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Gaziel, lecciones de periodismo para la guerra

Gaziel, lecciones de periodismo para la guerra

«Son escenas que infunden una congoja indecible, una piedad ilimitada, una tristeza radical y un hastío soberano del mundo. Ninguna, entre las que he presenciado durante el curso de la guerra, me produjo la conmoción de esta horda de lugareños harapientos, medio desnudos, barridos de sus tierras como despojos de basura humana. ¿Qué crimen horrendo han cometido estas gentes? ¿Cuál es su falta imperdonable? ¿Qué mal han hecho?». Lo descrito bien pudiera corresponder a una escena de ayer en cualquier rincón de Ucrania. Sin embargo, ocurrió hace poco más de cien años un poco más al sur, en los Balcanes.

Estamos en la Primera Guerra Mundial, donde los refugiados, al igual que ahora, también fueron desplazados por millones por los efectos devastadores de la guerra. La humanidad avanza, progresa, pero la guerra la hace retroceder siglosAgustí Calvet, Gaziel (1887-1964), más conocido por sus posteriores avatares como director de La Vanguardia, revolucionó el periodismo de guerra. Sus crónicas son todo un referente para los periodistas que hoy nos cuentan, desde Kiev o desde Odesa, la tragedia de una guerra de proporciones aún desconocidas.

"El escritor y periodista Jordi Amat recuerda en el prólogo cómo Calvet, entonces estudiante de filosofía becado en París, se convierte por accidente en corresponsal de guerra"

El Gaziel reportero de guerra fue rescatado por Libros del Asteroide hace ya seis años en una recopilación de sus crónicas bélicas bajo el título De París a Monastir. La sencillez de la narración es la primera lección de Gaziel. El mundo convulsiona a su alrededor y él recurre, en su modesta pensión de Saint-Germain-des-Prés, a lo único que sabe hacer: recoger en su diario cada detalle a su alrededor. «Siguiendo mis buenos hábitos de observador exacto —anota tras tener noticia del estallido de la guerra—, he salido estos días a recorrer el interior de París, con el ánimo de tomar el pulso a la palpitación colectiva provocada por esos faustos sucesos. He abarcado en mis largos rodeos desde los grandes restoranes de moda y las aceras de bulevar hasta los barrios humildes y los antros ingratamente oloríferos de Les Halles».

El escritor y periodista Jordi Amat recuerda en el prólogo cómo Calvet, entonces estudiante de filosofía becado en París, se convierte por accidente en corresponsal de guerra. Y lo hace con las propias palabras de aquel joven catalán afrancesado de apenas 26 años. «El mundo está en guerra, y yo salgo a recorrer nuevos campos de batalla con una sencillez que me asombra a mí mismo».

"Nací al gran periodismo precisamente en un instante extraordinario para sacar partido de la espantosa confusión de los tiempos, con tantísimos pescadores de río revuelto"

Personaje clave para que el estudiante se convirtiera en periodista fue Miquel del Sants Oliver, codirector de La Vanguardia. Explica Amat que la clave de que Gaziel se convirtiera en un periodista de éxito arrollador «era una nueva forma de contar la guerra, cambio suscitado por la Primera Guerra Mundial». Rescata una cita de un artículo de Sants Oliver que sirvió de prólogo a una de las recopilaciones: «El clásico corresponsal de guerra —escribía—, incorporado de una manera fija en el cuartel general, siguiendo en el estado mayor de los ejércitos, abarcando el conjunto de las batallas, ha pasado a la historia (…). Ha surgido un nuevo tipo de cronista, el cronista espiritual de la guerra, que no actúa tanto sobre sus episodios concretos, sobre la descripción minuciosa de los combates, como sobre la repercusión social del estupendo conflicto, es decir, sobre el fondo humano en que se desenvuelve».

Jordi Amat sintetiza la aportación del periodista con precisión quirúrgica: «Lo que Gaziel logró era que el lector creyese que estaba contemplando lo que la crónica contaba».

Al cumplirse los veinte años como periodista, el propio Agustí Calvet explica sus orígenes en la profesión. «Nací al gran periodismo precisamente en un instante extraordinario para sacar partido de la espantosa confusión de los tiempos, con tantísimos pescadores de río revuelto. Era al estallar la guerra mundial, cuando ser francófilo o germanófilo constituía una verdadera, una copiosa, una saneada profesión».

"Una de las claves del acierto de Gaziel, como bien subraya Amat, es la utilización de la primera persona en sus crónicas"

Y en la cita, recogida por Amat en el prólogo, explica con pasión y extraordinario detalle cuál era la situación que se vivía en el mundo: “Con la sangre y las lágrimas de tantos millones de seres humanos —otra vez parece que nos hablara del presente—, se realizaba un inaudito comercio. Se hicieron inmensas, regulares y pequeñas fortunas, comprando y vendiendo armas y mercancías, noticias y opiniones, comentarios y sentimientos. En torno mío, rozándome continuamente, había un mercado inmundo, con apariencias deslumbradoras, idealistas y humanitarias».

Más adelante revela cuál fue su postura —la propia de un periodista honesto— ante tal vergonzante mercadeo de la guerra. «Yo lo atravesé ingenuamente: estuve cuatro años entre miserias, aguanté personalmente una buena parte de ellas, dije lo que eran, no oculté mis simpatías y —sobre todo, ante todo, por encima de todo— procuré exteriorizar infinita piedad, la vergüenza profunda y el inolvidable dolor que me causaba la locura fratricida ente los más grandes y nobles pueblos de Europa. Y esto fue todo: terminada la guerra, volví a mi patria cargado de tristes experiencias, pero con las manos vacías».

Una de las claves del acierto de Gaziel, como bien subraya Amat, es la utilización de la primera persona en sus crónicas. Eso le permite llegar a lo más íntimo del lector, sensibilizarle, tocarle la fibra más sensible, como si quien se dirigía a él no fuera un frío relator de acontecimientos, sino una persona conmocionada por lo que relataba. De hecho, su primera crónica, fechada en París el 9 de septiembre de 1914, llevaba por título Diario de un estudiante en París. Por primera vez aparecía firmado con el seudónimo Gaziel, con el que el periodista pasaría a la historia.

"Tras las crónicas de los Balcanes, el estudiante de filosofía se convirtió en una estrella del periodismo"

Como advertencia previa a los lectores explicaba que «al escribir este diario jamás hubiese imaginado el autor que llegara a publicarse». Se presentaba, se aclara en el prólogo, como un particular que ofrecía de forma casual su testimonio. «Este diario no contiene más que la relación verdadera y simple de los hechos reales y vividos».

Y ahí se esconde otra de las características de Calvet. Su obsesión por la objetividad. «Los neutrales que estamos presenciando “objetivamente” la interesantísima  lucha que se desarrolla (…) debemos guardarnos muy bien de juzgarla a la ligera y según nuestras propensiones y simpatías».

Tras las crónicas de los Balcanes, el estudiante de filosofía se convirtió en una estrella del periodismo, «un periodista/escritor leído masivamente». Incluso en «un creador de opinión», como demostró con su implacable oposición a la dictadura de Primo de Rivera, con su defensa a ultranza de la libertad durante la República, con su exilio forzado tras ser ocupado el periódico por un comité obrero, y con los casi 20 años de silencio periodístico a los que le condenó el franquismo.

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