Conocí a Jordi Amat en el 2008, cuando ganó el premio Gaziel con una biografía de Ramon Trias Fargas. Era un chaval de 30 años y me pareció extraordinariamente brillante y sabio para su edad. Lo conocía todo del mundo interior del catalanismo, a través entre otras cosas de su amistad con Albert Manent, y por sus investigaciones en el archivo de Josep Benet. Pero también de la historia intelectual de la España contemporánea, como demostró en otro libro precoz, Las voces del diálogo. Poesía y política en el medio siglo, sobre los congresos poéticos de Segovia y Salamanca en 1952 y 1954.
Brillante, sabio y entonces mucho más tímido que ahora, me moví lo más rápido que pude para atraerle hacia La Vanguardia. Entró por el suplemento Cultura/s y me alegra constatar que ha ampliado después su aportación al área de opinión y a la sección de cultura, por lo que hoy es una de las firmas fuertes y distintivas del diario.
¿Por qué es tan bueno Jordi Amat? Creo que por cuatro razones: la solidez del riguroso historiador de buena escuela, en este caso la escuela Anna Caballé; el criterio de actualidad del periodista; la prosa sólida del ensayista bien leído, y un sentido común en materia humana y política que llama mucho la atención en una época tan marcada por la proliferación de excentricidades, radicalismos y sobre todo, retóricas huecas de muchos tipos.
Varias veces, en las conversaciones que mantuvimos Jordi y yo a principios de esta década, salió a relucir el libro de Frances Stonor Saunders La CIA y la Guerra Fría cultural, que arroja luz sobre todo un periodo y ambos admirábamos. Coincidíamos en que a esta obra le faltaba el capítulo hispánico: ¿cómo afectó la política exterior norteamericana en la época de la guerra fría al panorama cultural español? ¿Qué impacto tuvo sobre el antifranquismo cultural, tan dominado por los comunistas, que constituían precisamente el objetivo a batir por los ideólogos del Containment proclamado por el famoso Mr. X, George Keenan?
Había que empezar a investigarlo a fondo. Y Amat lo ha hecho. Primero, en un dossier que le publicamos en el año 2010. Uno de esos textos que a uno le justifican el trabajo en un suplemento cultural. Después ha seguido elaborando el tema, y el resultado es La Primavera de Múnich. Esperanza y fracaso de una transición democrática, recién publicado por editorial Tusquets tras obtener el XXVIII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. Un buen retrato de época, una pieza redonda que, en la línea de Stonor Saunders, retrata con agudez y precisión una época.
El libro traza un amplio arco europeo que va desde el Congreso por la Libertad de Cultura, organizado por intelectuales liberales anticomunistas con apoyo (relativamente inconfesado) de la Inteligencia estadounidense, hasta el llamado “Contubernio de Múnich”, la reunión de antifranquistas de casi todos los colores celebrada en la capital de Baviera en junio de 1962, primera de estas características que tenía lugar desde el fin de la guerra civil, y que generó un gran escándalo avivado por el Régimen, con las consiguientes represalias.
Amat plasma la competición entre el europeísmo antifranquista liderado por Dionisio Ridruejo y el europeísmo franquista light que se estaba poniendo en marcha en los años del Desarrollo. Uno de los personajes que aparecen intentando desarticular el Contubernio antes de que se produzca es el diplomático José Ignacio Escobar, marqués de Valdeiglesias, hermano del comediógrafo Luis Escobar y descendiente de los propietarios del famoso diario monárquico La Época. La España franquista se estaba introduciendo en Europa, y uno piensa que si no lo hubiera conseguido, tal vez el franquismo no hubiera durado tanto.
Resulta curioso constatar que uno de los temas que aparecen ya entonces, en un encuentro de la Asociación Española de Cooperación Europea, es la dialéctica “federalismo versus nacionalismo”, aunque la propuesta federalista se utilizaba allí como alternativa a un nacionalismo de otra índole al que se manifiesta hoy en Cataluña, por ejemplo. El tema federal resurge una y otra vez en las reuniones de intelectuales castellanos y catalanes, que Amat detalla en este y en otros de sus trabajos.
Tres magdalenas proustianas
Leyendo La primavera de Múnich he encontrado tres magdalenas proustianas que me han devuelto recuerdos importantes.
La primera magdalena se llama Julián Gorkín. Dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), revolucionario profesional que tras la guerra civil abre una trayectoria de activismo anticomunista que le llevaría hasta las plataformas del antifranquismo. Es una de las figuras claves de la obra de Amat.
Yo leí en 1975 su libro El proceso de Moscú en Barcelona. El sacrificio de Andreu Nin, sobre los desmanes estalinistas durante la guerra de España, y me generó un efecto similar al que debió tener sobre los jóvenes franceses de mi quinta los alegatos de Solzhenitsyn y los “jóvenes filósofos” como Gluksmann o Bernard-Henri Levy: un sólido escepticismo frente al comunismo, al menos en su faceta de comunismo de estado.
A Gorkín tuve la oportunidad de entrevistarle en Barcelona en 1983, y era la memoria viva de un siglo revuelto. Me contó su estancia en Moscú con Andreu Nin, el año 1925, convocados para discutir la posibilidad de un atentado contra Primo de Rivera. Allí pudieron ver y tocar el testamento de Lenin, “que tachaba a Stalin de grosero y brutal y pedía que bajo ningún concepto se le permitiera desempeñar altas responsabilidades en el partido”. Me evocó sus conversaciones con el aviador monárquico Ansaldo para bombardear a Franco, y cómo ayudó a Valentín González el Campesino a escapar de la URSS. Me explicó sus relaciones con Unamuno, García Lorca, Madariaga, Indalecio Prieto, Casals… La historia y la leyenda.
La segunda magdalena se llama Antonio de Senillosa. Buen amigo de mi padre, monárquico liberal antifranquista, culto e inquieto, hoy muy olvidado, fue un personaje que dio sabor y color a su entorno. Le traté bastante a menudo. En 1962 colaboró decisivamente en pasar a Francia, desde la finca familiar de Darnius, sea con un guía de montaña, sea llevándoles en el maletero de su coche, hay varias versiones, todas plausibles y tal vez compatibles, a Ridruejo y otros conspiradores que tenían retirado el pasaporte y querían desplazarse hasta Alemania. (Senillosa también participó en el Congreso, lo que le costó varios meses de extrañamiento en Fuerteventura). Jordi Amat le dedica un merecido flash.
La tercera magdalena se llama Javier Tusell. Gran historiador de la España contemporánea —yo creo que el mejor y más completo de los recientes—, falleció muy prematuramente hace once años. Como hago ahora con Jordi, solía mantener con él largas conversaciones. Amat recuerda que fue el primer historiador en aproximarse con ecuanimidad al tema del Contubernio, con un libro que ganó el Premio Espejo de España en 1977. Pienso que a Tusell le hubiera interesado mucho La primavera de Múnich, y en aquellos detalles en que discrepara (y que nunca faltaban en sus reseñas), lo hubiera puesto de manifiesto de una forma que a Jordi Amat le habría estimulado. Me alegro de que este trabajo brinde también un motivo para recordar al intelectual desaparecido y añorado.
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Nota: Una primera versión de este texto fue leída en la presentación barcelonesa de La primavera de Múnich en la librería Laie.
Título: La Primavera de Múnich. Esperanza y fracaso de una transición democrática. Autor: Jordi Amat. Editorial: Tusquets. Edición: Papel y Kindle
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