Me fascinan los globos aerostáticos. Volar suspendida de ellos dentro de un cesto —o mejor aún, dentro del aire del propio globo o sentada en lo alto del mismo— es una fantasía muy anterior a la era de los globos espías. Los míos se parecen los de los gobiernos en lo blanco y futuristas, pero no en lo de espiar, pues carecen de finalidad, agenda y a veces incluso aterrizaje. Suelen tardar años en descender o tocan tierra breve y caprichosamente para reanudar rápido y suavemente el vuelo. Como ellos, yo también cruzo fronteras sin permiso. Lo haría si pudiera en mis vuelos regulares entre Nueva York o Madrid a otros lugares, pues subir a un avión me acerca a mi fantasía. Otra diferencia (fundamental) con los globos espía es que los míos solo se inflan con el aire de la lectura y la escritura. Y es precisamente esa sensación de volar, esa fantasía no-visual sentida por todo el cuerpo (desde los pies al estómago, pasando por los ojos y el pelo, en ese orden), lo que provoca mis lecturas y relecturas de Gloria E. Anzaldúa, la escritora chicana con cuyos textos me reencuentro a lo largo de ya un cuarto de siglo. Su trabajo es para mí un inabarcable, inconsumible globo aerostático que cruza, que explora un país y otro, y aterriza alguna que otra vez en alguna publicación como esta. Luego continúa explorando, aspirando a respirar, a vislumbrar nuevos horizontes, mientras sostiene su expansivo rumbo.
Mi primera lectura de Anzaldúa fue, cómo no, el célebre Borderlands / La Frontera: The New Mestiza (1987). Lo que vino después me insertó intelectual y anímicamente en una particular esfera chicana de adeptas y adeptos al pensamiento irreverente, inconteniblemente fronterizo, mestizo, queer, atravesado, pocho y complejo de la autora. Es precisamente por las provocaciones de este su primer libro en solitario por lo que mejor se la conoce y se la reconoce. Allí propuso las tierras fronterizas (borderlands) no solo como geografías, sino también como metáforas de un espacio social y psíquico inter mundi. La línea fronteriza en la que Anzaldúa crece en Tejas y donde según ella el “primer mundo” hace sangrar al “tercero”, crea un nuevo territorio que no solamente es hostil y liminal, sino también pleno de posibilidades para el pensamiento feminista, híbrido y cuir. Borderlands es el espacio simbólico de lo marginal, de lo residual, de lo indeseable. Pero también es el hábitat de las identidades mestizas e impuras y, lo que es más importante para mí, el espacio mental donde se abandona, casi “naturalmente”, el pensamiento dualista (un país u otro, un género u otro, una raza u otra, una lengua u otra, una sexualidad u otra…). ¿Cómo no volar con esta idea, cómo no sentir el aleteo y las turbulencias de las múltiples preguntas que provoca? No es casualidad que la poética, testimonial y esperanzada noción de borderlands de este libro fuera la simiente cultural e intelectual de lo que se conoce desde los años ochenta como border studies, o estudios de frontera.
Doy un gran salto en mi globo anzalduano para comentar otra zona fronteriza que habitó Gloria durante toda su vida y que me hace volar aún más, volar sin límites porque no puedo ver el fin. Si me conmovieron la prosa y poesía de Borderlands, quizá me atrajo más su lucha por hacer y deshacer filosofía y hacerla desde sus márgenes. Y esto tiene mucho que ver con mi viaje (este real y en avión) a Austin (Tejas), donde se alberga su vasto archivo personal. Allí encontré, en las cajas de la biblioteca universitaria UT-Austin, cientos de documentos, dibujos, folletos, emails y manuscritos revisados y vueltos a revisar, los cambios siempre vitales, inseparables la escritura y la experiencia. Fue conmovedor ver en este proceso de escritura y reescritura el compromiso de Anzaldúa de escribir desde su cuerpo enfermo y a través de viajes a nuevas provincias del espíritu. Allí amasa ideas y conceptos como metáforas: nepantla, nahualismo, el imperativo Coatlicue, nuevo tribalismo… Una compleja filosofía testimonial y poética, siempre sospechosa de ser poco objetiva en el mundo académico, a los márgenes del que escribe. Allí vi el sufrimiento —pero también la gran libertad— que suponía escribir desde lo ilegítimo. Eran los folios de vida de una pensadora inconforme. Todo era escribir, crear, pensar, poetizar, testimoniar, vivir con diabetes, vivir en los márgenes de la vida intelectual de los auditorios, hacer filosofía citando a muy pocos filósofos reconocidos (a pesar de conocerlos), desde la conciencia, lo inconsciente y la experiencia. Su afán por comunicar este tipo de pensamiento inextricablemente unido al cuerpo y los vuelos del alma no puede haber sido más ardua y vital para una poeta siempre en relación tensa con un mundo académico que la atrae y después la rechaza, que la seduce y la abandona por hablar en exceso de lo spiritual y de lo encarnado.
Prueba de ello son no solo sus poemas, ensayos y cuentos, sino el hecho de haber escrito dos tesis doctorales nunca defendidas, jamás verdaderamente aceptadas por una universidad a lo largo de su vida. Light in the Dark / Luz en lo oscuro (2015) es el libro resultante de la segunda tesis, editado y publicado póstumamente por su amiga y comadre Ana Louise Keating. Allí Anzaldúa nos reta a sospechar de la lógica y la realidad consensuada, a investigar nuestra propia relación con el mundo y crear significado desde el cuerpo, a practicar métodos de creación desde nuestra realidad mutante y a través de una escritura que también se desplaza constantemente. Light in the Dark / Luz en lo escuro es una especie de decálogo para la vida del espíritu y de la escritura, indispensable lectura, especialmente para filósofas y para escritoras.
La última vez que “vi” a Anzaldúa desde mi y su resiliente globo (que estuve en cierta verdadera cercanía física) fue un Día de los Muertos en San Antonio, Tejas, en 2019, antes de que la pandemia nos encerrara. Antes había pasado días en su archivo, su estado de nacimiento, contemplando manuscritos, dibujos hechos a mano, fotos, entradas y folletos para charlas o eventos, lecturas de tarot, círculos esotéricos, camisetas… También conocía ya a sus amigas (comadres escritoras) en la vida real. Pero aquel fin de semana de Muertos las comadres le habían hecho un altar de Muertos mexicano y tejano con flores, fotografías, detalles y objetos de culto personales. Y aunque nunca he visto los ojos de Gloria, sentí que me miraba, que conocía no solo su vida y su pensamiento y su escritura, sino también su casa, su voz, sus manos. Porque los textos, los libros, los congresos, la crítica, los emails y los manuscritos del archivo reverberaban, pero también la pelea a corazón abierto con la vida en aquel altar en una casita baja. Podíamos escribirle, y lo hice. Hablé con ella. Le agradecí los últimos veinte años en los que ella había sido un sólido globo aerostático tan seguro como desafiante. Le agradecí que entre otras cosas nos diera permiso para escribir tan raro y mestizo en la academia. Y le pedí que no dejáramos de ser nómadas, que nuestra escritura abriera compuertas y nuestro pensamiento no se cansara de aletear, planear y cruzar ilegalmente fronteras.
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Autora: Gloria E. Anzaldúa. Título: Light in the Dark / Luz en lo oscuro. Editorial: Duke University Press. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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