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Galicia, agosto de 2021

El sol me sorprende potente, con la niebla al fondo. El cielo hoy es azul. Al menos de momento. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Esto parece otro mundo.

Mi pluma busca las mejores palabras para recoger lo que veo, lo que siento. Galicia es hermosa. Durante el año la recuerdo, la intuyo en el recuerdo, y ahora la tengo, con ese tener en el amor que es no tener nada, pero que de algún modo es tenerlo todo. Tal vez sea eso vivir en el corazón, vivir en el alma.

Todavía ahora, a las 8:42 la niebla se pega a los montes, estos montes bajos de Galicia que en el colegio nos enseñaban que eran montañas muy antiguas, viejas, y que por eso eran bajas y de cumbres redondeadas. Así es, nos decían en clase, el Macizo Galaico.

"La experiencia que voy acumulando en la escritura, experiencia que ya me hace un poco viejo, me ratifica en la importancia del tema"

El reencuentro con esta tierra y con este mar es el reencuentro pleno y feliz con mis libros de aquí. No son muchos, aunque no creo que sean poco. En cualquier caso a mí me gustan mucho. Lo suficiente para despertar mi dicha y mi sorpresa al volverlos a ver, libros como Señora de rojo sobre fondo gris, de Delibes, que tal vez sea el libro suyo que más me gusta, o Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Es un auténtico reencuentro. Como ha pasado mucho tiempo desde que los vi por última vez, casi los he olvidado. Entonces los veo nuevos.

La experiencia que voy acumulando en la escritura, experiencia que ya me hace un poco viejo, me ratifica en la importancia del tema. Es posible que si tuviera que transmitir a aquellos que quieran ser escritores, o que simplemente quieran mejorar en el arte y oficio de la escritura, les diría, entre otros consejos, que eligieran bien el tema del que van a escribir.

Si el tema es bueno, y ahora me refiero a que sea atractivo para los lectores, lo que se escriba tiene mucho ganado. Y si además está bien desarrollado, lo que llamamos bien escrito, o muy bien escrito —conviene corregir con cuidado, varias veces—, el texto puede ser excelente.

"Tomo conciencia también, ahora, en estos momentos del acto de escribir, de la belleza del acto de escribir, de su gracilidad, digamos, dinamismo y belleza, sí"

Trato de aguzar el oído para escuchar los sonidos del pueblo, dejar que éste me hable. Alguien trabaja en una obra a lo lejos. Los coches pasan. Vivo en una zona de tránsito. Por la calle, por mi calle, pasan muchos coches. Ahora estoy leyendo un libro del ingeniero industrial Andrés Muñoz Cañas sobre el automóvil, El automóvil del mañana: ¿eléctrico, conectado y autónomo?, que me hace tomar conciencia de la importancia del coche en nuestras vidas. Éste es un libro de divulgación escrito con mucho conocimiento, pero también con el afán de llegar a la gente.

Tomo conciencia también, ahora, en estos momentos del acto de escribir, de la belleza del acto de escribir, de su gracilidad, digamos, dinamismo y belleza, sí. Profundidad. Como el que escribe se da a sí mismo de un modo extraordinariamente personal.

Cada vez escribo más con pluma, aunque sigo utilizando mucho el ordenador. La pluma te pega al papel —lo tocas, lo palpas, lo disfrutas— y hace que pienses bastante más lo que estás escribiendo, lo que vas a escribir, incluso también lo que ya has escrito.

Una vez le oí decir a José Saramago, en el programa de Sánchez Dragó El faro de Alejandría, que cuando uno escribe a mano uno piensa más lo que está escribiendo. Y yo estoy de acuerdo. Además, en mi caso consigue que escriba más lento, porque escribía muy rápido, tal vez demasiado rápido.

"Y también me encantaría, quizá fuera mucho pedir, retomar un libro que tengo parado, un proyecto ambicioso en el que trabajo desde hace tiempo"

Ahora en éste mi primer día en Pontedeume (A Coruña, Galicia, España) desempolvo mi viejo ejemplar de Los cipreses creen en Dios, un libro que hace años busqué por muchas librerías en Madrid y no encontré. Había visto una entrevista, también de Fernando Sánchez Dragó, al autor, José María Gironella, en el programa Negro sobre blanco, y me gustó tanto que busqué obras suyas para leerlas. Me costó mucho encontrarlas, pero por fin encontré todos los tomos de esta historia de la familia Alvear.

Vengo con el propósito de descansar mucho, divertirme un tanto —con moderación, sin embargo—, y trabajar algo, un algo bastante, en la escritura. Me gustaría mantener al día este blog con algunos artículos, con algunos relatos. Y también me encantaría, quizá fuera mucho pedir, retomar un libro que tengo parado, un proyecto ambicioso en el que trabajo desde hace tiempo.

Me he traído la cámara de fotos para practicar con ella. La práctica hace milagros, desarrolla el talento que hay en nosotros, crea frutos con él y lo lleva más lejos.

También he desempolvado otro libro curioso, el Tesoro breve de las letras hispánicas: Literatura castellana, de Guillermo Díaz-Plaja, una antología maravillosa en 5 tomos —si no me equivoco— con textos de nuestra literatura, desde los orígenes —aunque el primer tomo lo tengo en Madrid y no puedo consultarlo— hasta Miguel Hernández el tomo V, que tengo encima de la mesa en la que escribo en estos momentos. Para alguien como yo, que estudié estos textos en la carrera de Filología Hispánica, esta obra, leerla, hojearla, revisarla, es un gran placer. Pero supongo que también lo será, diferente, para alguien que conozca este libro por primera vez.

Cada vez tengo más claro que la literatura contiene algo así como nuestra alma, el relato y expresión de nuestra alma, tal vez lo mejor de nuestra vida, guardado, conservado, como el oro en su paño, en el arca, como decía Andrés Amorós en su libro Momentos mágicos de la literatura, para lo que venga del tiempo.

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