El silbato del tren volvió a sonar, pero ya no pensé que fuésemos a tener un accidente. En aquel país las vías se cruzaban continuamente con las carreteras. El tren debía lanzar un bufido decimonónico al aire para ahuyentar a los conductores despistados. Me lo contó la persona que estaba sentada a mi lado, se presentó con el nombre de Tim. Creó que olió mi miedo, como dicen que hacen los perros.
Tim me contó que él y su primer novio se engancharon al Adderall en los años del High School. Jamás había oído hablar de aquello, de modo que le pregunté. La pelota se quedó en su campo, pero no me importó. Se trataba de una anfetamina recetada para el síndrome de déficit de atención con hiperactividad. Me dijo que al ver el éxito del medicamento lo compartió con su pareja, que tenía muchos problemas en casa y tampoco podía concentrarse para estudiar. El fármaco funcionó y sus calificaciones mejoraron, pero dejó un efecto secundario: la necesidad de aprovisionarse los aprobados bajo el efectivo embrujo de la química. Con el tiempo la dosis prescrita no fue suficiente. A medida que el consumo aumentaba, y los problemas de la adolescencia se convirtieron en los terrores de la incertidumbre de la madurez, recurrieron al Adderall para casi cualquier actividad que requiriera más de veinte minutos de concentración, incluso lo tomaban para ver una película.
Un fin de semana, Tim y su novio se encerraron en casa para preparar los exámenes. Habían pedido días libres en sus trabajos y comenzaron el viernes con una dosis más entusiasta de la habitual. Mientras estudiaban, pensaron que sería una buena idea abrir unas cervezas para disminuir la sensación de sacrificio estudiantil. A las pocas horas sintieron un deseo sexual extremadamente táctil y cardiaco.
—Los dos nos miramos y supimos que estábamos muy cachondos. Aquella noche no pudimos estudiar, pero estuvimos horas haciendo el amor como animales. Éramos dos niños que acaban de descubrir el gran secreto de la vida —me dijo.
El Adderall extra que necesitaban se lo compraban a los traficantes que merodeaban a la salida del High School. Tim necesitaba muy buenas notas para solicitar una beca de prestigio. Triplicó su dosis. Su sorpresa llegó cuando supo que su pareja ya le sacaba ventaja. Según me contó, el Adderall con alcohol no era suficiente para aliviar el estrés, además, tras las horas de cama se les abría un inmenso vacío. He conocido otros casos. Cuando el cerebro entra bajo la espiral del placer pierde la referencia de la libertad y todo lo baña en libertinaje. Se llama el instante eterno de los fantasmas.
—Una noche, después del trabajo, me propuso tomar metanfetamina. Lo rechacé. Teníamos que estudiar, pero él se puso muy nervioso. Su pulso temblaba y entre gritos me acusaba de haber estado con otros hombres. Era imposible. No tenía tiempo. Decía que quería arrancarse los dedos y estiraba de ellos produciendo ruidosos chasquidos. Se había convertido en un absoluto extraño, —me confesó. La mirada de Tim estaba clavada en el paisaje que circulaba a través de la ventana. El tren volvió a emitir un silbido, más largo que los anteriores.
—Deliraba y se puso muy violento. No supe si era por las anfetaminas o debido a las nuevas cosas que él estaba probando. Fuimos al hospital y le ingresaron. Cada día, al salir del trabajo iba a visitarle, pero no paraba de acusarme y de decir cosas incoherentes. Cuando le dieron el alta la cosa no mejoró. Los días siguientes fueron una tortura, no paraba de llamarme a cualquier hora del día y de la madrugada. No iba a clase y me enteré de que le echaron del trabajo. Tuve que hacerle ghosting.
—¿Qué es ghosting? —pregunté.
—Bloquear sus llamadas y todas sus redes sociales. Tuve que distanciarme de él, por lo menos hasta que terminaran los exámenes. Fue todo un desastre. No logré la nota para solicitar la beca. Me sentía destrozado, por abandonarle y no sacar buenas notas. Le busqué, pero nadie sabía nada de él. Había desaparecido. Un mes después un amigo común me llamó diciendo que habían encontrado su cuerpo frente al lago Shaver Lake. Se había disparado en la cabeza.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: