Mariló Àlvarez Sanchis, con Noche de cumpleaños, y Mei Morán, con Mecanoscrito de la segunda glaciación, han quedado ganadora y finalista del concurso de historias de superación de Zenda, patrocinado por Iberdrola, dotado con 3.000 euros. El jurado que ha valorado la calidad literaria de las historias ha estado formado por los escritores Espido Freire, Agustín Fernández Mallo, Juan Gómez-Jurado, Paula Izquierdo y Alberto Olmos, y la agente literaria Palmira Márquez.
El primer premio, que ha ganado Mariló Àlvarez Sanchis, está dotado con 2.000 €. El premio para la historia finalista, deMei Morán, es de 1.000 €.
El plazo para participar en este concurso, en el que ha participado más de 600 autores, comenzó el 19 de marzo y terminó el 8 de abril. Iberdrola ha patrocinado este concurso de historias de ciencia ficción con motivo de la puesta en marcha del parque eólico marino Wikinger, un modelo de innovación y tecnología impensable hace años.
A continuación puedes leer las historias premiadas. Al resto de las historias se puede acceder a través de nuestro foro. Gracias a todos por participar.
GANADORA
Noche de cumpleaños
Mariló Àlvarez Sanchis
Leela se encontraba en el salón más grande que había visto nunca. Giraba la cabeza a derecha e izquierda, tratando de abarcarlo todo. No podía ver las paredes que delimitaban el final de aquella sala. Cuadros del tamaño de campos recubrían las paredes blancas, separados entre sí por cortinas de seda. Las baldosas del suelo relucían como espejos y era imposible alcanzar a ver el techo. Tan sólo intuía una pátina brillante, muchos metros por encima de su cabeza. Pero lo que de verdad le impresionaba era el único espacio libre de ornamentos en aquella basta inmensidad: los enormes ventanales que ocupaban una de las gigantescas paredes de aquella habitación.
A través de ellos, podía contemplar un gran vacío negro salpicado por un millar de puntos luminosos como polillas orbitando alrededor de la luz de la habitación. Lo que contemplaba, boquiabierta, era el universo. Sentía el peso de millones de años de historia columpiándose sobre su cabeza mientras el transcurso de la vida la aplastaba poco a poco, convirtiéndola en un ser diminuto e insignificante.
Leela provenía de una familia humilde. Sus padres trabajaban en las fábricas del sector 7, mientras que su hermana y ella asistían al colegio comunitario. En realidad, éste había sido el último año de educación de la chica. Hoy mismo cumplía 16 años y, por lo tanto, cuando acabaran las vacaciones tendría que empezar a trabajar. Aun así, a pesar de la situación, su madre había conseguido sorprenderla ofreciéndole un regalo por su mayoría de edad. No estaba preparada para lo que le entregó, guardado en un pulcro sobre blanco: un billete para el Cuddle, uno de los cruceros más populares de la galaxia. Aunque el precio del pasaje no era desorbitado para cualquier ciudadano de clase media, sí resultaba casi inalcanzable para la gente como ellos. Su madre debía de llevar años ahorrando para ese momento. Aquello era un billete hacia el paraíso.
Allí estaba ella, engalanada con su mejor ropa y rodeada miles de seres extraños, sin un solo humano con el que relacionarse. Por suerte, al menos los camareros blorgons hablaban su idioma. Aun así, se encontraba sola. Pero era normal. Nunca había salido de la Tierra hasta ese momento, y pocas eran las especies que hacían escala en un planeta tan pobre y degradado. Los humanos más ricos se habían apresurado a emigrar cuando tuvieron la ocasión. Por eso, los trabajadores eran prácticamente las únicas criaturas que quedaban en el planeta y, además, se habían visto obligados a refugiarse en el subsuelo debido a la contaminación de la atmósfera.
Leela había nacido y crecido en las profundidades de aquel mundo, así que no conocía nada más, ni siquiera las estrellas, salvo por las fotografías de los gastados libros de texto. Ahora, por fin, podía verlo todo en directo.
Una extraña agitación recorría aquella noche el salón. Al parecer, se trataba de una velada especial aunque, debido a los problemas para entenderse con sus compañeros, la chica no había conseguido averiguar de qué se trataba. Aún así, le hacía ilusión que el día de su cumpleaños se celebrara de manera especial. Aunque la fiesta no tuviera nada que ver con su nacimiento, Leela podía fingir lo contrario.
Asomada a uno de los ventanales, sintió cómo el crucero reducía la velocidad. Parecía que se estaba parando junto a algo. Nunca lo había visto desde ese ángulo, pero sabía lo que era: desde la nave, la Tierra parecía tan pequeña… Podía ver las cordilleras alzándose entre nubes tóxicas y los mares ponzoñosos bañando aquella superficie rocosa. Hacía mucho que la vegetación había desaparecido del planeta, así que, desde aquella distancia, la Tierra era una gran esfera gris y oscura. Hermosa, a su manera.
Mientras contemplaba su casa con melancolía, poco a poco, se hizo el silencio en el salón. Todos se movían como un mar embravecido hacia los ventanales. Pronto, Leela se sintió rodeada y tuvo que apretarse más contra el cristal. Pensó en alejarse de allí pero, al volverse, comprobó que resultaría imposible, con tantos cuerpos a su alrededor.
No sabía por qué todo el mundo había sentido aquel repentino interés por su planeta. Quizás tuviera algo que ver con la celebración de la noche, aunque no recordaba que el día de su cumpleaños se celebrara ninguna festividad… Un anuncio empezó a sonar por megafonía pero, con tanta gente a su alrededor, no fue capaz de entender ni una palabra. Pronto la retahíla cesó, si bien sólo por unos instantes. Al poco, la voz del locutor volvió a recorrer la sala. La chica no entendía sus palabras, pero creyó intuir que estaba contando.
Leela contuvo la respiración, pegándose más al cristal, hasta que pudo ver su aliento empañándolo. La última cifra de la cuenta atrás quedó flotando en el aire y, en ese preciso momento, una llamarada de energía envolvió la Tierra. Una ovación se dejó oír por toda la sala mientras ella se llevaba las manos a los ojos, intentando no quedar cegada por aquel brillante espectáculo. Cuando volvió a abrirlos, se encontró con que, donde había estado su planeta, ya no había nada. Absolutamente nada. Ni siquiera estrellas. La negrura lo había reemplazado todo.
Sin asimilar todavía lo que había visto, se dio la vuelta lentamente y empezó a buscar con la mirada a alguien que pudiera entenderla. A su alrededor, sus compañeros de viaje abandonaban los ventanales y se dirigían a la pista de baile charlando tranquilamente. Desesperada, se aferró al brazo del primer blorgon que vio y le preguntó qué estaba pasando, si había salido algo mal durante el viaje o si se estaba acabando el mundo.
El camarero esbozó su mejor sonrisa, tratando de tranquilizarla: “Oh, no, señorita! No es el fin del mundo. Sólo de Mercurio, Venus, la Tierra y Marte. Ya sabe, se calculaba que hoy, por fin, el Sol agotaría su oxígeno y se convertiría en una gigante roja. Espero que haya disfrutado del espectáculo”. Y se alejó con su bandeja traqueteante.
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FINALISTA
Mecanoscrito de la segunda glaciación
Mei Morán
Alba y Dídac salieron del refugio devastado y subieron a la superficie. Echaron a andar. Con cada paso que daban el hielo seco chasqueaba bajo sus pies como una galleta crujiente. Avanzaron sin percatarse de que habían perdido a la anciana. En una sima un oso blanco la devoraba a dentelladas. Notaron la ausencia de la mujer demasiado tarde. Lo sintieron, pero carecían de tiempo para detenerse. No estaba ya en edad de procrear y hubieran tenido que compartir las pocas reservas con ella. Si se daban prisa llegarían a la zona desconocida antes de que la escasa luz desapareciese en una fría noche de quince horas. Bajaron ateridos por un terraplén helado de aristas agudas, con la muerte en cada cristal. Abajo se les unieron tres mujeres de mediana edad y una joven. Los últimos supervivientes. Él las recibiría a todas los meses posteriores, cuantas veces fuera necesario, hasta que quedasen embarazadas. Tras una marcha penosa sobre un lago congelado, el grupo se adentró en el bosque de carámbanos, para alcanzar, en el sur, la única colina abrazada por unos tímidos rayos de sol, rematada de brotes a punto de germinar.
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Nota: Mei Morán, autora del relato finalista, nos explica que Mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo, fue uno de los libros de ciencia ficción más leídos por los jóvenes en España en su generación y uno de los más importantes de la literatura catalana. «Mi idea era retomar los personajes principales, que nombro tal y como aparecen en el original, y ofrecer una continuación de sus vicisitudes», explica.
Además, añade: «En la tierra se ha producido una glaciación, de ahí mi título, que es un guiño al lector en relación con el título de la novela. Quiero mostrar que ha habido una segunda, una tercera catástrofe en la tierra y Alba y Dídac vuelven a estar al principio de su situación. Son los únicos supervivientes en el planeta; buscan reproducirse para repoblarla. Introduzco nuevos personajes femeninos que facilitarán la tarea». Mei Morán, autora sobre todo de microrrelatos, confiesa que escribir para ella es «un placer, una necesidad».
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