El día 4 de enero de 2020, en un día frío pero soleado, varios centenares de personas se reunieron frente a la estatua de Galdós en el Retiro para conmemorar el centenario de su muerte. Estaría mintiendo al lector si no dijese que me sorprendió: no esperaba más que a un puñado de friquis, y la realidad me puso en mi sitio. De alguna manera, este homenaje tenía algo de aquel que se le hizo 101 años atrás, meses antes de su muerte, cuando los amigos de canario pagaron de su bolsillo la misma estatua junto a la que ahora nos reuníamos. Aquel lejano 1919, alguien subió a hombros a un Galdós ya ciego y moribundo, para que este pudiese palpar los rasgos inmortalizados en piedra. Al pasar su mano huesuda por el rostro pétreo, una lágrima corrió por la mejilla del Abuelo, como últimamente le llamaban. 101 años más tarde, el homenaje también resultaba emotivo: familiares del canario, autoridades, hombres de cine y de literatura, pero sobre todo centenares de lectores que, como entonces, buscaban honrar la memoria del autor que vertebró siglo y medio de nuestra historia con sus relatos.
Lo que el centenario de Galdós no podía imaginarse es que su aparición en Selectividad nos haría llorar tanto como al canario le hizo lagrimear su rostro moldeado en la piedra. Pocas semanas después de este 4 de enero llegaron las pandemias, las franjas horarias, las mascarillas y la nueva normalidad. El centenario tuvo que suspenderse, y lo cierto es que poco se ha escuchado sobre el canario, como es obvio, en estos meses, relegado una vez más al ostracismo de la historia por causas ajenas a su talento. Hasta que nos encontramos con que, en Valencia, habían incluido una pregunta sobre Galdós en Selectividad. En el comentario de texto, encuadraron La Fontana de Oro dentro de los Episodios Nacionales, en un error garrafal que demuestra que hay un desconocimiento claro de la figura de Galdós que podría llegar incluso a una parte del ámbito docente.
Por supuesto, las quejas de los alumnos no tardaron en llegar. Ninguno sabía qué era esa pequeña novelita que les pedían analizar, ni conocían en qué contexto la había publicado Galdós —años antes de los Episodios—. En una prueba en la que los jóvenes atan minuciosamente sus conocimientos, un error así es capaz de sembrar el pánico. Pero volviendo a la importancia de Galdós en el contexto actual, se me ocurren unas cuantas preguntas para lanzar al aire y cerrar así el texto en modo ubi sunt: ¿Quién sino el motor docente puede empujar con más fuerza a la hora de colocar la figura de Galdós en el lugar que merece? ¿Dónde mejor que en las aulas pueden transmitirse sus ideas y su legado? ¿Qué respeto le tendrá el alumno a un autor cuya bibliografía desconoce su propio profesor? Preguntas en las que, como el tópico literario, prefiero no indagar por miedo al vacío. Ya decía Manolo Vicent que quien busca la verdad, a veces y para su desdicha, corre el riesgo de encontrarla.
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