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Garriga Vela: el escritor que colecciona casualidades

Garriga Vela: el escritor que colecciona casualidades

Omoshiroi es una palabra japonesa que se puede traducir en español como «interesante» o «divertido». Me encanta por su sonoridad y porque cada vez que la pronuncio hay risas cómplices niponas. 

En esta senda que abro hoy me esforzaré para que lo que escriba (al menos en su primera acepción) aspire a ser merecedora de mi expresión favorita en japonés, aquella que aprendí en Salamanca en una noche calurosa de junio de 1992.

Rumia años las ideas. Toma notas mentales, apunta algún posible arranque. Le puede dedicar una semana a una sola frase y semanas a un folio. Escribe sin rumbo fijo. Le fascina la aventura. La auténtica Literatura, la que nos enseña.

Sus cuentos en Sur, publicados cada sábado y escritos los lunes, son banco de pruebas de las novelas, siempre cortas. No le seducen las historias de más de 200 páginas, ni como escritor ni como lector. No concibe escribir un texto huérfano de la primera persona. Confunde, adrede y porque se divierte, realidad y ficción. Coleccionista de casualidades, porque existen, juguetea con las palabras, con las fechas, con las coincidencias, como si todavía viviera en el bajo de Muntaner, 38.

—Todo esto que cuentas te ha pasado, ¿verdad, Jose?

—¿Tú qué crees?

Sonríe con su mirada azul de niño bueno, también algo pícaro. Y la incógnita no se resuelve. Porque no hace falta. Novela lo que le ocurre, lo que le puede llamar la atención. Convierte anécdotas falsas en historias reales. Su trabajo consiste en que las mentiras parezcan ciertas y la memoria le ayuda a suplir los momentos en blanco. Su vida real está plagada de incidentes. “Es alucinante, alucinante”, repite.

"Vive en un mundo paralelo, lejos de aquí, donde los personajes literarios nunca mueren"

La familia es el centro de su factoría de ficción. Aparecen al menos un padre y un hijo. Se inventa hermanos, tías enamoradizas y ciudades imaginadas en esos viajes de antes donde no sonaban los móviles, donde no sentía la obligación de hablar con la gente y no tomaba fotos. Mejor conservar solo el recuerdo.

Vive en un mundo paralelo, lejos de aquí, donde los personajes literarios nunca mueren. Si por él fuera, las novelas jamás se acabarían. Se encariña tanto con los personajes que no quiere terminarlas. Le cuesta poner el punto final. No tiene prisa por publicar y es feliz escribiendo. Ese placer de ir rellenando los detalles hasta ir agrandando la novela.

Ajeno a la escritura barroca, este amigo del orden que tiene miedo al papel escrito y no al papel en blanco, ejerce de amo de casa y estudia tercero de jardinería. Y se puede tomar el día libre o dos, los que sean necesarios, para ver las películas en la extraordinaria pantalla que le instalaron en su casa. Igual que apenas ha releído los clásicos que le atraparon en su adolescencia y juventud, revisita el cine en blanco y negro, el que le enseñaron sus padres a amar en la doble sesión de los sábados en el cine Emporio de Barcelona y que incluía bocata y sitio asignado. El fabuloso mundo del circo y John Ford sobre todas las cosas: Tres hombres malos (1926) es la mejor película que ha visto en su vida.

"Su nueva obra será algo así como una novela de sus novelas"

Cuando era dueño de bares donde asomaba el Terral, estaba abonado al palco de la escritura noctámbula. Siempre quiso ser escritor, aunque trabajara en un banco, vendiera rosas en el barrio de Gracia o estudiara Derecho en Granada. Millás le dijo un día: “El escritor se forja a partir de los 40”. Ahora tiene 66 años (asoman los 67 en noviembre) y sigue obsesionado con la luna, las ballenas y los micromundos.

Garriga Vela vive en un ático donde se divisa el mar, pero no teclea mirando el Mediterráneo. En una habitación interior de la Axarquía malagueña ha escrito Las horas muertas (Galaxia Gutenberg) que publicará en octubre. El manuscrito tiene 191 páginas y le ha dedicado ocho años. Se iba a llamar Los enterradores, tres tipos como los que salen en la foto de la portada. Y habla de Dublín, personajes de familias con apellido de origen británico, ideas que contó en Pacífico o en Los que no están (el título se lo ganó a Vila-Matas en una apuesta).

Su nueva obra será algo así como una novela de sus novelas. Y como el buscador de oro que es Juan Bonilla, quien le escribe todos los textos de contraportada de sus libros, lleva un año intentando encontrar ideas para su próxima ficción. “La novela está pendiente de mi vida y mi vida está pendiente de la novela”, confiesa. Si se lo encuentran por la calle, ofrézcanle una poderosa frase que le anime a empezar a escribir, que le sirva para que sus devotos y amigos lectores tardemos un poco menos en disfrutar de nuevo de su poderosa narrativa memorialística que nos transporta a La Araña, al cine Emporio o a Puerto Escondido. Seguro que será “alucinante”.

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