Olga Tamarit, con Manon, ha ganado el concurso #AmoresDeVerano, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola. Su premio es de 2.000 euros. Y Javier Martínez Martínez, con A través del cristal de tu cuerpo, ha quedado finalista y recibirá un premio de 1.000 euros.
Para participar era preciso escribir un texto en internet en lengua española que incluyera la palabra VERANO. Dicho texto debía ser publicado en internet mediante una entrada en un blog, una anotación en Facebook o un tuit en Twitter. Una vez los usuarios hayan publicado el texto en sus blog, Facebook o Twitter, tenían que inscribirse registrándose en el Foro de Zenda en el apartado https://foro.zendalibros.com/forums/topic/amores-de-verano-en-zenda/. Además, podían difundir su anotación en las redes sociales (Facebook o Twitter) mediante el hashtag #AmoresDeVerano.
El jurado que ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos lo forman los escritores Juan Gómez-Jurado, José Ovejero, Lara Siscar y Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez. El primer premio está dotado con 2.000 € en metálico. El premio para el otro texto finalista es de 1.000 € en metálico.
Relato ganador
Olga Tamarit
Aquella tarde estaba en la terraza del apartamento, enfadado por vete a saber qué, cuando la vi por primera vez. Por aquella época tenía muy malas pulgas y me pasaba la mayoría del tiempo fuera de casa, acodado en la balaustrada que daba al jardín comunitario. Despotricando en voz baja.
Pasó como pasan las cosas que merecen la pena, sin pedirlas ni esperarlas. Un Ford Fiesta gris se detuvo en la puerta de la urbanización y de él se bajó una familia formada por dos chicas, madre y padre. Cargaron con las maletas hasta el apartamento contiguo al nuestro, mientras reían y hablaban un idioma que no entendí, pero que sonaba como si te estuvieran cantando al oído. O eso me pareció. En ese momento de mi vida yo tenía muchos pájaros en la cabeza.
Veréis, Manon era la chica más guapa que había visto en mi vida. Más que eso. Estar cerca de ella era como formar parte de una película. La forma en la que reía, arqueando ligeramente el cuello mientras dejaba escapar un héhéhéhé (porque los franceses no dicen jajaja ni jijijiji), su pelo castaño con un flequillo que le llegaba justo por encima de los ojos más bonitos del universo conocido, la forma de sus caderas, sus piernas largas del color de la nieve siempre asomado por el short vaquero. Podría haber ganado todos los concursos de belleza. O de aritmética.
Atletismo. Debate. Jabalina. Cien metros lisos.
No importaba qué, el oro siempre hubiera sido para ella. Desde que la vi arrastrar la maleta por el camino de grava, me explotó el corazón. BOOM. De verdad, no os miento.
El verano en el que me enamoré por primera vez, me dediqué a seguir a Manon por las calles de la urbanización como un perrito, ponía mi toalla cerca de la suya en la piscina y me hacía el encontradizo en la heladería.
M-A-N-O-N
Su helado favorito era el de pistacho.
Repetía su nombre, tumbado en la cama, antes de irme a dormir solo por el gusto de tenerla entre mis labios, mis dientes, mi lengua:
Manon. Manon. Manon
El verano en el que me enamoré por primera vez hacía un calor espantoso y la gente se quejaba todo el rato, pero yo sentía un frío como de caverna cada vez que intuía su presencia.
A finales de agosto, casi a punto de acabar las vacaciones, calculé las posibilidades de reunir el valor para explicarle a Manon la naturaleza de mis sentimientos.
El resultado de la ecuación siempre era cero.
El verano en el que me enamoré por primera vez se celebraron las Olimpiadas en Río, aunque yo no las vi. Todas las mañanas los periódicos contaban noticias sobre nuevos récords mundiales y mi hermana las leía en voz alta.
Una gimnasta de Texas iba a conseguir todas las medallas de oro en su categoría desbancando a la mismísima Nadia Comaneci. La selección de baloncesto española la había cagado en las primeras rondas. Un saltador confesó su homosexualidad.
El verano en el que me enamoré por primera vez cambiaron muchas cosas. Lo supe porque de vuelta a mi casa, en la parte trasera del coche de mis padres, con la mirada puesta en la ventanilla, observando los árboles pasar rápidos como en un sueño, caí en la cuenta de que el mundo se había convertido en un lugar interesante.
Acababa de cumplir cinco años.
***
Relato finalista
A través del cristal de tu cuerpo
Javier Martínez Martínez
Te conocí en la etiqueta de una botella de vino. Estabas oculta entre mares de estanterías y cajas apiladas. Tuve que pasar a través de un arsenal de italianos, siempre en primera fila, siempre intentando agradar, salidos de historias dantescas, con nombres exóticos y rimbombantes. Aparté pilas de garrafas de sangría, y removí cartones de vinos sin nombre. Discutí junto a vinos franceses, sobre licores extraños. Ignoré japoneses sakes por no poder comprender lo que me susurraban, soñé junto a ginebras con olores que me transportaron a mundos extravagantes e ignorados, lloré junto a whiskies tan salados y fríos que parecían hechos para olvidar. Viajé por mares de rones que invitaban a soñar y naufragué en vodkas con nombres tan largos como las noches de aurora austral. Morí en absentas amargas, resucité en brandis afrutados.
Nunca he sido muy gourmet, la verdad. Soy un vino peleón, castellano, para los que el buqué y el gusto en el paladar resultan conceptos tan abstractos como la soledad o el amor. De esos que pelean en los bares por ver la vida pasar, que escuchan llantos de obreros duros y risas de marineros después de meses en la mar. De los que arreglan -o creen que arreglan- discusiones, de los que viven reuniones familiares, amores juveniles y noches de llantos y desvelos infantiles, de los que no viajan en avión, sino en camiones y caravanas, de los que se toman alrededor de una hoguera en verano. De los que, tras la mejor noche de tu vida, recuerdan tu día más largo.
Llegué al final hasta ti, siempre sonriente, sencilla. Por una vez, pensé, espero que el alcohol que corre por mis venas no me impida acordarme de ti.
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