Paco Gómez Escribano (Madrid, 1966) sostiene que la novela negra nunca pasará de moda porque, salvo que “lleguemos a la utopía de que todos seamos felices y tengamos mucha pasta”, en el mundo siempre habrá pobres y ricos, “y esto genera conflicto y grados de criminalidad”. Hijo de conquenses, ingeniero técnico industrial en la rama de Electrónica, profesor en un instituto público de Madrid, narrador trepidante y poeta cáustico, rechaza los mundos rosas, los finales felices, y apuesta por plasmar una realidad que no es idílica, amable o justa. Canillejas, su barrio, también es su ecosistema literario por donde pululan, se pinchan, roban, matan e intentan sobrevivir yonquis, maderos, putas o peristas. Admirador de Chandler y de Bukowski, Gómez Escribano pare libros con tramas adictivas —sus novelas no se leen, se beben: devoré cuatro en dos semanas— y fogonazos líricos. Conversamos en la Bodega del Suso, un bar sito por Las Musas en el que al cliente se le llama por su nombre.
Antes de comenzar, una aclaración: por eso de dar un plus de veracidad, los personajes de los libros de Gómez Escribano hablan como las personas de su barrio. Por la misma razón, en esta entrevista, por ejemplo, los “determinao” no serán “determinado”, o los “poblao”, “poblado”, etcétera.
Arrancamos:
—Señor Gómez Escribano, ¿cuál es el primer recuerdo que tiene de su vida?
—Es la calle Hortaleza. Mis padres vivían allí en una portería y, realmente, yo nací allí. Nos vinimos para acá cuando tenía tres años. Y tengo recuerdos de aquella portería, de aquella calle, y de estar yo sentado en el portal viendo los autobuses.
—¿Por qué su familia cambió la calle Hortaleza por Canillejas?
—Mis padres estuvieron en una portería veintitantos años y, llegado un momento, consideraron comprar una vivienda. En aquel entonces, Canillejas, Vallecas, Carabanchel o Villaverde eran las zonas más baratas. Claro, un piso como en el que teníamos la portería, en plena Gran Vía, era imposible.
—Ese Canillejas al que llegó, ¿ya se había ido al carajo, como dice en la introducción de Yonqui, por “la anexión y con el desarrollismo urbanístico”?
—Estamos hablando de una Canillejas ya unida a Madrid. Canillejas se unió a Madrid en 1950. Era una Canillejas que tenía un núcleo alrededor de la iglesia, luego estaba el poblado de la UVA, y luego había… pues ná: cuatro bloques en una extensión de metros cuadrados grandísima. Esto parecía la estepa: por ahí había trigales, descampaos, esqueletos de coches… todo lo que te pudieras imaginar en un barrio periférico de principios de los setenta.
—¿Cuándo y cómo se convirtió en escritor?
—Empecé a escribir bastante tarde, a los 43 tacos, creo recordar. Bien es cierto que antes había escrito poesía, algún relatillo, y sí que me daba cuenta de que hacía unos apuntes para mis alumnos de puta madre, bastante mejor redactados que los que hacían la mayoría de profes. Y luego, como era un lector yonqui, de leer novela sin parar, como flipaba tanto, pensé: “Si flipas tanto leyendo, tiene que ser un flipe escribir”.
—Y flipó, sobre todo, leyendo y escribiendo novela negra y realismo sucio.
—Sí. Antes leía de todo, pero notaba que cuando leía novela negra, joder, como que me enganchaba, ¿no? Y me leía tres o cuatro novelas negras y ya lo dejaba, y leía otra historia, alguna novela costumbrista, otra de ciencia ficción, pero volvía a la negra. La novela negra, realmente, aunque soy un apasionado de ella, a mí me ha jodido. Porque ahora mismo no puedo leer otra cosa. Me he acostumbrado al ritmo y a la acción de la novela negra, leo otra cosa y me aburre. Entonces, me ha jodido, porque me impide disfrutar de otras cosas con las que la peña disfruta. Yo ya no puedo.
—¿Cuáles son los autores de novela negra que le quitan el sueño?
— A mí me quita el sueño Chandler. Cuando leí a Chandler, me pareció una cosa verdaderamente pasmosa. Con un estilo… Luego, las novelas que tiene son una cosa bastante homogénea. Los autores siempre citan a Chandler y a Hammett, pero Hammett era más heterogéneo. Hammett tiene Cosecha roja, pero las otras obras se alejan más del eje que trazó en Cosecha roja. Luego, cuando leí a Donald Westlake también flipé bastante. Y con Chester Himes. Y de los nuevos, estoy flipando con Donald Ray Pollock. Sobre lo que me has comentado del realismo sucio: llegó un momento de mi vida en que descubrí a Bukowski y dije: “¡¿Pero esto qué es?!”. Y, a partir de ahí, estoy totalmente flipao con el realismo sucio. Lo que yo hago intenta ser un híbrido de novela negra y realismo sucio mezclao con el barrio.
—Cuénteme qué pasó con la publicación de su primer libro.
—Escribí mi primer libro, que era un thriller esotérico. A mí, escribir una novela negra me daba mucho respeto. La gente y muchos catedráticos creen que es un género menor, y no, no. La novela negra tiene una serie de características y utiliza una serie de recursos literarios que no utiliza otro género. Entonces, hay que saber emplearlos y, realmente, hay veces que lees novelas pretendidamente negras y dices: “Si esto no pasa de ser una redacción”. Volviendo a tu pregunta: la primera novela fue un thriller esotérico. La mandé a una agente literaria famosa. Pensé: “Para bajar el listón, tenemos tiempo, ¿no?”. Y le gustó la novela, la presentó como propuesta a una editorial gorda y aceptaron. Incluso me dieron 3.000 pavos de adelanto en esos tiempos, hace diez años. Y esa novela nunca se publicó en esa editorial. Años más tarde, seis o siete años después, vi a la editora de esa editorial en otra presentación, aquí en Madrid. Le entré y le pregunté: “Oye, ¿por qué no se ha publicao esto?”. Me dijo que la mandara, se la mandé y, a los pocos días, me contestó diciendo que ya no le gustaba. Pero el adelanto me lo quedé, porque como no cumplieron (risas)…
—Hablemos del ecosistema en el que se desarrollan sus novelas. El protagonista de Yonqui dice: “Disponer de mucho tiempo (en nuestro caso, todo el jodido día) a los 16 es muy peligroso”.
—Yonqui transcurre del 78 al 82, concretamente. Esto era un golferío del carajo. Bajabas a la calle y veías el mal. Jugábamos a tirarnos piedras, a hostiar a los otros niños, a hacer trampas de barro… o sea, hacíamos un hoyo, lo llenábamos de agua y tal, y luego le echábamos por encima tierra seca, para que la peña metiera el pie y se diera una hostia. Y estábamos detrás de los coches para verlo y descojonarnos. Eso era con siete años. Cuando tenías dieciséis, a lo mejor ya llevabas fumando tres años o cuatro, y del cigarro al porro no había nada. Y no bebíamos Fanta, precisamente. Y era un tiempo en el que a lo mejor no podías comprar chuletas, pero vamos, lo que eran porros, tripis, heroína y tal… Y daba igual que no tuvieras dinero. Si no tenías dinero, robabas un bote de Novopren y el pedo era mayúsculo. Hay gente que no lo sabe, pero el Novopren te pone, que vamos…
—Sostiene que la heroína la proporcionaba el sistema.
—Sí. Hay muchas teorías, algunas más conspiranoicas que otras, pero claro… Cuando pasa algo, y no hace falta que sea un asesinato, hay que preguntarse siempre “a quién beneficia esto”. Yo me acuerdo de que cuando era pequeño, en estos barrios, había bandas. Pero bandas gordísimas, de cantidad de chavales, y me acuerdo de peleas con bates de béisbol en garitos, con navajazos, historias y demás. Y luego había un poso social, recién salidos del franquismo, con influencias, como había Guerra Fría, de comunismo y tal… había un caldo de cultivo muy gordo, y la heroína acabó con él. De hecho, las bandas se deshicieron. Claro: los yonquis, si no tenían escrúpulos para robar las joyas a su abuela, menos escrúpulos iban a tener con un colega. El colegueo y la camaradería se rompieron, lo que pasa es que luego se formaron otras bandas pequeñitas para atracar farmacias, estancos o gasolineras. Y luego, los cabrones que montaron esto no te creas que dijeron: “Vamos a vender la heroína en El Corte Inglés, con una garantía”. No, no: en poblaos chabolistas en los que entrabas y veías a una gitana sentá, pesando su mercancía adulterada, de tal forma que había gente que se daba el chute nada más salir de la chabola y le daba un viaje que se quedaba ahí tirao, y se despertaba a las siete horas con las piernas mordidas por las ratas. Sobre todo, esto benefició para que las clases trabajadoras no reivindicaran nada. Pero vamos, no sólo fue aquí: fue en toda Europa y en EEUU.
—En Manguis, escribe sobre cuatro tipos que van a perpetrar un atraco: “Los cuatro llevan en la cara algo que en el barrio se conoce muy bien y que quizás no tenga una explicación científica, pero ahí está: ruina”.
—A los yonquis se les ponía un careto muy determinao. A lo mejor, veías una foto de hace tres años y era un nota peinao de raya, con un flequillo y tal. Pero a los yonquis se les ponía una cara de ansiedad, de peligro, de pena, de violencia… se les agarrotaba la cara. Era flipante. Y luego, no hacía falta que fuera yonqui: aquí había muchas desgracias, que tenían o no que ver con la droga, y la miseria y el hambre y la podredumbre te ponen un careto característico también. La gente no llevaba ni lleva las pintas de la peña que te encuentras dando un paseo por Puerto Banús, por ejemplo. En Puerto Banús, yo no sé por qué, son casi todos rubios, con los ojos azules, como el príncipe Felipe. Esas caras no se ven en Canillejas ni en San Blas. No se ven. Hubo un momento en que sí, que había como un falso bienestar, pero tras la crisis del 2008 y, bueno, con la del covid… aquí se está volviendo a okupar pisos, y la verdadera historia no ha empezado todavía.
—Ninguno de los retratos que incluye en sus novelas es amable. Me sorprenden, sobre todo, dos: primero, el de los policías violentos y/o corruptos.
—Esto es novela negra. Hay un tipo de novela negra, que parece que se ha impuesto, y es la novela negra best-seller, donde los policías son buenos, los jueces son buenos, el sistema está para protegernos y tal… pero claro, yo eso no me lo creo. No me lo creo, principalmente, porque no es verdad. Me parece muy bien que la gente se lo crea, y hay un tipo de lector mayoritario que lo que busca son esas novelas con final feliz, pero la realidad no es así. Ahora estoy más distanciao de esa movida, pero yo antes, que estaba todo el día en la calle cuando era un chaval, he conocido a policías que venían a quitarte la droga para ponerse ellos, que encargaban delitos a la gente, que daban palizas y que hacían desaparecer el cadáver… en fin, ¿qué te voy a contar? Entonces, para mí la novela negra es crítica social e hiperrealismo, y aquí se habla de la verdad, y al que no le guste, pues que recurra a otros autores más edulcorados.
—Segundo: el de las mujeres.
—A ver, las mujeres siempre son el eslabón más débil de la cadena. Pero, dentro de que son el eslabón más débil… (Piensa) Cuando la cosa se pone chunga, el sistema se ceba con la gente más pobre, y dentro de la gente más pobre, al final son las pibas las que más sufren. Porque en un entorno en el que el tío tiene que salir a buscarse la vida, normalmente, la piba es la que se queda con los niños. Y resulta que el marido es un cabrón y, en vez de traer pasta, lo que hace es gastársela en el bar y no sé qué. Ellas siempre han tenido, desgraciadamente, la mala salida de la prostitución. O sea, una tía, en un ambiente de estos, se puede buscar la ruina que te cagas. Y además, precisamente por eso, las tías que sobreviven son duras. Yo he visto aquí a una tía darle una hostia a un tío y tumbarlo en el suelo. Con el puño cerrao. Yo he visto aquí tías de armas tomar. Y tías que se enganchaban a la heroína tanto como los tíos y ojo petaca, eh. Y ha habido tíos que se han confiao, han vacilao a una tía de esas y se han llevao una hostia.
—En sus novelas, los personajes hablan como la gente del barrio. No hay impostura. Utilizan colocao, tigre, pa…
—Ese lenguaje es muy importante porque, claro, estoy escribiendo de delincuentes, perdedores o de gente que está en la línea, en el lumpen. Entonces, sobre todo, en los diálogos, si estás escribiendo de gente de esta, tendrás que hablar como hablan ellos. Pero eso en general, en literatura: si escribes una novela de médicos, los médicos tendrán que hablar como médicos; los fontaneros, como fontaneros. Y luego hay gente que confunde el narrador con el personaje. Por ejemplo, en Manguis o en 5 Jotas, el narrador es omnisciente y, por eso, utilizo un lenguaje más neutro. Y en Yonqui, por ejemplo, no: es El Botas el que narra la novela. Ahí no puedes meter florituras. Por eso, hay gente que lee mis novelas y a lo mejor dice: “Mira este, no sabe hablar”. No: sé hablar, lo que pasa es que el que no sabes escribir eres tú, berzotas.
—También subraya la, digamos, banda sonora del barrio. En sus libros están las canciones de Burning, de Extremoduro…
—En novela negra, tradicionalmente, pasaba esto. En las películas adaptadas siempre había bandas de jazz, o bandas de blues. Incluso en las novelas. Y yo hablo de una época y de sus secuelas. Aunque 5 Jotas es actual, los personajes nacieron en aquella época, y llevan marcada a fuego aquella época. Y en aquella época lo que había en los barrios fue una eclosión de… Joder, yo me acuerdo de que, en tu escalera, a lo mejor el del segundo tocaba el bajo, el del cuarto la guitarra y el del primero la batería. Y así en todas las manzanas. Hubo una eclosión musical cuando se murió Franco tremenda. Te estoy hablando de la pre Movida, de lo que era Asfalto, de lo que era Leño y de lo que era Burning; lo que vino después fue una impostura. El tema rock&roll y el estilo que impusieron Leño y Burning, en estos barrios, calaron bastante. Y luego, Extremoduro son herederos de todo aquello.
— Por curiosidad, ¿por qué en la gramola de 5 Jotas ha optado por el blues?
—Porque quizá es mi novela más americana, en el sentido de que yo quería reírme un poco. Quería que la novela fuera de un atraco, pero no quería que fuera un atraco a un banco o a una joyería. Entonces, me inventé lo de los jamones. Y hay una vertiente de la novela negra que es la novela negra de humor. Donald Westlake tiene una saga de un personaje que se llama Dortmunder y con ese te partes, porque es un tipo que es un cerebro privilegiao, siempre viene un colega a darle el soplo, “oye, vamos a robar un diamante en tal”, y todo le sale mal. Te estás leyendo la novela, planean el robo y todo les sale mal. Y yo quería hacer una novela en ese plan, que fuera humorística y americana en el sentido de la preparación del robo, y con los jamones. Entonces, al ser mi novela más americana, en vez de Extremoduro y tal, pensé en ponerle una banda sonora de blues.
—En sus novelas hay cameos o, si lo prefiere, fogonazos de personajes o garitos que aparecen en libros anteriores. ¿Por qué lo hace?
—Son juegos míos. Hay más cosas. En Prohibido fijar carteles, saco a un tío que se llama Paco, es escritor y tiene una movida con un vagabundo en un parque y soy yo. Son juegos y eso me mola. Me gustan mucho las sagas como lector, pero no como escritor: siempre me apetece empezar un proyecto nuevo. Pero siempre hay guiños.
—Hemos hablado de su obra en prosa, pero usted también ha publicado poemarios.
—Siempre he leído y he escrito poesía. Curiosamente, hay gente que se extraña y me pregunta: “Joder, ¿cómo eres tú poeta? Con lo duras que son tus novelas”, y tal. Pues hay muchos novelistas negros que han sido poetas, entre ellos, Chandler, y eso es porque la novela negra, la verdadera novela negra, tiene recursos literarios de la poesía, como puede ser la metáfora, el símil, la alegoría… esos recursos ayudan a que muchos párrafos y muchas frases sean contundentes. Por ejemplo, el otro día escribía un trozo de novela, y tú puedes decir que “en la calle está lloviendo” y que “tienes nostalgia”, pero también puedes decir, no sé, se me acaba de ocurrir, “la calle olía a tiempo antiguo”. Claro, esas cosas creo que enriquecen los párrafos y las historias, y esos recursos son propios de la poesía. Y luego, la poesía que yo hago no son poemas de amor ni de Disneylandia. Es una crítica de la vida en general y de las historias tristes en particular.
—Hace unos días, leí un texto suyo en Facebook que terminaba así: “Madrid está en la UCI. Madrid se marcha. Madrid desaparece”. Desarrolle, por favor.
—Para escribir una novela necesitas tiempo. Cuando te pones a escribir una novela, tienes que escribir todos los días. Al menos, es lo que yo hago. Si no escribes de seguido, se te olvida. Cuando me pongo a escribir una novela, sé que voy a disponer de tiempo, y no es el caso actual. Pero, por otro lado, tienes el monillo ese de escribir. Para quitarme el mono, escribo cosas de esas. Y últimamente me ha dado por escribir unos textos sobre Madrid, en los que Madrid es el protagonista, que los voy guardando y lo mismo se publican algún día, no lo sé. Si escarbas un poco, están relacionados con el Madrid actual del covid-19. Y los voy publicando en Facebook, pintando un Madrid estremecedor.
—“Madrid se marcha. Madrid desaparece”… Leyendo ese texto, me acordaba de esos sitios que, hace diez o doce años, cuando me instalé en Madrid, eran bares normales, de caña y tapa más o menos en condiciones, y ahora son un Taco Bell o un Tim Hortons.
—Me acuerdo del Madrid que acogió a mis padres emigrantes…
—¿De dónde era su familia?
—Procedían de Cuenca, de Castilla-La Mancha. Y llegaron a un Madrid que era acogedor y, de hecho, Madrid se ha formado gracias a estas olas de inmigración española. Y, posteriormente, ha seguido formándose con generaciones de inmigrantes de fuera de España. Y Madrid era la hostia, ibas por Malasaña y enseguida hablabas, enseguida compartías. Cosa que, en otros sitios, no, en los que al inmigrante se le ve como extranjero, o como sospechoso. Y ahora Madrid está volviendo a ser una ciudad inhóspita y no acogedora. Yo lo estoy viendo en mi curro: antes teníamos profesores interinos por un tubo, deseando currar, deseando establecerse en Madrid… ahora no hay nadie: faltan profesores. ¿Para qué van a venir, si un alquiler cuesta 1.200 pavos? Pues se van a un pueblo de Burgos y a tomar por culo. Y con los médicos pasa igual.
—Para finalizar, ¿qué proyecto tiene ahora entre manos?
—Hay un poemario que sale en diciembre. Se titula La vereda de la derrota. Como ves, la alegría de la casa (risas). Y nada, promocionar un poquito 5 Jotas, que acaba de salir. Tengo una novela terminada, que ya veremos cuándo sale, y tengo otra, que llevo 100 páginas de ella, y estoy deseando ponerme con ella y terminarla. Y luego, hay un proyecto de reedición de una novela que me moló mucho, que se titula Lumpen.
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