nube digital al libro analógico. El diario o la vida –así de desafiante ha titulado el libro– es un fascinante registro de los principales acontecimientos que han agitado el mundo de la prensa entre 2011 y 2015. Desde que una mujer, Jill Abramson, asumiera la dirección de The New York Times hasta el debate sobre si había que pixealar o no la cara del niño Aylan, muerto en la costa turca cuando huía con su familia del horror de la guerra en Siria.

La enfermedad, aparentemente terminal, que tiene a los diarios postrados nos hace preguntarnos constantemente ¿para qué sirve un periódico? Ese es precisamente un titular del Correio Braziliense a toda página, en su inolvidable portada de principios de siglo, que recoge Errea en su blog. La respuesta del diario es la que debería poner de acuerdo a todos: “Un periódico sirve para servir”. A partir de aquí, todas las reflexiones y discusiones son válidas e igualmente respetables, se compartan o no. Sobre todo en un mundo con más profetas que pensadores.

Errea no oculta en sus textos su amor por el papel. Al contrario, hace alarde. Se queda fascinado, y así lo transmite, cuando descubre síntomas de recuperación en la Prensa. Por ejemplo, en la declaración de intenciones de Laurent Beccaria y Patrick de Saint-Exupéry al lanzar la revista bianual 6 Mois: “El papel realza la belleza del objeto y la inteligencia de la relación texto-imagen. Aquí encontrará lo que no puede encontrar en Internet (…) Buscamos lectores, no consumidores”.

Y da botes de alegría, como un niño, cuando, dos años después, los mismos protagonistas lanzan la publicación XXI acompañada por esa joya que es el manifiesto titulado Otro periodismo es posible: «¿Y si estuvieran equivocados? ¿Y si la conversión digital fuera una trampa mortal para los periódicos? ¿Y si los directivos de la prensa mundial se equivocaron al invertir a diestra y siniestra en las aplicaciones, sitios web y redacciones multimedia? ¿Y si las fantasiosas cifras de páginas vistas y la extraordinaria concurrencia de los títulos de prensa transformados en marcas mediáticas fueran una estafa?” La verdad es que se ponen los pelos de punta sólo de pensar en esa posibilidad.

Javier Errea (Pamplona, 1966) no habla de oídas. Sobrino de Fernando Múgica, con quien fundó en la capital navarra Diario de Noticias en 1994, mamó el periodismo desde pequeño. Trabajó también en Diario de Navarra y Heraldo de Aragón. Ahora dirige la asesoría de medios Errea Comunicación, desde la que ha participado en el rediseño o remodelación de decenas de publicaciones en, literalmente, los cinco continentes.

Pero que nadie piense que este libro es un catálogo más de batallitas de periodistas frustrados. En absoluto. Errea tira por elevación y, partiendo del periodismo, reflexiona sobre lo divino y lo humano, sobre el estado de salud de nuestra sociedad, que al fin y al cabo es el espejo en el que deberían reflejarse los periódicos. Tal vez la Prensa esté enferma porque la sociedad está enferma, o tal vez sea al revés. Quién sabe.

Ávido lector de periódicos, Errea reflexiona y toma postura firme en todos los debates. Baste una muestra: “Yo no soy Charly”. Más claro, agua. Así, sobre el estado de nuestro mundo recoge esta lúcida reflexión de Ida Vitale, escritora uruguaya discípula de José Bergamín, quien a sus 91 años opina que “si algo está socialmente sobrevalorado es la comunicación. Me da la impresión de que la gente está dentro de casa y fuera del mundo».

El autor va dejando muestras de su visión del presente a través de sus lecturas. Como esta otra declaración del periodista de El País Daniel Verdú: «En la era del contagio informativo, compartir una noticia es más importante que consumirla». Sólo importan los like y los share, remacha Errea.

Se muestra decididamente partidario del movimiento slow de Carl Honoré (Autor de “Elogio de la lentitud”, RBA), del “hay que dar tiempo al tiempo”. Se queda obnubilado con palabras como amateur (“el que hace las cosas por amor», en definición del gran fotógrafo Gorka Lejarcegi), o como apacible, que “provoca en mí una agradable sensación de bienestar”, con la que se encuentra en el número uno de la revista “Estado mental”. Devora todo lo que cae en sus manos.

Se interesa en suma por la belleza. La belleza de los “periódicos imperfectos”, de las tipografías elegantes, de las obras de arte, de los paisajes rurales y urbanos, de todo aquello que le asalta a su paso, en esta época en que “la curiosidad ya no pica, porque la mataron los buscadores”. Lo deja muy claro cuando recuerda a Tomás Segovia, poeta español nacionalizado mexicano y fallecido en 2011: “Al contrario que el petróleo, cuanto más se usa la belleza más hay”.

Admira al director de “esa joya” que es New Yorker, David Remnick (“Saldrá caro no tener periodismo”); al referente de los diseñadores que es Mario García; a Gonzalo Peltzer (“El periodismo no es de papel, es de sangre y fuego”), autor del imprescindible blog Paper papers; o a Rodrigo Sánchez, por sus primeras planas asabanadas de los domingos en El Mundo y sus portadas del suplemento Metrópoli.

Le cargan, le cargan muchísimo, los tipos como Jarvis, Huffington o Zuckerberg. «Me aburren los que van a la última, los que siempre hablan con el viento de cola». En España no perdona a Pedro J. Ramírez haber traicionado sus principios con su nuevo lema “No hace falta papel”, nombre de la empresa editora de El Español. Y tampoco a Antonio Caño, director de periódico de sus amores, al que comunicó su baja como suscriptor tras su anuncio de que El País se transformaba en “un medio esencialmente digital”.

Cada día es más difícil encontrar un periódico y no sólo por la desaparición de los quioscos, sino por lo a menudo que los editores se olvidan de para qué sirven los diarios. Siempre nos quedará consuelo en aquel titular del Correio Braziliense. Y, claro que sí, en la definición de Vargas Llosa en su diccionario de Zavalita, recopilado por Juan Cruz, el gran referente de Errea en la profesión.

«Periodismo –decía el alter ego del escritor peruano– es la historia haciéndose. Sirve para detener el tiempo veloz y pasajero que lo devora todo; al detener el tiempo puedes alcanzar cierta perspectiva y sacar algunas conclusiones.» La lectura de esta “Defensa a tiros de los periódicos y el periodismo” nos permitirá parar el reloj, mirar desde lejos con calma, y buscar nuestras propias respuestas. Puro periodismo. No se puede pedir más.

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Título: El Diario o la Vida. Autor: Javier Errea. Editorial: Errea Comunicación. Edición: papel.

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