“Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer”. Es una de las más negras profecías de Julio Verne. ¡Qué gran paradoja! Se cumple el sueño de una humanidad alfabetizada. Pero no sirve de nada porque ya nadie quiere, ni necesita, leer.
Verne describía así el mundo en París en el siglo XX (Planeta), novela escrita entre 1863 y 1864, desechada por su editor —consideraba disparatadas sus predicciones—, y rescatada por un descendiente en 1994.
La máxima del escritor francés es perfectamente aplicable a una época como la nuestra, en la que lo audiovisual manda sobre lo escrito. Ahora, las emociones se representan con símbolos más rudimentarios que las pinturas rupestres, los mensajes escritos se limitan a un escaso número de caracteres y los jóvenes —así se expresan— “hablan por escrito”.
Verne hace predicciones más concretas sobre la comunicación en La jornada de un periodista americano en 2889 (Gadir). Se muestra muy optimista, o al menos eso parece, porque a menudo da la sensación de que nos toma el pelo, de que cada predicción tiene una doble lectura.
Traslada la acción al siglo XXIX, que lo mismo podía ser tal día como hoy. Los diarios ya no son impresos, sino hablados. Un periodista especializado, o en su defecto un científico o un político, mantiene una conversación directa con el suscriptor. Se suprimen los intermediarios. Estamos ante un periodismo personalizado, a la carta, en el que ya no hay lectores, sino suscriptores. El usuario puede ponerse en contacto con su periódico, a cualquier hora del día o de la noche, a través de las “cabinas fonográficas” —terminales—, que se pueden encontrar en cualquier sitio.
Pero el servicio a los abonados va más allá. No sólo reciben la narración de la noticia que han solicitado, sino también las imágenes de los acontecimientos, que han sido obtenidas con lo que se ha dado en llamar “fotografía intensiva”. Ojo, que cuando Verne escribe esto aún no se había inventado el cine, y la fotografía estaba en mantillas.
Este sistema, conocido como “periodismo telefónico”, ha hecho que Francis Bennett triunfe con el Earth Herald —parece que es el único medio que sobrevive— y que la Prensa, su Prensa, viva una nueva era de esplendor, con 85 millones de suscriptores.
El ficticio Francis es el heredero, treinta generaciones después, del real Gordon Bennett (1841-1918), legendario editor del New York Herald. Además de por sus múltiples excentricidades y por el empujón que dio al periodismo, Bennett se hizo famoso por patrocinar aventuras tan sobresalientes como la de Stanley en busca de Livingston en el corazón de África.
Verne muestra también la muy interesante sección de periodismo de creación o literario. Es una sala habitada por cien fabuladores-redactores que leen sus folletines a otros tantos lectores. El relato por entregas gozaba del favor del público en el siglo XIX. Aquí, en el futuro, también alcanza un gran éxito. El director premia al periodista que más fideliza a su audiencia con la trama. Al que más clics consigue, como diríamos ahora.
Un relato sobre una joven campesina que debate con su novio problemas filosóficos muy transcendentes se convierte en tendencia, en el asunto del día. Bennett felicita al autor. Le suelta estas estremecedoras palabras, que parecen pronunciadas hoy mismo en cualquier redacción:
-“¡Ánimo! ¡Diez mil nuevos abonados desde ayer gracias a usted! “
Título: La jornada de un periodista americano en 2889. Autor: Julio Verne. Editorial: Gadir. Venta: Amazón y Fnac
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: