Siempre se recordará a José Luis Garci (Madrid, 1944) como el primer cineasta que obtuvo un Oscar con una producción española —el primer director español en hacerse con el galardón fue Luis Buñuel, que lo consiguió en 1972 con la francesa Le charme discret de la bourgeoisie— y acaso como el responsable de dos magníficas películas, El crack y El crack dos, que en cierto modo dieron por inaugurado el cine negro en España a la vuelta de la Transición. Todo lo que vino antes y todo lo que sucedió después, incluida su aportación al guion de La cabina (Antonio Mercero, 1972), seguramente sean notas a pie de página en una carrera que reúne junto a valiosísimos estudios en torno al séptimo arte la dirección de largometrajes que, si bien en los inicios de su trayectoria gozaron de una amplia aceptación por parte del público y la crítica, en los últimos tiempos pasaron por las salas sin demasiada repercusión. Cineasta de querencias clásicas, con gusto por los planos demorados y un alto vuelo literario en los diálogos, Garci comenzó su trayectoria erigido en cronista de una época (Asignatura pendiente, Solos en la madrugada, Las verdes praderas, Volver a empezar, Asignatura aprobada) para terminar desembocando en una poética que se enfrascaba en los aromas añejos de un pretérito imperfecto, con homenajes personalísimos que no siempre era fácil comprender (You’re the one, Historia de un beso, Tiovivo c. 1950) y adaptaciones de autores como Gregorio Martínez Sierra (Canción de cuna), Benito Pérez Galdós (El abuelo), Miguel Mihura (Ninette) o Ramón Pérez de Ayala (Luz de domingo), sin olvidar la peculiar revisión que hizo de los personajes de Sir Arthur Conan Doyle en Holmes&Watson. Madrid Days.
Pero, con ser eso bastante, no lo es todo. A la hora de repasar la filmografía de José Luis Garci, suele olvidarse un apartado muy reivindicable que no tuvo que ver con la gran pantalla, sino con la televisión, y que se relaciona directamente con la figura de Pilar Miró y su etapa al frente de la Dirección General de RTVE. Miró, que antes de ocupar ese cargo había sido directora general de Cinematografía, llevó a cabo una gestión que fue ampliamente contestada y tuvo que lidiar con dos focos de tensión que partían de lugares distintos, pero desembocaban en una constante tarea de acoso y derribo a su labor en el Ente. De un lado, estaban las obligadas críticas de los adversarios ideológicos, es decir, de Alianza Popular y el periódico Abc; del otro, quienes dentro del PSOE se mostraban afines a las directrices que marcaba Alfonso Guerra y recelaban, por tanto, de las tesis de Felipe González, en lo que era la apertura de un frente que se cerraría no mucho después con la marcha del hasta entonces vicepresidente del Gobierno de España. Hablamos, como ya habrán adivinado los lectores avisados, del tránsito entre las décadas de 1980 y 1990. O, lo que es lo mismo, del breve paréntesis abierto entre la efusividad que se derivó de la recuperación de las libertades democráticas y la resaca que los casos de corrupción y la crisis económica propiciarían antes del cambio de siglo.
Fue la de Pilar Miró en RTVE una época convulsa. Sólo estuvo allí tres años, pero agitó tanto las aguas y tuvo que dirimir tal número de controversias internas que muchos de los proyectos que ella puso en marcha acabaron por ver la luz una vez consumada su dimisión. Fue, a medias, el caso de las Historias del otro lado que encomendó a José Luis Garci y que constituyeron un raro fenómeno en el panorama televisivo de aquellos años. Se trataba de una serie conformada por capítulos absolutamente independientes en los que se exploraban todos los confines de la narrativa de género y procuraban diferenciarse unos de otros en fondo y forma, por más que todos estuviesen bajo la batuta del mismo director. La aventura comenzó en 1987 con el rodaje de Mnemos, un piloto que debía constituir la piedra de toque para saber si el conjunto merecía producirse en su totalidad. Sólo ese capítulo tuvo un presupuesto aproximado de 60 millones de pesetas, lo que entonces era una fortuna y, desde luego, una cantidad inusual para un cometido de esas características, y su emisión en 1988 gozó del suficiente éxito como para que Pilar Miró se sintiera respaldada a la hora de dar el visto bueno a la totalidad del plan de Garci, que se materializaría finalmente en dos tandas. La primera constó de seis capítulos, más el citado Mnemos, que se estrenaron en la pequeña pantalla —Miró se había ido en 1989— allá por 1991. Rodada en cine, contó con una partida de 600 millones de pesetas y su responsable se jactaba de haberla llevado a cabo sin tirar de efectos especiales. Eran, en palabras de su responsable, exploraciones alrededor del concepto de misterio, vinculado siempre a las inquietudes más recurrentes del género humano (la muerte, el amor, la religión) y abordando el enigma desde una vertiente íntima que relativizara o discutiera los condicionantes externos. «Son historias fantásticas», apuntaba Garci por entonces, «que se salen de los límites de la realidad, pero que probablemente podrían suceder».
Hubo en esa primera entrega guiños al mito faustiano, a las distopías que tanto abundan en los arquetipos de la ciencia-ficción y al puro y duro género policiaco. Las críticas fueron buenas y el equipo —Garci trabajaba con sus colaboradores habituales, y contaba en los guiones con el apoyo de Horacio Valcárcel y Juan Miguel Lamet— se puso de inmediato a trabajar en los seis capítulos que restaban para culminar el plan inicial. Lo consiguieron, aunque tuvieron que esperar bastante para mostrárselos al público. La última parte de las Historias del otro lado no se emitió hasta enero de 1996, arrinconada en un rincón de la parrilla y sin obtener la repercusión que merecían su atrevimiento y sus más que aceptables resultados.
Durante mucho tiempo, surgían voces aquí y allá preguntándose qué había ocurrido con esas Historias del otro lado. Por qué TVE no recuperaba uno de los proyectos más peculiares que salieron de sus despachos y qué extrañas razones llevaban a que apenas se tuviera en cuenta la bondad de aquella docena de historias a la hora de referirse a la ficción televisiva española. Por fortuna, el olvido se ha deshecho, al menos en Internet, y los trece capítulos están disponibles para gozo de quienes vuelvan sobre ellos y asombro de los que se acerquen por primera vez a sus fotogramas. Aunque algunos detalles, sobre todo determinadas interpretaciones futuristas, adolezcan hoy de un marcado aire vintage, tanto los textos como los actores como la ambición que se percibe tras los fotogramas convierten la serie en una pequeña maravilla que conviene revisitar. Piezas como El que decide, Mujer con violetas, El gran truco o Delirium ratifican la grandeza de un proyecto que nos recuerda que no todo han sido miserias en la historia de RTVE y que la televisión bien trabajada puede ser un excelente cauce para contar historias que, aun hablando del otro lado, no dejan nunca de hablar de nosotros mismos.
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