Amamos la belleza, amamos los buenos libros, amamos la belleza depositada en los buenos libros. Esa belleza nos enseña a sostener la mirada sin arrogancia, pero sin bajar los ojos ni doblegarnos cuando aparece el miedo. Tal belleza está en los libros que nos llevan dando la mano toda nuestra vida para que no temamos la espesura y hallemos claridad en los bosques del infortunio o la decepción, en los que compusieron nuestra imaginación y nuestra ética. Tiene que ver con un convencimiento que se sustenta en el aire de la intuición, y en su empeño. Habla en silencio, su voz es una imagen o una partitura, un gesto o la materia poetizada, coloca nuestro cuerpo simbólico en la exacta dirección, en el ángulo exacto donde se percibe lo que de otro modo pasaría desapercibido y es, sin embargo, lo crucial, lo imprescindible. Conocemos esa experiencia, su palabra, la palabra que cuando cae sobre la tierra derrama un universo de sentido. Pienso en la poesía, en la filosofía diciéndonoslo, no se muere en los brazos de la belleza si no aprendemos, paso a paso, instante a instante de ella, la belleza no es un lugar al que van a parar los cobardes, la poesía derrama la libertad como un gran fuego, no se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero. Los libros que guardan esa forma de entender y de existir son la lámpara encendida para que el pensamiento no se apague. Y si el pensamiento tiembla como la luz de esa vela, querremos compartirlo. Porque el arte de la conversación interior, es decir, la reflexión, como el del paseo y el viaje, tienen la misma tonalidad que la amistad y desde el ensimismamiento creador lleva al espacio de lo común con naturalidad raciopoética. No es necesario poner ejemplos, pero sí hablar de qué propicia una colección de libros como Palabras Hilanderas.
Así comienza Palabras Hilanderas, dispuesta a unir en tiempos de hilos rotos y palabras vacías. La violencia es una veta miserable que cubrimos con canciones, nacido del poema al que me he referido, parte del texto fundacional de Europa, la Ilíada, sosteniendo que la lectura que del poema homérico se ha hecho, y que ha avalado, de algún modo, una cultura y una civilización, ha esquivado su sentido profundo, pervirtiendo el significado de imágenes y conceptos. Quizás si fuéramos capaces de limpiar tanta tradición no cuestionada e ir a las raíces del poema aún estaríamos a tiempo de obrar esa revolución en el espíritu capaz de destapar la violencia estructural que trae todas las demás violencias, también la de la frustración y la resignación. Laura Freixas elige, con la sinceridad que caracteriza su escritura, Sylvia Plath y Ted Hughes, ¿genio y musa?, ¿genia y muso?, ¿genia y genio?, para señalar que acaso las palabras que definen y trazan los destinos de hombres y mujeres en circunstancias idénticas —amor pasional o romántico, genialidad, triunfo— arrastran una herencia valiosa para ellos y una derrota trágica para nosotras. Mercedes de Vega, en Una historia desconocida, Marie Jelen, toma entre sus dedos narradores la fotografía de una niña judía asesinada en el Holocausto para darle voz y biografía a los millones de seres humanos a quienes la historia se las roba, desenterrando esa memoria común que reaparece si no somos capaces de responsabilizarnos del duelo que hemos de hacer como sociedad. La maravillosa complejidad de la poeta brasileña y narradora del pensamiento es abordada por Luciana Prodan en Clarice Lispector, pararse sobre los escombros, en un sutil ejercicio de sororidad en el que, con rigor de buena conocedora y estudiosa, nos invita a entrar en la obra inabarcable de Lispector desvelándonosla como espejo de un viaje personal donde se reflejan cosas que evitamos porque no hacerlo significa tomar decisiones sobre nosotras mismas. José Manuel Lucía Megías se acerca, con elegancia, a esa suerte de nota a pie de página en los estudios sobre el autor del inmortal Quijote para entregarnos Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes, monólogo teatral en el que Catalina de Salazar toma, por primera vez la palabra propia, ante nuestra sorpresa. La versión de Nureyev del ballet Romeo y Julieta es la puerta que atraviesa Eduardo Blázquez Mateos para llevarnos a Julieta es un jardín (con un bosque interior), donde con su erudición y estilo característicos, nos guiará por el laberinto de las imágenes y los mitos, la pictografía y los jardines simbólicos, donde tal vez Julieta sea el movimiento cósmico de la naturaleza y sus metamorfosis. Y Soledad Córdoba, en diálogo con Zara Moya, comisaria de su “Trilogía del alma”, nos deja entrar en el gran misterio de todo proceso creativo compartiendo el suyo propio en Tránsito por los estados del alma: Cuaderno de viaje.
Las cubiertas de todos los libros que formarán la colección “Palabras Hilanderas” son obras cedidas por sus creadores y creadoras, para que cuando leamos cada libro la piel del alma se impregne de esa belleza con la que comenzábamos a escribir esta presentación, la que nos ha traído hasta aquí. De modo que gracias infinitas, por orden de aparición en este primer semestre, a Marga Villaverde (mintchocollage), Rosana Acquaroni, Roberto Carril Bustamante, Francisco Prodan, Miguel Rep, Eduardo Blázquez Mateos y Soledad Córdoba.
Seguirán hilando palabras hilanderas José Luis Rodríguez Zapatero, Mercedes Gómez Blesa y Luis Martín, ofreciéndonos el universo borgesiano desde la fidelidad de un lector de Borges, las estéticas de la ausencia o ciertos textos jazzísticos que estaban esperando este momento para dejarse oír.
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Palabras hilanderas es una colección de libros de ensayo dirigida por Marifé Santiago Bolaños. Las editoriales Huso y Cumbres se han unido para lanzarla y ya han salido los dos primeros libros, el de Marifé Santiago Bolaños y el de Laura Freixas.
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