Nueva entrega de Mi vida por delante, la sección de textos publicados en Instagram por Emili Albi.
Hoy hemos hecho limpieza de armarios y, en la operación, he encontrado este recorte de El País del 27/12/07. La foto es de Lucio Villalba.
Trece años después, ese caballo galopando en contradirección en la carretera de Castilla me sigue pareciendo de las cosas más bellas que he visto.
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—Guillem: Papá, ¿vamos a bucear?
—Yo: Cariño, en Madrid no hay mar.
—Guillem: ≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈
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Esto puede sonar a ejercicio literario barato, pero no lo es. Cuando era niño creía, como todos, en la magia. Mi fe tenía la consistencia granítica de las que están hechas las creencias infantiles (no creo que haya material más inquebrantable). Pero yo no solo creía en la magia y en la inmortalidad, más que creer, sobre todo sobre todo lo que quería era «querer creer». Hasta el punto que hoy en día no sabría discernir qué era más poderoso: si la creencia o el deseo. Hoy entiendo que tan importante era la una como lo otro.
En mi caso, la pérdida de aquella inocencia fue un proceso largo y tortuoso que empezó en la tierna infancia y terminó en la juventud, quizá en los primeros años de la década de los veinte. Sé que en la decisión de convertirme en editor, a pesar de ser licenciado en derecho, tuvo mucho que ver la intención de sanar esa herida, la necesidad de rellenar ese vacío inmenso que el crecimiento me había dejado.
Quise curar con literatura las aspiraciones frustradas de inmortalidad, la fractura del pensamiento mágico y el abandono de la inocencia. Mis ruinas.
Y creo que, gracias a la literatura (en realidad, a la narrativa y otros tipos de creación), he podido escapar del dardo envenenado del tiempo, la indolencia y el cinismo. Lo que, humildemente pienso, en este mundo de mierda, algo es…
Imagen: Vuel Villa. 1936, Xul Solar (del que dijo Borges, entre otras alabanzas, que era «curioso sobre todos los arcanos, padre de escrituras, lenguajes, utopías […]»).
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