La respuesta te sorprenderá, de Fabiola Yáñez, ha ganado el concurso #UnMarDeHistorias, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola. Su premio es de 2.000 euros. Y Mar de amores, de Ernesto Ortega Garrido, ha quedado finalista y recibirá un premio de 1.000 euros. El jurado que valorado la calidad literaria y la originalidad de las historias presentadas lo han formado los escritores José Carlos Llop y Sergio Vila-Sanjuán, Juan Gómez-Jurado, Lara Siscar y Paula Izquierdo, y la agente literaria Palmira Márquez.
En este concurso podían participar escritores aficionados y profesionales, así como blogueros y usuarios de redes sociales, de cualquier parte del mundo. Para participar era necesario escribir un texto en internet en lengua española que incluyera la palabra MAR. Dicho texto debía ser publicado en internet mediante una entrada en un blog, una anotación en Facebook o un tuit en Twitter. Una vez los usuarios hubieran publicado el texto en sus blog, Facebook o Twitter, tenían que inscribirse, registrándose en el Foro de Zenda en el apartado https://foro.zendalibros.com/forums/topic/un-mar-de-historias-en-zenda/ y difundiendo allí la dirección (la url) donde han publicado el texto. Además, podían difundir su anotación en las redes sociales (Facebook o Twitter) mediante el hashtag #UnMarDeHistorias.
Aquí puedes consultar las bases del concurso.
Relato ganador
Fabiola Yáñez
Van cuatro días de mi mudanza al fondo del mar. O eso creo yo. La verdad, aquí el tiempo parece una ilusión, tampoco es que me sirva de mucho. Los cangrejos que se me acercan para comer no tienen horario de almuerzo, por ejemplo. Vienen y van a su antojo, y yo los recibo desde mi banco de arena, sin inmutarme ya porque es cuestión de costumbre. Allá arriba le tenía pánico a estas criaturitas, aquí abajo más bien me dan igual. Es absurda la cantidad de cosas que ya no me causan miedo. Todo es distinto por estos lados, será cosa del agua.
Me pregunto si me andan buscando ya. Me imagino que sí, mi pobre mamá no aguantaba que la llamara media hora tarde, ni hablar de perderme por cuatro días. Debe estar muy agobiada, me causa pena. Al principio me reí mucho estando aquí. Es que no me pierdo el chiste: yo, anclada en el fondo del mar, cuando ni siquiera sabía nadar en aquellos tiempos, cuando vivía allá arriba. Pablo tiene un sentido del humor bien perverso. Pienso yo que fue su manera de rematarme, ¿eh? Seguro habrá pensado, oye, que si esta tonta sale de este saco, no tiene manera de subir porque la torpe se saltó las clases de natación. ¡Genio!
No queda mucho de mí, después de estos cuatro días. O veinte. O cien. Con la falta que me hace google en estos momentos, ya habría buscado como loca cuánto tiempo voy a tardar en descomponerme por completo. No es que la esté pasando mal aquí, supongo. Está todo oscuro y en silencio: dos características que apreciaba antes, allá arriba. De vez en cuando, si hay suerte, se filtra la luz del sol y los colores son preciosos. Y ayer, o antier, o el mes pasado, me nadó por encima un banco de peces monísimo. De haber tenido brazos, capaz hasta estiraba uno para tocarlos. Lo que me carcome las entrañas (¡y no son los camarones esta vez, jaja!) es no saber cuándo me voy a apagar de veras, de veritas. Allá arriba me leí infinidades de chorradas sobre lo que sucede al morir: que si el túnel, que si el jardín, que si los antepasados. A mí Pablo me apuñaló quince veces (uy, qué enojado estaba) y en una de esas me morí, así nada más. Pero seguía despierta.
Sigo despierta. ¿Dolor? Nada de eso. ¿Cansancio? Ni por asomo. ¿Hambre? Bueno… No, es broma. ¡Cero! ¿Qué hago aquí, entonces? Capaz este es el bendito purgatorio, en donde medito sobre todo lo que hice mal en mis treinta y cinco años de vida y pido perdón, sin juntar las manos en súplica porque se las llevó un tiburón (mal rollo si es así, porque la verdad es que no he estado practicando mucho eso de las cavilaciones). Mi teoría es que cuando se acaben de comer mi tobillo y la parte de mi cráneo que permanece intacta, pues se me van a ir agotando las palabras, voy a ir diluyéndome con el agua salada. Pero, ¿y si no? ¿Y si este es el infierno?
¿Y si no me duermo nunca?
***
Relato finalista
Ernesto Ortega Garrido
Después de horas y horas de llorar a mares, el apartamento se había inundado por completo. Llamé al seguro, diciendo que se había roto una tubería, y me enviaron un chico de color que había llegado a España en una patera y por las noches vendía rosas por los bares. Se zambulló en el salón y se encargó de todo. Achicó el agua, pintó las paredes, restauró los muebles y hasta devolvió al mar los peces que habían aparecido boqueando bajo la cama. Sin embargo, el olor a salitre no se ha ido del todo y algunas noches, cuando la marea vuelve a subir, me regala las rosas que le sobran y me lleva en brazos hasta el dormitorio para que no me moje.
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