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Gisia Paradís, una musa del Spanish noir

Gisia Paradís, una musa del Spanish noir

Avanzando en mi estudio del cine antiguo, a menudo descubro a actrices de gloria efímera. Más que estrellas fugaces, se me antojan chicas que dejaron pasar su oportunidad como entra y sale un figurante en la escena retratada en una secuencia que, de haberse suprimido, no se hubiera visto afectada la narración. La suerte, como el resto de las cosas, se valora cuando se ha perdido. Además, es muy fácil que, si las manecillas del reloj dan tu hora en silencio, sin aplausos, sin alabanzas, ni siquiera se repare en que fue entonces cuando la fortuna te miró a ti.

Las hubo que cuando iniciaron su actividad interpretativa no calcularon las servidumbres de la celebridad y, apenas comenzaron a sentirse agobiadas por la fama —o por el riesgo psíquico que acarrea trabajar cambiando a diario de personalidad de un modo convincente—, decidieron afrontar lo inevitable mediante una ingesta de pastillas que les proporcionó el sueño eterno. Maggie McNamara y Virginia Maskell, a cuál más dulce y delicada, se fueron así.

"Podemos concluir que Gisia Paradís fue una de las actrices más seductoras del cine autóctono de los años 60"

Pero hoy voy a hablar de una actriz de Huesca que se llamaba Gisia Paradís. Resplandeció interpretando a chicas malas: aquellas de los primeros años 60 que bailaban chachachá, vestían faldas de tubo, calzaban zapatos de tacón de aguja y, andando a saltitos —el atuendo no les permitía más—, eran capaces de hacer que, por tomarse unas copas con ellas en un night club, cualquier pringao dejase a su “prometida” esperando en el altar… Aquellas seductoras del cine “para mayores de 18 años” de mi infancia, hace más de medio siglo —que yo admiré extasiado en los programas dobles de una sala de mi barrio, donde aún siendo menor me dejaban entrar— tuvieron uno de sus mejores ejemplos en los personajes de Gisia Paradís. Auténtica musa de mi queridísimo Spanish noir, suele evocársela como la Rosa de Un vaso de whisky (Julio Coll, 1958) o la Isabel de A sangre fría (Juan Bosch, 1958). También fue la Raquel de Autopsia de un criminal (Ricardo Blasco, 1963) y la Elena de Muere una mujer (Mario Camus, 1965). Ya digo, todo un repertorio de “perdidas”, que se las llamaba entonces. Naturalmente, también hubo más, aunque todos sus personajes, con independencia de su condición en el argumento, hayan quedado relegados en el mismo olvido.

Si a esa propensión a recrear a chicas malas que bailaban chachachá le añadimos sus trabajos en otros géneros, podemos concluir que Gisia Paradís fue una de las actrices más seductoras del cine autóctono de los años 60. Sin embargo, puede que fuera en A sangre fría —anterior al texto homónimo de Truman Capote, obsérvese— donde se encuentre el diálogo que mejor resume lo que ha quedado de ella en la historia del cine español. Isabel, el personaje de Gisia en aquella obra maestra del policiaco patrio, ha ido seduciendo, según sus intereses, uno tras otro a todos los hampones de una banda de atracadores. Sólo le queda Manuel (Arturo Fernández). Intentan alcanzar la frontera con Francia, perseguidos muy de cerca por la Guardia Civil. Ella acaba de insinuársele, y él, con una lucidez que nos desarma a todos, le advierte, refiriéndose a sí mismo, que es lo que resta cuando “uno descubre que ha fracasado”. E Isabel, aquella chica sin suerte que quiso salir de la miseria del extrarradio barcelonés valiéndose de sus encantos, también morirá a manos de un villano carente de sentimiento alguno.

Ya al otro lado de la cámara, el de la realidad, puede decirse que a esa fatalidad que marcó el declive de Gisia Paradís le sucedió el olvido. Y es ahora, casi 40 años después de su muerte, y al cabo de más de medio siglo de que su filmografía quedase finalizada con una colaboración en la serie televisiva Cuentos y leyendas —todo un orgullo de la antena pretérita—, cuando solo parecemos admirar a esta musa del Spanish noir, los amantes de este género y los paisanos aragoneses de la actriz.

"Es tan grande la impronta de Silvia Pinal en el cine de Buñuel, que a menudo pienso que el aragonés empezó a colaborar con Catherine Deneuve por ese parecido"

Corría el año 2000 cuando, concluida su incursión en la política, la actriz mexicana Silvia Pinal fue distinguida por el Festival de Huesca como reconocimiento a esa fuente constante de inspiración que había sido para don Luis Buñuel. El maestro de Calanda visualizó en ella a la Viridiana de la cinta a la que daba título. Merecedora de la Palma de Oro en 1961, fue la propia Silvia quien consiguió sustraer una copia a la censura franquista que, a instancias del Vaticano, había prohibido la exhibición del filme y ordenado la destrucción de todas sus copias. Pero la musa del maestro —que ya había jugado un papel determinante para que don Luis volviese a España a rodar la cinta— salvó una, poco menos que clandestinamente. Gracias a ella, 16 años después de su estreno internacional, que tuvo lugar en Bélgica en diciembre del 61, Viridiana se estrenó en Madrid —donde había sido rodada— el nueve de abril de 1977. Pocos tributos tan merecidos como aquel dispensado en Huesca a Silvia Pinal.

De vuelta a México, la actriz volvió a ponerse a las órdenes del maestro para incorporar a Leticia, la valkiria de El ángel exterminador (1962) y, finalmente, fue el mismísimo Demonio, con forma de hermosa mujer, presto a tentar con el tercer enemigo del alma —la carne— a Simeón el Estilita y hacerle bajar de la columna de sus penitencias. Es tan grande la impronta de Silvia Pinal en el cine de Buñuel, que a menudo pienso que el aragonés empezó a colaborar con Catherine Deneuve por ese parecido, que se descubre en el pelo y en cierto aire que guardan entre ellas las dos actrices.

"En aquel excelente cine policiaco español, que la cinefilia sube ahora a sus altares, todo obedecía a prototipos. Pero iba como un reloj"

Tuve oportunidad de entrevistar a Silvia Pinal hace ya muchos años —de todo hace ya siempre tanto tiempo— y comprobé que era una excelente persona, muy cortés y nada afectada por el lugar que ocupa en el cine de Buñuel y en el mexicano en general, una de las mejores pantallas de América Latina. Así que quiero pensar que, siendo objeto de las lógicas entrevistas, concedidas con motivo del premio, en algún momento Silvia Pinal, imagen misma de Viridiana, tuvo un recuerdo para Gisia Paradís, esa actriz oscense con la que en 1959 rodó Las locuras de Bárbara, una coproducción hispano-mexicana dirigida por el argentino Tulio Demicheli. Para Gisia Paradís fue su primera película y todos le auguraban un brillante porvenir. Pero la suerte te deja de sonreír cuando menos te lo esperas, y la suya duró poco más de 13 años.

Irrumpió con tanta fuerza en la cartelera de 1959 que ese mismo año intervino en otras tres producciones. En la ya citada Un vaso de whisky era la chica que acompañaba en las copas del night club y el chachachá. Toda una obscenidad, como se dice ahora, porque aquello era “gastarse en un trago lo que a otros les cuesta ganar un día”. Al menos es así como lo observa el inspector de policía —recreado con su buen tino de siempre por Georges Giraud, otro clásico del género— que sigue la pista a Víctor (Arturo Fernández), el señorito malote.

En aquel excelente cine policiaco español, que la cinefilia sube ahora a sus altares, todo obedecía a prototipos. Pero iba como un reloj. En Buen viaje, Pablo, de Ignacio F. Iquino —uno de los pilares del Spanish noir, la cosa cambia un poco. Gisia era la chica buena, trabajadora y limpia —atiende una granja en un pueblo de Levante—, que pierde al que iba a ser el hombre de su vida, Pablo (Ettore Mani) porque a éste le enredan unas de esas chicas que bailan chachachá. Después le da un sablazo un miserable que le hace perder el tren que iba a coger para ir a declararle su amor.

"Poco a poco se fue dejando de hablar de ella. Hasta que, el tres de abril de 1975, La Vanguardia dio noticia de su detención por un asunto de drogas"

Nacida en Huesca, en 1934 con el nombre de Gloria Paraíso, su primera inquietud fue la medicina. Sólo le faltaba un año para acabar la carrera cuando se fue con un novio a Suiza. En Ginebra se desempeñó como traductora en la ONU. Hasta que conoció a Tulio Demicheli, quien le propuso probar suerte en el cine. Ya había partido con aquel primer novio y aceptó.

Junto con María Martin, Gisia habría de ser la mujer fatal por excelencia del Spanish noir. Pero ello no fue óbice para que también participase en títulos tan inocentes como la comedia estudiantil Margarita se llama mi amor (Ramón Fernández, 1961) o Marisol rumbo a Río (Fernando Palacios, 1963).

Afincada en la capital catalana, Gisia colaboró con José María Nunes —futuro miembro de la Escuela de Barcelona— en La alternativa, también del año 63. Con Miguel Picazo, uno de los más genuinos representantes de la pantalla mesetaria, que la llamaban los realizadores barceloneses, lo hizo en Oscuros sueños de agosto, ya en 1968. Mujer de mucho atractivo, se le atribuyeron romances con Carlos Larrañaga y Julián Mateos, dos actores fundamentales del spanish noir. Al final acabó casándose con un americano en Gibraltar.

Poco a poco se fue dejando de hablar de ella. Hasta que, el tres de abril de 1975, La Vanguardia dio noticia de su detención por un asunto de drogas. En la España de aquellos tiempos, estas cosas, aireadas de esa manera, podían acabar con la carrera de una actriz. Así fue.

Ya con antecedentes penales, volvió a ser detenida por éste y otros motivos en 1977. Fue toda una promesa, pero su destino último fue como el de tantas de aquellas chicas que solo sabían bailar chachachá. Nadie la volvió a incluir en ningún reparto. Gisia Paradís murió prematuramente en 1984. Permaneció en el olvido hasta su ascensión a los altares del culto cinéfilo con motivo de la reivindicación del Spanish noir.

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