España es una gran nación, eso es España, que ha pasado por una crisis económica, pero que tiene bases, es un gran país y tiene españoles.
(Mariano Rajoy Brey)
“¿Vivimos peor que nuestros padres? Ana Iris Simón cree que sí”, aseguraba el periodista Manuel Jabois el domingo 30 de mayo en el diario El País. La reciente irrupción en la vida pública de Ana Iris Simón, periodista nacida al filo de los años 90, y de su libro Feria, en el que añora (y, posiblemente, idealiza) la vida de sus padres, ha agitado el patio. “En la generación de mis padres y mis abuelos, el horizonte era el progreso. En la mía está la quiebra y la no confianza en ese progreso”, había declarado unas semanas antes la autora, metida a socióloga, en una entrevista aparecida también en El País (11 de abril de 2021).
Hasta ahora.
Me pregunto si esta generación (para la que el Generalísimo Franco es un personaje de la misma naturaleza que el Hombre del Saco) no habrá salido tan quejosa por haber crecido con unos padres que le encontraban mérito a hacer hijos, y eso que está al alcance de cualquiera. Más que hacer hijos, los diseñaban con mimo. Al fin y al cabo, fueron los primeros españoles que tuvieron sólo los hijos que quisieron tener, cuando les dio la gana tenerlos y no cuando Dios se sirvió enviárselos, que era lo que venía pasando hasta entonces: que las criaturas las traía una inoportuna cigüeña, siempre a deshora y, lo que es aún peor, con una frecuencia inquietante. En la new age de hijos on demand, los hijos se sueñan y después se encargan; de este modo no sólo nacen con cuentagotas, sino que nacen depositarios de una desmesurada new hope que el tiempo, simplemente, revela infundada: aquellos primeros hijos on demand son hoy adolescentes treintones que pasaron de chupar del biberón a chupar del botellón y que son tan maravillosos —o tan vulgares— como lo ha sido todo cristo desde el principio de la Historia. Nada especial. Eso sí, los miembros de las generaciones anteriores nunca esperaron gran cosa de sí mismos ni de la vida (del futuro ni hablamos: es que ni se lo planteaban). Simplemente tiraban, y Dios dirá. En otras palabras, que igual los actuales treintones están súper-titulados, pero de ningún modo tan súper-preparados como el redoble de los media pretende hacer creer.
Además de la juventud de sus padres, Ana Iris Simón se idealiza ella. En la entrevista antes citada declaraba considerarse “bajita” y con “cara de cría”, una declaración bastante sorprendente, así como formar en el grupo de los que ejercen “profesiones liberales, o que tienen que ver con la cultura urbana”, un grupo de “pobres con iPhone, Netflix, Tinder y Glovo”. Es fácil deducir que Ana Iris Simón tiene las cosas claras. Para resumir, que en el mundo hay altos y bajos, así como ricos y pobres, y que en ambos casos ella forma entre los segundos, vaya por Dios: bajita y pobre. Mala pata. Lo malo de conceptos como “pobreza”, “riqueza”, “altura” y “bajura” es su elástica subjetividad, es decir, que dependen del punto del vista del observador, así como de sus estereotipos y expectativas, más que de cualquier otra cosa. ¿Es “bajita” Ana Iris Simón? Pues no sé, depende. Igual, comparada con ese pequeño gran hombre que es Emilio Gavira resulta una giganta. ¿Tiene “cara de cría”, de ánima en pena o de coliflor? Tampoco lo sé, y ponerme a especular sobre el tema se me antoja una frivolidad. Ella, en todo caso, se ve así, y también “pobre” (lo que me indica que aspira a ser “rica”), “pobre” pese a contar “con iPhone, Netflix, Tinder y Glovo”, unas cosas para “ricos”, parece, (y para “altos” y con cara de “personas mayores”, parece también), de las que servidor sólo ha oído hablar (pese a ser “rico”, “alto” y tener cara “de persona mayor”. Bueno, uno no sólo ha oído hablar de Netflix: sus sobrinos lo han apuntado durante algún confinamiento de estos que hemos venido padeciendo y ahora no hace otra cosa que ver series pedorras y documentales de los Rolling Stones. “I can’t get no. No satisfaction. Oh no, no, no. Hey, hey, hey”).
En fin, que mañana más. Y ahora, a la cama y a apagar la luz (que está muy cara).
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