¿Fue Mijaíl Gorbachov en realidad un líder excepcional o solo un personaje que finalmente cayó por sus propias deficiencias? Cuando Gorbachov se convirtió en el líder de la Unión Soviética en 1985 la URSS era una de las dos superpotencias mundiales. Cuatro años más tarde, la perestroika y la glásnost, máximos exponentes de sus políticas liberales, habían conseguido transformar profundamente el comunismo soviético, lo que le granjeó enemigos de todo el espectro político. Gracias a él, en 1991 la Guerra Fría tocaba a su fin y, escapándose de un intento de golpe de Estado, el presidente de la URSS asistía al colapso de una Unión Soviética que siempre había intentado salvar.
Basándose en entrevistas con Gorbachov, transcripciones y documentos de los archivos rusos, conversaciones con miembros del Kremlin y con sus enemigos más destacados, además de líderes extranjeros, William Taubman nos ofrece en esta monumental biografía, Gorbachov, vida y época (Debate) un retrato íntimo, conmovedor y punzante de un personaje cuya vida podría situarse a la altura de una gran novela rusa.
Zenda adelanta la introducción.
INTRODUCCIÓN
«Es difícil entender a Gorbachov»
«Es difícil entender a Gorbachov», me dijo una vez aludiendo a sí mismo en tercera persona, como hace a menudo . Yo había comenzado a trabajar en su biografía en 2005 y un año después me preguntó cómo iba con eso. «Lento», dije excusándome. «Está bien —replicó—, es difícil entender a Gorbachov .»
Vale decir que se lo tomó con su humor habitual. Y su afirmación era acertada. El mundo entero se muestra resueltamente dividido cuando se trata de comprender a Gorbachov . Muchos, sobre todo en Occidente, lo ven como el mayor estadista de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, en Rusia es ampliamente menospreciado por quienes lo culpan del hundimiento de la Unión Soviética y de la bancarrota económica asociada a él. Sus admiradores se maravillan con su visión y coraje. Sus detractores, incluidos algunos de sus antiguos camaradas del Kremlin, lo acusan de casi todo, desde haber pecado de ingenuo hasta haber sido un traidor. En lo único en lo que todos coinciden es en que cambió, casi por sí solo, a su país y al mundo.
Antes de que asumiera el poder en marzo de 1985, la Unión Soviética era una de las dos superpotencias mundiales. En torno a 1989, Gorbachov había transformado radicalmente el sistema soviético y, para 1990, más que ningún otro líder, contribuyó a poner fin a la Guerra Fría. A finales de 1991 la Unión Soviética se hundió, convirtiéndole en un presidente sin un país que gobernar.
Pero no lo hizo todo solo. La condición tan precaria del sistema soviético en 1985 propició que sus colegas del Kremlin lo escogieran para embarcarse en un proceso de reformas, aunque Gorbachov terminó yendo mucho más lejos de lo que todos ellos pretendían. Contó, en el proceso, con aliados liberales rusos que dieron la bienvenida a sus reformas de vasto alcance y que trabajaron para apoyarlas, pero que entonces eligieron a Borís Yeltsin para que los condujera a la tierra prometida. Se topó con adversarios soviéticos de la línea dura que se resistían a su figura, primero de manera encubierta y luego de forma abierta y resuelta. Tenía adversarios personales, especialmente Yeltsin, a quien atormentaba y que a su vez lo atormentó a él, antes de asestarles el golpe de gracia tanto a Gorbachov como a la Unión Soviética. Los líderes occidentales dudaron de Gorbachov, luego lo acogieron y finalmente lo abandonaron, negándole la ayuda económica que tan desesperadamente requería. Y, lo que tal vez sea lo más importante, tuvo que lidiar con la propia Rusia, con su tradicional estilo autoritario y antioccidental; tras rechazar por igual a Gorbachov y Yeltsin, el país se entregó finalmente a Vladímir Putin.
En calidad de secretario general del Partido Comunista, Gorbachov tenía la facultad de cambiarlo prácticamente todo. Era incluso una figura única entre sus homólogos. Otros ciudadanos soviéticos, algunos de los cuales ocupaban cargos bastante altos, compartían sus valores, pero apenas ninguno de los integrantes de la cúpula. Los únicos tres miembros del Politburó que lo apoyaron casi hasta el final, Alexánder Yakovlev, Eduard Shevardnadze y Vadim Medvédiev, estaban en posición de hacerlo solo porque él mismo los nombró o los alentó a seguir en el cargo. Como bien ha dicho Archie Brown, el veterano experto británico en temas soviéticos: «No hay razón alguna para suponer que cualquier alternativa verosímil a Gorbachov a mediados de los años ochenta hubiera puesto a su vez patas arriba al marxismo-leninismo y transformado esencialmente a su país y el orden internacional en un intento de revertir un declive que, en rigor, no planteaba una amenaza inmediata al sistema [soviético] o a él mismo».
Dimitri Furman, el difunto académico ruso, formuló más ampliamente la cualidad única de Gorbachov: fue, según él, «él único político de la historia de Rusia que, teniendo todo el poder en sus manos, optó voluntariamente por limitarlo y hasta se arriesgó a perderlo en nombre de ciertos valores y principios éticos». Para Gorbachov, recurrir a la fuerza y la violencia con el fin de mantenerse en el poder hubiera constituido «una derrota» . A la luz de sus principios, insistía Furman, «su derrota final fue una victoria», aun cuando —cabe añadir— él mismo no la percibiera así en ese momento.
¿Cómo se convirtió Gorbachov en Gorbachov? ¿Cómo es posible que un chico de origen campesino, cuyo encendido homenaje a Stalin obtuvo un premio cuando cursaba la secundaria, se transformara en el enterrador del sistema soviético? «Solo Dios lo sabe», se lamentó Nikolái Rízhkov, su primer ministro durante mucho tiempo, que acabó volviéndose en su contra. Uno de sus consejeros más cercanos, Andréi Grachov, lo tildó ni más ni menos que de «un error genético dentro del sistema», y el propio Gorbachov se describió a sí mismo como «un producto» de ese sistema y como su «antiproducto». Pero ¿cómo llegó a convertirse en ambas cosas?
¿Cómo llegó a ser el líder del Partido Comunista a pesar de las cortapisas y garantías más rigurosas que quepa imaginar, diseñadas todas ellas contra alguien como él? ¿Cómo pudo, se preguntó Grachov, «un país no del todo normal acabar teniendo un líder con reflejos éticos normales y una gran dosis de sentido común»? Un psiquiatra estadounidense que elaboraba el perfil de los dirigentes extranjeros para la Agencia Central de Inteligencia se mostró «perplejo» al comprobar que un «sistema tan rígido» había generado un líder tan «innovador y creativo».
¿Qué cambios buscaba Gorbachov para su país cuando asumió el poder en 1985? ¿Propiciaba acaso solamente algunas reformas económicas moderadas, como señaló en la época, y solo se radicalizó ante la falta de resultados? ¿O pretendía desde un comienzo liquidar el totalitarismo reinante, encubriendo su objetivo en la medida en que era un anatema para los mismos integrantes del Politburó que lo eligieron? ¿Qué fue lo que, en último término, lo inspiró a transformar el comunismo en la Unión Soviética? ¿Qué le hacía creer que podía transformar una dictadura en una democracia, una economía planificada en otra de mercado, un Estado unificado y altamente centralizado en una auténtica federación soviética, y la Guerra Fría en un nuevo orden mundial basado en la renuncia al uso de la fuerza, y todo ello al mismo tiempo, por medios que él mismo calificaba de «evolutivos»…? ¿Qué fue lo que le llevó a creer que podía superar en unos pocos años determinadas pautas políticas y socioeconómicas de Rusia que se remontaban a siglos atrás, como eran el autoritarismo zarista —luego metamorfoseado en totalitarismo soviético— y los largos periodos de obediencia casi servil a la autoridad, siempre jalonada de estallidos ocasionales de sangrienta rebelión, así como una mínima experiencia con los procedimientos cívicos, incluidos el compromiso y el consenso, ninguna tradición de autogestión democrática y ningún imperio de la ley? Como él mismo diría luego al aludir al espíritu de la vieja Rusia que obstaculizaba sus afanes: «¿Acaso nuestra mentalidad rusa requería que el nuevo estilo de vida le fuera servido de inmediato en bandeja de plata aquí y allá, sin necesidad de reformar la sociedad?».
¿Tenía un plan Gorbachov? ¿Cuál era su estrategia para transformar su país y el mundo? No contaba ni con uno ni con la otra, dicen sus críticos. Pero es que nadie tenía, responden sus admiradores; nadie podía tener un diseño para transformar a la vez su país y el mundo.
Ya fuera o no un avezado estratega, ¿no era un táctico deslumbrante? ¿Cómo, si no, podría haber conseguido que la mayoría del Politburó aprobara sus reformas más radicales? ¿Y no sería, a pesar de todo, «insuficientemente decidido y demasiado inconsistente», como señaló Gueorgui Shajnázarov, uno de sus asesores más próximos? Pero ¿cómo podía ser así cuando durante seis años corrió el riesgo ni más ni menos de ser desalojado abruptamente del poder y hasta de ser encarcelado?
¿Cómo reaccionó cuando muchos de sus antiguos camaradas del Kremlin se volvieron en su contra y tantos de los individuos designados por él mismo organizaron un golpe contra él en agosto de 1991? ¿O fue él quien los traicionó a ellos, llevándolos a creer que aspiraba a modernizar el sistema soviético y contribuyendo luego a su destrucción?
¿Era Gorbachov vengativo y no perdonaba? ¿Explica eso su fatídica ineptitud para llevarse bien con Borís Yeltsin? Aun así, perdonó u olvidó algunas de las fuertes críticas que le formularon sus asesores más próximos y los mantuvo a su lado en la fundación que creó tras perder el poder en 1991. «No puedo permitirme la venganza contra nadie —señaló más tarde—. No puedo no perdonar.»
Teniendo en cuenta todos los obstáculos que impedían su éxito, ¿no era Gorbachov una suerte de idealista utópico? En absoluto, insistía él: «Le aseguro que soñar despierto no es un rasgo de Gorbachov» . Con todo, hizo la siguiente evocación: «El sabio Moisés tenía razón al hacer que los judíos vagaran por el desierto durante cuarenta años… para librarse del legado de la esclavitud egipcia».
Considerando cómo actúan los grandes líderes, en especial cómo lo hacían los soviéticos, Gorbachov fue un hombre extremadamente decente, demasiado como para —según dicen muchos rusos y algunos occidentales— recurrir a la fuerza, aunque fuera a regañadientes, cuando lo que hacía falta era esa fuerza para salvar a la nueva Unión Soviética democrática que estaba creando. ¿Por qué, si no, cuando sus enemigos ansiaban emplear la fuerza para aplastar la libertad que él había generado, se mostró reacio a utilizar esa misma fuerza para salvarla? ¿Estaría intelectualmente convencido, después de toda la sangre que había corrido en el curso de la historia rusa, sobre todo en las conflagraciones y purgas del siglo xx, de que no era posible derramar ni una gota más? ¿Era todo ello una aversión emocional, derivada de su exposición personal a los costes atroces de la guerra y la violencia?
Su decencia, con todo, resultaba patente en su vida familiar. Su esposa, Raisa, era una mujer intelectual y de buen gusto (aun cuando Nancy Reagan no pensara lo mismo). A diferencia de demasiados políticos, Gorbachov amaba y apreciaba a su esposa y, algo raro tratándose de un líder soviético, fue un padre comprometido y muy presente en la vida de su hija, así como un abuelo de iguales características con sus dos nietas. ¿Qué fue, pues, lo que le hizo decir, tras la agónica muerte de su mujer a causa de la leucemia a los sesenta y siete años: «Soy el culpable. Soy el que le provocó esto»?
Si Gorbachov era en efecto único, si sus actos diferían de manera tan drástica de lo que otros líderes hubieran hecho en su lugar, su carácter ha de ser un elemento fundamental para explicar su comportamiento. Solo que su carácter es a la vez difícil de precisar. ¿Era un gran escuchador, como dicen algunos, un hombre esencialmente no doctrinario y con ganas de aprender de la vida real? ¿O más bien era un hombre que no sabía cuándo callarse? Gorbachov tenía muchísima confianza en sí mismo y poseía un narcisismo rayano en la autoflagelación, según Arón Bielkin, un importante psiquiatra soviético que no llegó a conocerlo personalmente, pero cuyo diagnóstico le parecía muy creíble a Anatoli Cherniáiev, uno de los asesores cercanos de Gorbachov. Sin embargo, si el narcisismo se extiende a lo largo de un espectro en cuyo «extremo sano» están el «egocentrismo» y la «autoconfianza extrema», ¿será a fin de cuentas tan infrecuente entre los líderes políticos? Cualquiera que sea el término que usemos, Gorbachov se sentía muy seguro de sí mismo, pero, cuando se le preguntó por el rasgo que consideraba más desagradable en otra persona que acababan de presentarle, dijo: «La autoconfianza». Y ¿qué era lo que más lo irritaba en otros? «La arrogancia.» ¿Se sentía amenazado por otros hombres con una gran confianza en sí mismos? ¿O se veía él mismo reflejado en otros y no le gustaba ese reflejo?
Alexánder Yakovlev, su colaborador más cercano dentro de la cúpula soviética —aunque se alejara algo de él en años posteriores—, pensaba que el propio Gorbachov tenía dificultades para entenderse a sí mismo. Yakovlev percibía en ocasiones que «sentía miedo de mirar en su interior, miedo de conectarse con sinceridad consigo mismo, miedo de averiguar algo que no sabía y que prefería no saber». Según Yakovlev, «siempre andaba necesitado de una respuesta, un elogio, apoyo, simpatía, comprensión, esos elementos que servían de combustible a su vanidad, su autoestima y sus acciones creativas».
De ser así, ¿cómo reaccionó Gorbachov cuando, nada más vislumbrar la cima, hubo de asistir al desplome a su alrededor de la visión grandiosa que albergaba? ¿Fue en realidad un auténtico gran líder? ¿O fue un héroe trágico, abatido en parte por sus propias limitaciones, pero incluso más por las fuerzas inflexibles a las que hubo de enfrentarse?
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Autor: William Taubman. Título: Gorbachov, vida y época. Editorial: Debate. Venta: Amazon y Casa del libro
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