Las novelas, o al menos las mías, no se escriben en uno o dos años, ni siquiera en más. A menudo tardan una vida en gestarse; y la escritura física, o sea, ponerlas sobre el papel o la pantalla del ordenador, sólo es la parte final de un complicado proceso. En términos generales, según su capacidad narrativa y su talento, un novelista escribe con lo que imagina, con lo que ha leído y con lo que ha vivido. Quien no trabaja con esos materiales, o miente, o no son suyos y debe robarlos a otros. Un escritor de relatos más o menos extensos –me refiero al profesional, no a quien lo hace de forma casual o esporádica– vive con un mundo complejo de historias que lo acompañan y fraguan mientras crecen y se transforman. Ésa es su seña de identidad. Algunas de tales historias llegan a buen término y acaban por ser escritas con más o menos fortuna. Otras desaparecen, cambian con el tiempo o no llegan a ser escritas jamás y mueren con quien las imaginó.
Uno de mis bisabuelos era ingeniero de minas. Con el tiempo trabajó en Linares, donde nació mi abuela, y luego se trasladó a Cartagena para ocuparse de otras explotaciones mineras. Nunca viajó a América, pero sí lo hizo un compañero suyo, íntimo amigo desde que estudiaron juntos en la escuela de ingenieros de minas de Madrid. Al amigo lo destinaron a México para trabajar en el norte del país, y allí estaba cuando estalló el primer episodio de la que sería la larga y sangrienta revolución mexicana. Durante un par de años, el amigo de mi bisabuelo le escribió cartas en las que narraba los sucesos de los que era testigo. Esas cartas, leídas y comentadas después en mi familia, me acostumbraron a palabras como revolución y nombres como Zapata y Pancho Villa. Siempre les presté, desde entonces, atención especial. Cuando mucho más tarde empecé a viajar a México visité lugares, compré libros y hablé con ancianos que habían vivido aquella época. Y así, poco a poco, sin más intención que conocer mejor las historias que mi abuela me contaba, acabé reuniendo abundante material sobre el asunto.
Un día, como siempre ocurre, la novela, o la posibilidad de escribirla, se concretó del modo con que ocurren estas cosas. Vi clara una historia que contar y consideré que era momento adecuado. Y fue ahí donde la memoria infantil, lo leído y la vida vivida, o la mirada que esa vida dejó al novelista que ahora soy, se mezclaron de modo conveniente. Había un elemento que vertebraba el relato: el proceso de iniciación, el descubrimiento asombroso de la extraña geometría del caos y la violencia. Un peligroso recorrido, en plena revolución mexicana y en contacto con quienes la hicieron, que lleva a un joven ingeniero, cuya formación es más técnica que cultural o literaria, a intuir primero, y confirmar después, las reglas implacables que rigen el cosmos, la naturaleza, la vida y la muerte. La guerra, en fin. El horror, el amor, la lealtad, la condición humana en lo mejor y lo peor, como aprendizaje. Como fría escuela de lucidez.
En todo eso, como el novelista que soy, hice trampas. Metí en la baraja cartas que conocía bien. No es una historia por completo real ni por completo imaginada, pero hay algo que la recorre por debajo, de principio a fin, que extraje de mi propia mirada. Mientras escribía esta aventura, casualmente al principio y luego de modo deliberado utilicé recuerdos personales, parte de mi propia juventud, para dar espesor narrativo al personaje protagonista, el joven cuya inocencia original se transforma en los años revolucionarios hasta convertirlo en alguien diferente al del punto de partida: el ingeniero de minas que el 8 de mayo de 1911 escucha un disparo lejano que cambiará su vida y su mundo para siempre. Es cierto que casi ninguna de mis novelas –excepto tal vez El pintor de batallas y Territorio comanche– es autobiográfica, pues todo, incluso la realidad más concreta, acaba diluyéndose en la ficción literaria, como debe ser. Pero también es cierto que hay novelas más autobiográficas que otras. En este caso, el protagonista de Revolución mira el mundo como a los veinte años lo miraba yo. Y hay lugares de los que nunca se regresa del todo.
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Publicado el 24 de septiembre de 2022 en XL Semanal.
Quizás de ningún lugar se va uno del todo. Pero eso quizás se descubre cuando ya eres viejo y la nostalgia lo invade a uno por completo. Quizás tampoco nos vamos nunca de los lugares de nuestros ancestros, como de Linares, aunque no hayamos estado nunca en ellos. Memoria colectiva que se dice.
Compartir con los lectores el mecanismo mental o intuitivo de la construcción de sus novelas es de agradecer y revela un gran trabajo, años de reposo y de composición callada y documentada. Como todo, nada es por casualidad y por inspiración del momento y sin esfuerzo. Todo, nada… valores absolutos a los que no estamos acostumbrados en esta sociedad relativista.
Me quedaré con mi intriga, seguramente. Intrigado estoy por «El pintor de batallas» y su carácter autobiográfico en un porcentaje que no nos ha querido desvelar usted. Quizás, ni usted mismo lo sabe. Y me intriga porque la leí de un tirón, con una extraña sensación surrealista de sueño o pesadilla entre desagradable, absurda y real a partes desiguales. No me sentí identificado con el protagonista o quizás no quise identificarme con él. Ahora que lo recuerdo y en un momento en el que estoy pintando mi cuadro final, tampoco lo hago. El final también me dejó un amargor mental indefinido. Seguramente, con mi intriga me quedaré.
También decirle que, siempre bajo mi punto de vista, no necesariamente las mejores obras son las autobiográficas. Aunque quizás todas lo sean o lo quieren ser, que para el caso, da lo mismo.
Leeré su nueva obra. Favor que nos hace escribiendo. Saludos.
Será interesante, al leer esa nueva obra, ver el mundo como lo miraba el autor, según confiesa, cuando tenía veinte años. Tal vez ello nos de pistas de como se embarca uno en la profesión arriesgada de reportero de guerra. O nos muestre la frescura impactante de descubrir el mal y la maldad pie a tierra sin intermediarios. O atisbar si en el Reverte de hoy hay algunos signos del estrés postraumático que seguro sentiría tras aquellas atroces imágenes y esas terribles vivencias. Y desde luego, casi seguro, volver a sentir los estragos del amor y los brotes de la sensualidad en un alma joven.
Autor y lectores ya llevamos, juntos, un montón de lecturas, impresiones, supuestas verdades, decepciones, momentos joviales y amargos y, también, numerosas pérdidas. Abramos la ventana y dejemos pasar algo de ese aire libre y de estreno de la juventud. Ya hay ganas…
Me asombra que haya hecho fortuna el término ‘revolución’ para designar sucesos históricos que mejor podrían haberse llamado ‘guerra’. Lo que se ha llamado Revolución mejicana fue una guerra civil que duró desde 1911 hasta 1919, más o menos. Incluyó dos invasiones norteamericana de territorio mejicano, decenas de rebeliones, golpes de Estado y redujo a Méjico a cenizas. La cifra de un millón de muertos que habitualmente se da tal vez sea exagerada, pero fue una guerra brutal. Su fase álgida, la guerra entre villistas y carrancistas, fue una matanza en la que no se hacía prisioneros. La toma de Zacatecas en 1914 costó en un día 10.000 muertos, entre combatientes y prisioneros ejecutados. La vesania fue extremada. El general villista Fierro organizaba lo que llamaba «la fiesta de las balas», en la que él mismo llegó a ejecutar a 300 prisioneros. Al general Inés Chávez le encantaban las ejecuciones con banda de música, a otro le encantaban las corridas (a algunos sacerdotes españoles los mataron así en 1936) y no faltaban los que intimaban a las autoridades a entregar a las vírgenes para solaz de los buenos revolucionarios. Villistas (al principio) y carrancistas ni siquiera respetaban el sagrado y saquearon iglesias y mataron curas a tutiplén, al contrario que los indios de Zapata (una de cuyas motivaciones fue luchar contra el anticlericalismo masónico de Carranza y Obregón). Los ejércitos revolucionarios competían por el reconocimiento diplomático de Estados Unidos, que apoyó con armas y dinero a los revolucionarios, como ha sucedido siempre en su patio trasero, la antigua América española. Jean Meyer define a los ejércitos revolucionarios (el del gobierno también lo era) como compañías dedicadas al negocio de la explotación y el pillaje del territorio que ocupaban.
Los yanquis, empezando por el escritor revolucionario John Reed y acabando en Hollywood, idealizaron la Revolución como un suceso romántico, pero no lo fue. Antes de la Revolución, Méjico casi había logrado librarse de la deuda exterior que arrastraba desde la independencia y se estaba recuperando de un siglo de guerras civiles. Con la Revolución, Estados Unidos aseguró su tutela de Méjico, alejó a los europeos del mercado y el petróleo mejicanos y se aseguró materias primas baratas y la importación a bajo precio de los productos agrícolas mejicanos durante su intervención en la Guerra Europea. No fue una revolución, fue una matanza, una desgracia para el lindo y querido Méjico, fue un asco.
Y luego que hablen mal de la época de su pertenencia a España… que fue su mejor época. Despotrican de España y no de USA que los convirtió en esclavos. ¿Perdón de qué? Que les pidan perdon a los yanquis… si se atreven. Es fácil y cobarde meterse con el bajito y con gafas y no con el primo de zumosol.
En efecto, pero no todos hablan mal de España. No los más cultos. Alguien dijo que no se conoce España si no se conoce Hispanoamérica, y estoy de acuerdo. Los españoles somos sólo una pequeña parte de un mundo hispánico que los mejicanos deberían haber dirigido; al menos, tenían todas las papeletas en 1822. Pero, amigo, sus clases dirigentes han sido tan pésimas como las nuestras. Llevan dos siglos destruyendo su país y aún no lo han conseguido. Por desgracia, los españoles tenemos una imagen de Méjico dibujada por los gringos, llena de estereotipos. Igual que los escritores románticos que viajaban a España y la describían como un país de bandoleros, curas, majas y toreros.
Recomiendo encarecidamente :
Heroic Mexico-The Violent Emergence of a Modern Nation
by William Weber JOHNSON
Hablan mal de la conquista, del expolio, de destruir culturas distintas, de convertir sus dioses y creencias en doblones de oro, en esclavizar y destruir con enfermedades, trabajo brutal y castigos etnias entera ( los primeros: las tribus de Cuba y las islas caribeñas). Y la época de su «pertenencia» a España, que le dio a Mexico? Autos de Fe de la Inquisición? Una lengua superior al nahuatl? La Leyenda Negra de España no se limita a los abusos de los Tercios en Flandes, el «Dia de la Raza» es celebrado en las Americas como el comienzo del exterminio de las razas originales del continente americano.
Esperando la publicación de Revolución me decidí por «Las ciudades perdidas del antiguo México, de J. Sabloff».
Me ha hecho entender mejor el México de la época, incluso el actual.
Hay culturas que merecen ser cuanto menos corregidas, si no erradicadas.
La leyenda negra es eso precisamente, una leyenda. Si empleamos el color negro para calificar las conquistas españolas, ¿qué color nos queda para calificar las anglosajonas?
Don Arturo no sé si es intencionado o no, pero leyendo esto dan unas ganas inmesas de leer su novela
Lo malo de las revoluciones, es que los sublevados al final se vuelven igual o mas tiranos que los que han derrocado. Tendré que leer esta novela en cuanto pueda.
Rebelión en la granja. George Orwell.
Es usted implacablemente sincero.
Volvi hace poco de Carballo para conocer el pueblo de mi abuelo Entre Cruces.Fue un viaje lleno de emociones.
Gracias.
Perez-Reverte, que nos puede decir, de las frases muy utilizadas por periodistas, como son «las temperaturas se han desplomado», estas bajan con mas o menod rapidez, nunca se desploman.
Otra cualquier suceso mas o menos importante, el periodista que da la noticia si esta en el lugar de los hechos dira la maldita frase «estamos en la zona cero», vaya estupidez.
Otra estupidez «se han disparado todas las alarmas», no creo que sea asi.
Saludos
Siempre he tenido la duda de por qué las alarmas se disparan entre sí y si le disparan a otros, también.
Que tal!! como mexicana me llega tu historia Arturo Pérez Reverte, y tampoco estuve en la revolución mexicana, pero gente muy cercana la vivió, te deseo mucho éxito.
Soy una admiradora de Perez Reverte. Me gusta su estilo directo y como comenta sus obras sobre el telón de su face de creacion
Será que oye un disparo lejano. Sr. Reverte, ¿también usted se ha contagiado de la pandemia de escuchar en vez de oír?