Termina el Mundial de Fútbol de Rusia, y concluye también nuestro concurso de #historiasdefútbol. Eduardo de los Santos, con el relato Japón-Colombia, es el ganador del concurso de historias de fútbol organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola. Y Carlos Zumer, con Lo más importante, ha quedado finalista del certamen. El jurado ha estado formado por los escritores Espido Freire, Agustín Fernández Mallo, Juan Gómez-Jurado, Paula Izquierdo, Alberto Olmos y César Pérez Gellida, y la agente literaria Palmira Márquez. En este concurso, dotado con 3.000 euros en premios, han participado más de 400 autores.
Para participar había que enviar historias de fútbol entre el 14 de junio y el domingo 8 de julio. El ganador recibirá 2.000 euros. Y el finalista, 1.000 euros.
Reproducimos las historias premiadas. Al resto de las historias se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.
GANADOR
Japón – Colombia
Eduardo de los Santos
Cuando te fuiste, Colombia perdía contra Japón por uno a cero. No recuerdo el instante en que saliste por la puerta, ni si dijiste algo o no, ya sabes cómo soy yo con el fútbol. No me enteré. Pero sé que fue mientras Colombia aún perdía contra Japón, después del córner de Cuadrado que casi les da el empate, después de que me bebiera el alijo de guaro que escondías en la lavadora para las ocasiones especiales. Ese partido lo vi solo, a pesar de que eran tus selecciones y, joder, Alejandra, ya es raro encontrar una colombiana de ascendencia japonesa, pero más raro todavía es que a Colombia le toque contra Japón en octavos. No sé qué le picaría a tu abuelo para pasar la frontera, todos los japoneses se quedaban en Perú, te lo dije muchas veces, pero quién soy yo para cuestionar nada, ¿verdad? Si el hombre se metió en Colombia, pues por algo sería. El asunto es que aquella era una ocasión especial y por eso me acabé el aguardiente, no pensé que fuera para tanto, ni que te fuera a servir de excusa para irte así.
Y ya sabía que querías marcharte desde hacía mucho, desde que se nos fue la niña. Me seguías culpando de aquello, y no te culpo por culparme, no me malinterpretes, Ale, ahora lo entiendo; solo intento decir que te lo llevaba viendo en la cara desde hacía tiempo, que te querías ir y no sabías cómo y esa tarde viste la oportunidad cuando yo me bajé tu guaro y me quedé pendiente por ti, sí, por ti, del Japón-Colombia. El gol que no metió Cuadrado me lo metiste tú a mí cuando te fuiste de esa manera. Y Dios sabe que me lo merecía por no estar cuando lo de la niña, pero cómo dolió.
Cómo dolió y cómo duele. Porque supongo que no, que no dijiste nada. Te limitarías a mirarme desde el umbral de la puerta con la barbilla alta, con esa mirada insoportable de samurái lastimero que ponías cuando me sentaba en el sofá después de pasarme el maldito día conduciendo, como si lo hiciera por vago, juzgándome. Lléveme a Barajas, lléveme a Atocha, venga a buscarme a Gran Vía, déjeme en esta esquina mejor, recójame en la otra acera, el día a día del que no te hablaba igual que no te hablaba de la vergüenza que pasaba cada vez que alguien me reconocía en el taxi. Espera, ¿tú no eres el que jugaba en el Atleti? A veces les costaba mucho encontrar al delantero detrás del sobrepeso y la miopía. Nunca te conté esas cosas porque no merecía la pena echártelas encima, Ale. Porque bastante teníamos con lo de la niña. Y por eso empecé a beber, no por joderte, sino porque así era más fácil lidiar con lo que pasaba.
Pero esa tarde no me preguntaste. Me pusiste la maldita mirada esa de samurái tocapelotas que te gustaba ponerme, llenita de tus ancestros, y te largaste en mitad del encuentro de tus selecciones, me convertiste en el único payaso del barrio que estaba viendo esa mierda de partido, el Japón-Colombia de octavos que me costó nuestra relación. Si no hubiera estado viendo el fútbol te hubiera podido detener, no te hubiera dejado salir de casa así como así y ahora seguiríamos juntos, aquí, felices, que éramos muy felices aun con nuestras cosas, digas lo que digas, yo sé que lo éramos y eso es suficiente.
Pero ya ha llovido mucho.
Ahora voy a dejar por fin la casa. Van a echarla abajo, ¿sabes? Van a derruirla conmigo dentro, como lo oyes, y ya es tarde para arrepentimientos. Desde el Colombia-Japón, desde que te fuiste, no me he levantado de aquí. Te esperaba. Colombia perdía por uno a cero. Dejaste la luz del garaje encendida, como dice la canción, y la nevera abierta. Se calentó todo, se derritieron los helados, se pudrió la carne. Toda la bebida se echó a perder. Y yo no apagué la luz, no cerré la nevera. Te esperé aquí sentado viendo todos los partidos que siguieron a ese, los cuartos de final, las semifinales, la final, Wimbledon entero y luego el golf, el béisbol, el fútbol americano, la liga y la Champions y las ligas y Champions de los años siguientes; me vi hasta las putas competiciones de billar que echan en Eurosports a las tres de la mañana esperándote, Ale. Esperándote siempre. Es verdad que me merecía todo esto y más por lo de la niña, pero tú te largaste y fue peor, jugaste sucio y nadie te pitó falta, ya ves qué injusticia.
Que Dios te perdone. Hoy van a destruir todo lo que construimos juntos en esta casa, y solo quería que lo supieras: que van a destruirlo todo y que al final Colombia ganó a Japón y yo ni siquiera lo pude celebrar con una cerveza fría.
***
FINALISTA
Lo más importante
Carlos Zúmer Pérez
El árbitro, junto al saque de centro, con todo dispuesto salvo lo más importante, no quiso quitarle gravedad al asunto:
– No tenemos balón.
Le explicó a los delegados de campo de los equipos que, por alguna razón, la bolsa que había entrado al estadio llena de pelotas estaba ahora completamente vacía.
– Alguna tendrán ustedes aquí.
La búsqueda exhaustiva (vestuarios, sala de material, taquillas, público, gradas) fue prácticamente estéril.
– Lo más parecido que hemos encontrado es con qué inflarlas.
Se dispusieron dos excursiones de urgencia mientras los jugadores se morían de la risa. La primera llegó, violando el límite de velocidad permitido, hasta el campo de entrenamiento del equipo local. Los utilleros volvieron al coche con cara de haber visto un fantasma.
– Está todo menos los balones. No hay ni uno.
La segunda excursión alunizó en la tienda oficial del club, en la acera de enfrente del estadio. El gerente les recibió lívido señalando las peanas vacías donde siempre estaban las pelotas a la venta. Tampoco en el almacén había nada.
Cuando la razón de la demora del inicio del partido llegó hasta los periodistas y las radios chisporrotearon de puro placer, todos los oyentes, la gente en su casa, hizo lo mismo, por instinto natural. Y comprobaron que ellos tampoco tenían nada.
Se ofrecieron, en su lugar, balones de fútbol sala, rugby e incluso pelotas de playa. Nada de eso servía para la práctica del fútbol profesional, como sabía todo el mundo. Los balones medicinales tampoco aliviaron la situación.
El partido se suspendió y la Liga de Fútbol Profesional se reunió de urgencia en su sede de la calle Torrelaguna. La primera idea fue rechazada de plano:
– Los fabricamos en masa y ya está.
– Esto no puede quedar así. La FIFA exige una investigación urgente. Revisen las cámaras del estadio, minuto a minuto.
– Creo que usted no ha entendido todavía la dimensión del problema.
Porque el problema era mundial y eso apenas tardó en saberse lo que se tarda en apilar un hashtag. Los balones de fútbol habían desparecido en todas partes y el asunto superó con mucho a los organismos del balompié. El fútbol, sencillamente, estaba demasiado globalizado, se dijeron entre codazos y suspiros nerviosos, y la política temió un pánico masivo que derrumbara la cosa bursátil y, sobre todo, los hábitos de la gente.
– Es más difícil explicar esto que la llegada de aquel platillo volante.
Y esa fue la primera línea de investigación del G20 reunido también de urgencia. ¿Podía estar el extraterrestre gastándoles algún tipo de broma pesada?
– Su comportamiento es ejemplar en los últimos seis meses. Y su actividad cerebral está convenientemente controlada.
La segunda línea de investigación se confió a los mayores expertos en objetos redondos del planeta. Estos, con ayuda de geógrafos y físicos cuánticos, concluyeron que no había anomalía alguna en todo lo esférico que pudieron encontrar y recordar, incluida la propia Tierra que los contenía.
– Estamos dando vueltas en círculos.
La queja, pronunciada por la presidenta Ivanka Trump cuando ya habían transcurrido 43 días desde la desaparición, espoleó a las autoridades a buscar soluciones alternativas. Alguien tuvo entonces una idea brillante:
– No hemos preguntado a la gente del fútbol.
Las mentes más preclaras y los individuos más excelentes de este deporte fueron llamadas a consulta. Las estrellas se encogieron de hombros. Los entrenadores negaron con la mirada perdida. Los mejores analistas y tácticos del juego realizaron largas disertaciones que acabaron en ninguna parte. Finalmente, abajo del todo de la lista, los encargados del material fueron convocados en un discreto despacho. El más viejo de todos, muy veterano, aficionado a la holística y a los sellos, dijo tranquilamente:
– Alguna tripa se ha roto en alguna parte.
Tardaron tres horas y cierta tecnología psicolingüística en extraer de su poderosa mente una explicación inteligible de lo que quería decir:
– La primera opción es que un suceso aleatorio, sin relación alguna con el fútbol y en cualquier parte del mundo, haya provocado un desgarro. Puede ser la enfermedad de una persona, la pérdida de un anillo de boda o una bombilla que se funde y que nadie sustituye. La segunda opción es que haya ocurrido algún pequeño suceso futbolístico de resultado traumático para el conjunto. Eso es lo que ustedes tienen que encontrar.
Se gastaron ingentes cantidades de dinero en buscarlo, porque cada nuevo balón que era fabricado también terminaba engullido por la nada más tarde o más temprano. Por todo el mundo se repararon porterías, se pintaron mejor las rayas de campo, se abrillantaron trofeos, se mejoraron estadios, se restañaron amistades rotas por el fútbol y parejas peleadas por el mismo.
Finalmente, dos años y cuatro meses después de la primera desaparición, cuando el mundo empezaba a acostumbrarse a vivir sin fútbol y los equipos de búsqueda habían viajado miles de kilómetros desatando nudos, las autoridades encontraron un problema terrible, horroroso, muy triste, en la persona de un niño que había renegado del Betis y se había hecho del Sevilla.
– Tiene que ser esto, tiene que ser esto.
Los padres, que habían tirado la toalla hacía muchos meses, explicaron que antes el chaval no se perdía un partido del Betis, ni un entrenamiento siquiera, pero que aquella goleada en aquel derbi le hizo cambiar para que no se rieran más de él en el recreo. Las fechas, comprobaron, encajaban al milímetro.
El presidente del gobierno la explicó la situación al niño en el salón de su casa. Todo el Real Betis Balompié acudió a darle cariño, se le hicieron regalos y se le nombró abonado vitalicio del club. El chaval, entre lágrimas, cedió a los veinte minutos.
– Yo sé que está mal lo que he hecho.
Cuando se fueron, sin estruendo alguno, todo volvió a su sitio en otros veinte minutos. Pero el asunto de la globalización del fútbol sólo podía seguir trayendo problemas.
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