La historia victoriana, como cualquier otra época, está tejida con la urdimbre de vidas notables y vidas que fueron borradas, de forma deliberada o casual. A veces llega a suceder que una sombra ingente ha empañado la biografía de un hombre notable. Este es el caso de Leslie Stephen, un intelectual de la época al que debemos la concepción de la magna obra Dictionary of National Biography, notables logros de primeras ascensiones en el alpinismo y hasta el apadrinamiento de valores literarios en ciernes que acabaron encaramándose al trono de la literatura universal, entre otros Henry James.
Resulta pintoresco que una figura de su calado haya desaparecido del panorama de la época fuera del Reino Unido y solo aparezca citado en última instancia en los créditos de la historia, como un actor de reparto de tercera categoría, por ser el padre de Virginia Woolf.
La ingente figura de su hija empequeñeció su meritoria lista de logros hasta ningunearlo.
En alguna publicación reciente se insinúa un dudoso mérito de Leslie Stephen: el de que su sombra se extendió como una negra mancha sobre el destino de Virginia Woolf por su profesión de una religiosidad rigurosa, por la represión y el autoritarismo de los que hizo gala en su vida doméstica. No es cierto. De hecho, renunció a sus votos y a su puesto de tutor en el Trinity College al advertir que había perdido la fe. Fue autor del ensayo Apología de un agnóstico que, como el resto de sus numerosas obras, nunca fue traducido al castellano.
Miembro de una familia influyente, tras su renuncia a las órdenes y a su puesto de docente en 1864, trató de abrirse camino en las publicaciones periódicas de la época como escritor, bajo la tutela de su ilustre hermano, James Fitzjames Stephen. El famoso verano del accidente de Staplehurst y del Matterhorn o Cervino no llegó a reunirse con Charles Dickens para ofrecerle sus servicios, como tenía previsto, pero ya había comenzado a colaborar en la publicación rival de la época, Cornhill Magazine, cuyo primer editor fue el escritor William Makepeace Thackeray.
Leslie Stephen contrajo matrimonio con la hija pequeña del escritor, Minny Thackeray, en 1867. Se mudó a la casa familiar de Onslow Gardens, donde su esposa residía con su hermana, y se convirtió en el tutor legal de su cuñada, la escritora Anne Isabella Thackeray (luego Ritchie), lo que supuso un interminable quebradero de cabeza para Stephen, un hombre que se autodefine en sus memorias como un ser «en carne viva» (skinless), nervioso y obsesivo.
El matrimonio Stephen tuvo una hija, Laura, hermanastra de Virginia Woolf y muy pocas veces mencionada en la historia familiar. Durante el verano de 1873, que la familia pasó en los Alpes, ya era evidente que la niña había nacido con un problema «mental», según confiesa su padre en sus escritos. En el libro Mausoleum Book, que Leslie Stephen dejó escrito en las semanas previas a su muerte, a modo de testamento sentimental para sus hijos, se refiere a ella repetidamente como «mi pobre Laura». La muchacha convivió muy poco con la familia. De hecho, pasó parte de su vida adulta internada en una institución para lo que en la época se englobaba bajo el difuso concepto de «idiota». Su dolencia despertó la insaciable curiosidad de Stephen por una nueva ciencia en ciernes: la psicología.
La genealogía de los Thackeray es otra de las genealogías victorianas con sombríos antecedentes. La madre de Anne Isabella y Minny pasó gran parte de su vida internada en una institución por desequilibrio mental, tras un intento de suicidio en 1840, justo después del nacimiento de Minny. Thackeray tampoco podía calificarse de un modelo de equilibrio; ludópata y pendenciero, volcó parte de sus vivencias en su Barry Lindon.
Por lo que respecta a Leslie Stephen, tras la prematura muerte de Minny en 1875, contrajo matrimonio con Julia Duckworth, musa de pintores prerrafaelitas, y ya viuda a su vez, con tres hijos a su cargo, fruto de su primer matrimonio. La nueva pareja sumaría otros cuatro hijos más, Vanessa, Thoby, Virginia y Adrian a sus respectivas proles.
En cuanto a la sombra de Stephen, podríamos afirmar que se proyectó en sus hijos de forma desigual: en el talento literario de Virginia, en el privilegio de la concurrencia de escritores, políticos y pensadores fundamentales de la época en la casa familiar, y también en forma de trastornos de ansiedad.
Es famosa la anécdota de que tan obsesionado estaba Leslie Stephen día y noche por la sombra de la bancarrota familiar que sus allegados organizaron en una ocasión una colecta para ayudarlo a reponerse de una inminente ruina que él calificaba de cierta e ineludible, pero que no fue sino una exageración, narrada con una verosimilitud escalofriante, producto de su frágil sistema nervioso y elocuente pluma. Obviamente, no aceptó la considerable suma que se había llegado a reunir para socorrerlo.
De Julia Duckworth, alabada por Henry James por mantener el equilibrio en un clima doméstico de perpetuo naufragio, y que tenía aspiraciones literarias (fue autora de un cuento para niños que su esposo nunca logró que fuera publicado y de una obra muy popular en la época, Notes from Sick Rooms, un manual para el cuidado de enfermos), Virginia Woolf no heredó aparentemente nada, salvo su porte majestuoso y elegancia.
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