Fotografía: Raquel Loredo
Cierra los ojos y ríndete a tus sueños más oscuros
Purga tus pensamientos de la vida que conociste antes
Cierra los ojos y deja que tu espíritu comience a elevarse
Sucedió una fría noche de mediados de marzo de 2015 en el Her Majesty’s Theatre del West End de Londres, donde se representaba, como cada noche desde hacía veintinueve años, El fantasma de la ópera, el musical del genial compositor Andrew Lloyd Webber. Yo tenía vagos recuerdos de una antigua adaptación cinematográfica del fantástico libro de Gaston Leroux, pero ni de lejos podía imaginar lo que estaba a punto de ver. Recuerdo las butacas, de tapicería roja y antigua, y el ambiente que envolvía el anfiteatro desde el Grand Circle, con el intrigante escenario, oculto tras unos espesos cortinajes. En los laterales, unas doradas esculturas de Perséfones perseguidas por Hades modelaban un siniestro y sugerente ascenso hasta el mismo techo del teatro. Por el altavoz sonaron las indicaciones. Luego se apagaron las luces y ante nosotros apareció una gigantesca lámpara de araña, la famosa lámpara que se desploma sobre el público en la fascinante obra. Cuando la función empezó ya estábamos todos dentro de la historia, con Aníbal triunfante, La Carlotta desafinando y las esclavas danzando alrededor. La impactante puesta en escena, el colorido y la magistral música llenaban todos los espacios. Los espectadores nos dejamos envolver por el misterio, el drama, y también el humor.
La noche agudiza los sentidos
La oscuridad despierta la imaginación
En silencio, los sentidos abandonan sus defensas
La novela en la que está inspirada es una obra gótica de 1910, publicada por entregas en el diario Le Gaulois, que encandiló al público de la época, ávido de esa clase de historias que mezclan terror con pasión, como lo había sido Drácula, de Bram Stoker, o El jorobado de Notre Dame, de Victor Hugo. Se sitúa en la línea de la La bella y la bestia, de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, donde un protagonista atormentado, como es nuestro fantasma Erik por la deformación en su rostro que siempre oculta bajo la icónica máscara, demuestra que también es capaz de amar. El carismático personaje central de la obra es un genial arquitecto, inventor y compositor atrapado en su inframundo, que muestra ternura y compasión hacía la protagonista femenina, Christine Daaé, a la que ha tomado por su pupila y amante en su reino de oscuridad. Pero también es un criminal que bordea la locura. Un monstruo que anhela la belleza. En ese equilibrio emocional está la clave de la pasión que desde el siglo pasado ha despertado esta obra, en sus innumerables repretensiones por todo el mundo y sus adaptaciones cinematográficas.
Deja que tu mente inicie un viaje por un mundo nuevo y extraño
Deja todos los pensamientos de tu anterior vida
Deja que tu alma te lleve donde anhelas estar
Sin duda, Gaston Leroux, que sabía muy bien qué teclas tocar para atraer al público y conocía los secretos de París, usa todos estos ingredientes, y además introduce algo que casi siempre resulta irresistible para el lector: la base real sobre la que aseguró que partió para escribir el relato. Existió un río subterráneo que pasaba precisamente cerca del Teatro de la Ópera Garnier, donde transcurre la historia, que Napoleón III mandó construir tras un atentando anarquista dirigido contra él en 1858. El edificio se construyó sobre las aguas de aquel río, y justo allí se dispuso un gran depósito de agua, que toma Leroux para recrear el hogar del fantasma. La caída de la lámpara también sucedió en realidad, el 20 de mayo de 1896, cuando la estructura de más de ocho toneladas se precipitó durante una representación, causando una gran conmoción. Asimismo, el personaje La Carlotta está inspirado en la gran diva el Palacio Garnier, Adelina Patti, que rivalizó con otra de las grandes voces soprano del momento, Christine Nilsson de origen más humilde, en la que seguramente se fijó Leroux para recrear a Christine Daaé.
Nuestro invitado de hoy en Zenda es precisamente ese Fantasma de la ópera del Her Majesty’s Theatre que yo vi actuar hace ahora seis años: Gerónimo Rauch, un prodigioso intérprete que lleva casi toda su vida pisando escenarios y ha sido galardonado ya con varios prestigiosos premios como actor y cantante. Antes de vivir a caballo entre España y Londres ya era muy conocido en Argentina, país en el que nació y donde tenía su propio grupo musical, llamado Mambrú. Su increíble voz le hizo ganar siendo muy joven un concurso de talentos, y unos pocos años después su carrera empezó a despegar de forma meteórica cuando en 2007 interpretó el papel de Jesús en la extraordinaria opera rock Jesucristo Superstar, y de Jean Valjean en Los miserables. Poco después el artista llamó la atención del productor Cameron Mackintosh tras escuchar una de sus audiciones, y le ofrecieron ir al West End de Londres, donde representó Los miserables y posteriormente El fantasma de la ópera. Recientemente ha protagonizado en nuestro país el papel Rob J. Cole de El médico, adaptación musical de la novela de Noah Gordon. Además, ha grabado dos discos, uno de ellos reversionando canciones de The Beatles.
Una de los mejores regalos de la plasticidad es su cualidad para permitir viajar de la literatura a la música, del mito y la fantasía a la realidad, sin saber muy bien dónde acaba una cosa y empieza la otra. Ni falta que hace tampoco. De lo contrario no nos podríamos perder del todo, y qué sería de nosotros si no pudiéramos aferrarnos.
Cuando podamos regresar a la vida, lo primero que haré será viajar a Madrid. Y lo segundo comprar las entradas para poder ver de nuevo actuar a este prodigio del canto. No duden ustedes tampoco en hacerlo cuando se presente la ocasión. Lo recordarán siempre.
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—Estimado Gerónimo: lo primero de todo, ¿cómo se están viviendo las cosas en los escenarios con la maldita pandemia? ¿Has seguido actuando?
—La verdad es que yo tenía un año muy prometedor en el 2020, con conciertos en Argentina, Perú, México… Teníamos también la temporada de El médico en Barcelona… y la verdad es que todo se cayó. Lo único que seguimos manteniendo fue el proyecto de Versus con Daniel Diges, en streaming primero, y pudimos dar el concierto de cierre el pasado 28 de diciembre. El viernes pasado hice una actuación en solitario en un espacio nuevo en Madrid que se llama Garaje Lola, a piano y voz, algo muy íntimo y simple, que creo que va a ser el proyecto que voy a tener mientras espero las cosas más grandes que se han frenado. Yo soy partidario de seguir apostando por la cultura y seguir proyectando, a pesar del virus y sin contar con él, en mis sueños y en mis proyecciones. Después, si se caen se caerán, pero me gusta proyectar sin pensar en el virus.
—¿Cuándo y cómo supiste que lo tuyo era la música? ¿Te enseñó alguien, o te inspiraste en alguien en particular? ¿Dónde te formaste?
—Tengo una familia donde todos son cantantes, y mi padre toca la guitarra. Mis recuerdos primarios están rodeados de música. Lo que pasa es que yo fui, soy, una persona muy tímida, y me dejé llevar por la opinión de los demás durante mucho tiempo. Recién cumplidos los dieciséis años me animé a escucharme a mí mismo y empecé a estudiar en Argentina con un profesor de canto que hoy en día es un gran amigo mío, Cristian Bruno. Él ha hecho de profesor, de psicólogo, de motivador… Ha hecho magia conmigo, y le estoy muy agradecido por ello. También me he formado en interpretación en distintas escuelas, y cuando llegué a España me formé en canto clásico y lírico con Suso Matiategui y Edelmiro Arnaltes. Esa fue quizás mi mejor escuela en cuanto a técnica vocal.
—Del concurso de talentos que ganaste en Argentina fuiste directo al estrellato, protagonizando la ópera Jesucristo Superstar, en el año 2007. ¿Cómo recuerdas aquello?
—En 2007 en Argentina un amigo mío me ofreció hacer una versión semiprofesional de Jesucristo Superstar, y en su momento yo dudaba, pero la verdad es que fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Gracias a eso se me abrió la puerta en España para poder interpretar ese papel. Respecto a cómo me preparé… pues sufriendo. Adueñándome del texto y de lo que dice Jesucristo en la obra, en sus dudas, en la parte humana de Jesús.
—En esa ópera, cuando cantas «Getsemaní» hay una subida de intensidad tremenda. ¿Cómo logras esa concentración?
—Mira, «Getsemaní» es una de esas canciones en las que antes de que empiecen a sonar los primeros acordes uno dice: «Bueno, ahí va». Es como un salto al vacío. Es un acto de confianza y adrenalina pura, y uno nunca sabe cómo la va a terminar, porque es tan exigente y tan extrema que simplemente uno tiene que empezar. El gran motivador es empezarla. Y técnicamente, tratando de que tenga mucha verdad, que los gritos parezcan gritos, pero evitando hacerse daño.
—Háblanos de tu paso por el West End londinense como Erik en el musical El fantasma de la ópera. ¿Cómo conectaste con su personalidad? ¿Te resultó difícil?
—El proceso fue muy interesante, porque fue (y después me enteré de que esto era a propósito) muy solitario. Solamente ensayaba con el elenco en casos extremos. O sea, la idea es que yo como intérprete sintiera la soledad, la marginalidad, de modo que todos los trabajos los hacía solamente con el director y un pianista y cuando tenía un ensayo con Christine (la protagonista femenina). Esta soledad me ayudó muchísimo y, como en todo, hay que buscar la verdad dentro del texto y cómo uno se uno puede identificar dentro de ese texto. La verdad es que fue un trabajo muy psicológico.
—El fantasma es un personaje contradictorio, que se mueve en muchos estados emocionales. ¿Cómo lo viviste, qué deseabas transmitir?
—Bueno, es un personaje muy extremo. Evidentemente, yo no soy un asesino ni nada por el estilo, pero sí, al igual que uno busca emociones de amor para la parte romántica de la obra, o sensaciones de rechazo para la parte en la que él habla de su madre, que lo primero que hizo cuando nació fue taparle la cara para esconder su deformidad (yo con eso ya entraba en un estado emocional muy potente, de rechazo y de fragilidad), también tenía que buscar motivos o gatillos o disparadores hacia la violencia. Era como hacer terapia todas las noches. Fue algo muy intenso y mágico. A mí me encanta toda la transformación que surgía de la deformación de mi cara. Era vital, y también muy rutinario, para entrar en el personaje más rápido.
—Diría que una parte importante del público desearía que la soprano Christine Daaé, de la que está enamorado el fantasma, se quedara con él, en vez del vizconde Raoul de Chagny, no sé si estarás de acuerdo…
—¡Sí, claro! Ese es el éxito del musical, el saber que todos, todos, quieren que se quede con el fantasma. Por eso yo creo que la gente sigue yendo a ver esta ópera, para ver si algún día cambian el final.
—¿Cómo fue la simbiosis con tu partenaire femenina Christine Daaé, interpretada por Sofía Escobar?
—Bueno, fue maravilloso, seguimos siendo muy amigos. Ella llevaba en el papel mucho tiempo antes que yo, entonces me daba muchísima confianza y respeto, por supuesto, el hecho de trabajar con ella. Hoy en día seguimos pensando en volver a compartir el escenario juntos. Sería mágico.
—Leí que la transformación en el personaje exigía mucho tiempo para lograr la caracterización.
—Sí. El fantasma nunca hacía la vocalización ni el calentamiento con el elenco. Esa parte también fue muy solitaria, y el procedimiento de transformación, para poder llevar todas las prótesis, dura más o menos cincuenta minutos.
—¿Cómo salías tú de esa obra?
—Con el tiempo uno aprende a dejar el personaje en el camerino, cuando te vas quitando el maquillaje y la ropa y te vas transformando nuevamente en ti mismo. Evidentemente, sales muy agotado. Quizás yo salgo con una sensación de fragilidad, porque cuando trabajas con las emociones hay un proceso de volver a protegerse, y generalmente yo lo hacía ya fuera del teatro. Pero no deja de ser un trabajo y una rutina que si todos los días uno compromete tanto se termina enfermando. En mi caso, por suerte, aprendí a protegerme de mis emociones y mi fragilidad.
—Otra interpretación célebre tuya fue como Jean Valjean, en Los miserables, por la que fuiste nominado como mejor actor protagonista. Háblanos de ese personaje.
—Jean Valjean es uno de los personajes más maravillosos que he podido interpretar, y tiene un recorrido tan grande a lo largo de la obra que demanda una atención y una exigencia únicas. El personaje empieza la historia con treinta y nueve años y termina muriendo de viejo. Entonces, toda esa transición permite que uno pueda sacar la parte más bestia al principio, una parte más intelectual en el medio, y sentimental al final. Es una maravilla. Es el cuento de Víctor Hugo, y el musical más longevo de la historia… Es increíble.
—Jesucristo, Jean Valjean, o Erik son caracteres que exigen drama y modulación. Todo ello incorporado a un movimiento incesante coreográfico. ¿Cómo logras ese equilibro entre interpretación corporal y musical?
—No es algo que sea ensayado particularmente, es algo que yo trato de llevar a mi naturalidad, a cómo expresarme corporalmente. Evidentemente con Erik, el fantasma, hay ciertas fotografías (así las llamaba Harold Prince, director de la producción) en las que en tal momento o compás había que estar posicionado de una determinada forma. Prince decía que la fotografía tenía que ser la misma en los distintos años y personajes que habían interpretado ese papel. Ahí sí que había cierta fiscalidad que se debía que respetar, pero con Jean Valjean y Jesucristo era todo más orgánico, son personajes más viscerales también. Tuve que trabajar mucho, y muy insistentemente, con el espejo, la vejez de Valjean, y eso era difícil porque evidentemente uno que es joven no conoce la vejez, pero con el tiempo te das cuenta de que todo se vuelve un poquito más lento, y entonces había que trabajar la velocidad del cuerpo. Eso fue también muy mágico.
—Recibiste también el premio BroadwayWorld Spain al mejor actor por tu personaje de Rob J. Cole en El médico. ¿Qué supuso para ti?
—El personaje de Rob me volvió a poner en España en la cartelera, aunque ya había hecho antes Sunset Boulevard con Paloma San Basilio en Tenerife con la intención de llevarlo a Madrid, pero al final no llegó la producción (una pena, porque era espectacular). Yo agradezco mucho a El médico haberme situado de nuevo en Madrid, y con un personaje tan desafiante. Vocalmente era muy muy exigente.
—Te mueves entre la música y la interpretación. ¿Podrías explicarnos dónde reside para ti la magia del espectáculo?
—Principalmente yo lo que yo busco a través de la música es poder entrar en ese estado maravilloso de trance, de canal de expresión, de atemporalidad. Eso lo que me hace seguir subiéndome al escenario, y tratar de hacer llegar esa emoción, esa sensación atemporal de que uno es un canal de expresión.
—¿Qué personaje te ha requerido un mayor esfuerzo? ¿Hay alguno que te haya motivado más?
—Jean Valjean. Ese es el personaje que me ha cambiado la vida y me ha abierto las puertas del West End, me ha consolidado en España, y es un personaje que espero, si Dios quiere, que la vida me dé otra oportunidad de volver a hacer ese personaje, porque lo amo. Sí, lo amo. Totalmente.
—¿Tienes alguna pieza favorita de los muchos musicales que has protagonizado?
—Uno se va guardando cositas… El soliloquio de Jean Valjean me vuelve loco. Después del «Past the Point Of No Return» de El fantasma de la ópera era super maravilloso y excitante poder cantarlo. Evidentemente, «The Music Of the Night» y también «Bring Him Home» son parte de mi repertorio para siempre.
—Estando en la cúspide del estrellato, tras haber pasado por los mejores escenarios del mundo, ¿has sentido el vértigo de la fama?
—No, no. Quizás en la época de Mambrú sentí ese vértigo, y fue entonces cuando me di cuenta de que la fama sin prestigio, sin contenido, no sirve para nada, así que el resto de mi tiempo trabajé para buscar el prestigio y no la fama. Los musicales y los discos simplemente me han ayudado a consolidarme y a respetarme a mí mismo, lo primero.
—¿Cuál es para ti el momento más sublime cuando se sube el telón? ¿Y el más difícil?
—El más sublime quizá es en realidad antes de que se suba el telón, cuando el director musical baja la batuta, y una vez que empieza a haber música la vida entra en armonía, y no hay pausa, no se puede frenar, ya empezó. Y lo más difícil también es eso, porque si uno no está preparado del todo, entra en una sensación de incomodidad. Si no estás bien de la voz, te sientes mal, o no te sabes bien la letra o lo que sea, no se puede volver atrás, así que lo mejor y lo peor es lo mismo. Es la música, que tanto para lo bueno y para lo malo, no se detiene.
—Leí que querías ampliar tus estudios en lírico. ¿Qué retos quieres afrontar?
—Eso fue en una época en la que estaba buscando respuestas en mi técnica vocal, y las encontré. Hoy en día gracias a eso estoy enseñando todas esas respuestas que he encontrado y más a otros cantantes que se han acercado a mí para pedirme ayuda, y estoy disfrutando mucho de la docencia. En ese sentido toda mi búsqueda me ha ayudado a poder compartir con mis alumnos lo que yo he podido encontrar.
—Tú vives en España. ¿Cómo ves nuestra cultura, nuestros teatros…?
—La veo bien, tenemos gracias a Dios productores privados muy interesantes, tenemos ciertos teatros públicos haciendo cosas muy buenas. Lo que sí creo que España necesita urgentemente es una ley de mecenazgo o una ley que ayude a la cultura, porque si uno se siente que el Estado no acompaña, no importa quién esté en el poder, el estado de la cultura no le acompaña, y nosotros trabajamos para mejorar el mundo y nos sentimos muy solos los artistas. En todas partes del mundo, no solo en España.
—¿En qué proyecto trabajas ahora?
—Estoy trabajando en un proyecto para el 2022 muy importante. No lo puedo decir ahora, pero va a ser una gran producción, un gran musical que contará conmigo como uno de los personajes, y también estoy participando en la producción del mismo. Espero muy pronto poder contarles un poquito más.
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