La cita de Joan Didion “escribo enteramente para averiguar lo que estoy pensando, lo que estoy mirando, lo que veo y lo que significa. Lo que quiero y lo que temo” pareciera encajar a la perfección en la singular colección de textos Extraños en la casa (Muñeca Infinita, 2023), de Dorothy Gallagher.
El hecho de que la carrera de estas autoras haya despegado desde la pista que estas revistas les ofrecieron está distante de ser una superficialidad. Sus contribuciones sobresalían, cada a una a su manera: “Todo comenzó con Vogue”, afirmó Didion, heroína literaria de varias generaciones, incluyendo a quien suscribe esta reseña. Es evidente que Joan Didion es un icono, un tótem, lo que no dista de que Gallagher nos haya dejado libros sobresalientes en los que la literatura de la realidad es preponderante.
Ese es el caso de Extraños en la casa que, junto a De cómo recibí mi herencia e Historias que olvidé contarte —los dos primeros disponibles en castellano gracias a la editorial Muñeca Infinita y la traductora Regina López Muñoz— constituyen una trilogía de la memoria en la que se hibridan distintos géneros: memoria, ensayo, crónica y cuento, este último en lo relativo a sus técnicas. Aquí subyace el talento que he podido detectar en la lectura de las diez historias que conforman Extraños en la casa: la capacidad de Gallagher de usar los recursos de la ficción para no solo contar la realidad observada, sino además la autobiográfica.
Lo vemos desde el primer relato, “Mi proceso de formación”, en el que la autora asiste durante dos años a sesiones con un psicoterapeuta, un antiguo cantante de ópera danés que, en su práctica, le dice: “Voy a convertirte en una auténtica mujercita”. La narradora nos deja claro, desde el principio, que ha tenido amantes: “Por aquel entonces yo estaba coladita por el hombre que dos años más tarde se casaría conmigo (Bob); entretanto, me había dado puerta y yo me acostaba prácticamente con cualquiera que me lo pidiera”. Nos hizo pensar, con todo y el adjetivo despectivo de “mujercita”, que el terapeuta haría que madurara con respecto a los problemas que la llevan a la consulta, no que se acostaría con él. Es implícito que lo hacen en un diván que, de paso, aparece en la fotografía al inicio, como ocurre en todos los relatos, quiero decir: cada una de las diez historias tiene una foto en blanco y negro a página completa que la encabeza.
Sé que he desvelado el final del primer relato, pero me perdonará el lector. Lo hago solo a efectos de mostrar cómo esta narradora coquetea con las técnicas del cuento —en este caso la sorpresa y el efecto rebote en la lectura— para contar lo que se supone son memorias de su vida. Es una cuestión de ordenar con talento e instinto los materiales o insumos personales y hacer buena literatura, como lo son las restantes nueve historias.
Relatos que muestran, además, el mundo interior de la autora, su soledad, sus conflictos con compañeras de cuarto o con una pareja que eran sus mejores amigos y con los que termina peleados en “Muy cerca del arte”, donde flotan los complejos de inferioridad, la hipocresía, los celos y las revalidades propias del mundo egocentrista de muchos artistas que se perciben a sí mismos como genios.
Es propio de la tradición anglosajona que un autor sepa desnudarse sin prejuicios al momento de escribir memorias. Es costumbre el despojo, contarlo todo, sin vergüenza ni importar el qué dirán. En eso de mostrarse al mundo con los defectos propios de cada uno, los estadounidenses son insuperables. En ese mundo interior del que nos habla la narradora está su pareja, que no es Bob sino Ben, a quien dedica el libro.
Los relatos que conforman Extraños en la casa se podrían agrupar de dos maneras: aquellos que tienen que ver con la vida íntima de la autora, que son siete, y los que se distancian del “yo” narrador al papel de testigo en una sutil primera persona. Entre estos últimos está “Jurado popular”, en el que el “yo” casi se torna invisible, salvo las pocas veces que nos indica que ella fue miembro del jurado y que fue más allá de sus competencias para averiguar asuntos relacionados con un asesinato en Harlem.
Luego está “Misteriosa mujer declarada muerta, desaparecida desde su ruptura con los rojos”, que tiene que ver con la historia de Juliet Poyntz, una mujer inteligente, idealista, aguerrida miembro del partido comunista americano que sufre la purga de su propio partido y que termina en su papel de espía de la Unión Soviética para luego desaparecer. Juliet Poyntz era admirada por la madre de la narradora, por lo que alguna conexión tiene con la realidad familiar.
“Pura suerte” es el tercer relato que se desprende del “yo” pero que, sin embargo, tiene que ver con la búsqueda de la identidad de su familia de origen judío en Ucrania. Al hablar de su familia de una manera indirecta se aborda a sí misma, pero la historia se centra en dar con el paradero y en entender la historia de los familiares que aparecen en la foto de inicio de este relato genealógico. Y aquí es interesante conectar con la realidad actual y la invasión de Putin a Ucrania, porque sobre el país de la bandera azul y amarilla, como su cielo y los campos de trigo, nos dice en este libro publicado en inglés en el 2006: “Este lugar a duras penas ha podido considerarse un país. Su propio nombre ha sido una invitación a las hordas de asesinos: «Ucrania» significa «ningún lugar en concreto», significa «zona fronteriza»”. Es así como todos los miembros de su familia huyeron de Ucrania salvo Liya, que se quedó con su madre para ver su vida convertida en pura miseria. Este relato es uno de los más conmovedores, junto al que le da título a la obra.
“Extraños en la casa” inicia con la foto de Ben Sonnenberg, un editor fundador de la revista Grand Street. En ella observamos a un hombre acostado sobre un par de almohadas. Tiene la cabeza girada hacia lo que debe de ser la ventana del piso, dado que le cae la luz sobre sus ojos y frente. Tiene barba, cabello abundante y mirada de ser una buena persona. Ben se convirtió por décadas en el amor de la vida de Dorothy. Está en la cama por padecer esclerosis múltiple. En el relato que lo precede y que lo concatena, «Quieto», en el que habla de su perro Harry y su breve ascenso a la fama, el doctor Burin, neurólogo, y de su marido, nos dice:
“Al cabo de diez años la situación de Ben a efectos prácticos era la siguiente: adiós a andar, adiós a ir al cine de improviso, adiós a escribir a mano o en la máquina de escribir, se acabaron los placeres de la lectura solitaria, nunca más darse la vuelta en la cama —por el mero gusto de dársela, no necesariamente para rodearme con sus brazos”.
¿Quiénes son los extraños en la casa? El batallón de mujeres que asistían a Ben, y que podía costearse gracias a una privilegiada situación financiera de la familia de su marido. Es así como este relato se convierte en un desfile de ayudantes con los dramas caseros que se derivan a partir de la íntima convivencia. Bertha, Linda, Alva, Ninerta y, last but not least, B, escrito solo con esa letra por instrucciones del abogado de Gallagher. B se convirtió en la asistente de Ben para sus dictados y para otros asuntos de trabajo. La cabeza de Ben funciona a la perfección, el cuerpo es un objeto inmóvil. Debe trabajar para llevar la vida que le tocó y B lo asiste unas horas al día. De aquí una frase significativa de la narradora: “Una chequera es como una novela”.
Además del estilo de contar que fusiona varios géneros —cuento, memoria, ensayo y crónica—, hay una constante que emparenta a los relatos, momentos aleatorios y siempre sorpresivos para el lector, cuando agrega una frase corta en segunda persona aquí y allá. Al principio uno cree que la narradora se dirige al lector. Mi conclusión es que le habla a Ben y se da la libertad de insertar esas breves incursiones: “Sospecho que sí, ¿tú?”… “Ojalá los hubieras oído”… “Imagínatelo: Moscú en el invierno de 1936 a 1937”, y así sucesivamente. Pareciera algo que proviene de una gran soledad.
La prosa es limpia, aguda, sarcástica sin pedantería, con humor ante las adversidades. Nunca se victimiza; va al fondo de las emociones, como un nadador en una honda piscina que aguanta la respiración para sumergirse y tocar las losas de cerámica del piso, sin llegar a caer en sentimentalismos; afronta y lucha. Qué gratificante resulta descubrir autores que nos conmueven con sus historias tan bien escritas que no nos dejan indiferentes. Ese es el caso de Dorothy Gallagher.
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Autora: Dorothy Gallagher. Título: Extraños en la casa. Traducción: Regina López Muñoz. Editorial: Muñeca Infinita. Venta: Todostuslibros.
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