Hace varias semanas reseñaba en las páginas de Heraldo de Aragón la novela recién editada por Xordica Volar alto, de Jorge San Barajas, una intensa ficción inspirada en hechos y personajes reales en la Zaragoza de 1940. El protagonista de la obra es el pintor olvidado Ciriaco Párraga, pero la novela se recrea en un elenco de secundarios que vivieron en la posguerra, pertenecientes a la intelectualidad zaragozana, como Pilar Bayona, Eduardo Cirlot, Jalón Ángel o el historiador de arte José Camón Aznar. Todos ellos decidieron permanecer en España tras la Guerra Civil sin contrariar al régimen, y desempeñaron discretamente su arte.
La siguiente etapa de este relato comienza unos días más tarde, ya en semana santa, cuando me desplazo con la familia al apartamento de mis suegros en la montaña. Allí confluyen dos hechos: Heraldo de Aragón entrega un suplemento monográfico sobre Goya de veinte páginas, con motivo del 275º aniversario de su nacimiento y, en un estante junto a la chimenea, observo los cuatro tomos de la biografía de José Camón Aznar: Francisco de Goya, editada por Ibercaja en 1980.
¿Quién fue José Camón Aznar? De la novela Volar alto recupero esta cita: “Cuando la gente empieza a hablar de política, (Camón Aznar) imagina que el espacio es un cuadro tridimensional que necesita su retoque. Le interesa poco la caducidad de la realidad. Las cosas que pasan son cosas que no se quedan. Y a él le interesa lo que queda”.
Camón Aznar, nacido en Zaragoza en 1898 y discípulo de Miguel de Unamuno, consiguió ser catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes en la Universidad de Salamanca a los 26 años. Perdería su cátedra tras la Guerra Civil, a causa de su vinculación con el Partido Radical, de ideología republicana, populista y anticlerical. Si bien en los comienzos el Radical era un partido de izquierda, más tarde se convirtió en formación de centro derecha de corte nacionalista.
En 1939 Camón Aznar reaparece en su ciudad natal, en cuya universidad comienza a impartir discretamente clases de Historia del Arte. Es un auténtico apasionado por la pintura, hasta el punto de que estudió Derecho por imperativo paterno y, al terminar, se matriculó en Filosofía y Letras. No tardará ni tres años en mudarse a Madrid, en cuya Universidad Central de la calle San Bernardo gana una nueva cátedra, esta vez de Historia del Arte Medieval. A partir de este momento, su carrera entre la élite de la intelectualidad será meteórica: decano de la Facultad de Filosofía y Letras, académico de todas las Reales Academias, director de museos, presidente de fundaciones de arte, patrono de patronatos, consejero del CSIC, director de revistas y hasta miembro del comité de sabios de deben dirigir la educación del príncipe Juan Carlos. Además de sus ingentes escritos académicos sobre arte y estética publicó novelas, tragedias, poemas. Fue redactor jefe de periódicos, autor de más de ochenta libros, ganador del premio nacional de literatura…
¿Cuáles fueron las ideas políticas de Camón Aznar? No he podido encontrar una sola palabra al respecto, más allá de su preferencia juvenil por el Partido Radical de Lerroux, pero tampoco es el propósito de este artículo. Incluso resulta mejor no saberlo, porque en la narrativa la ignorancia es más fecunda que el saber y da pie a la imaginación.
En nuestro apartamento de la montaña, después de comer, cojo el tomo segundo de Francisco de Goya y comienzo a leer tranquilamente. Un resplandor amarillento penetra por la ventana de la terraza tamizado por las cortinas y se refleja en el papel. Al azar, he abierto el volumen por la página 96, donde comienza un capítulo titulado «Enfermedad de Goya».
Es maravilloso cómo Camón Aznar, con sutileza y maestría narrativa, glosando cartas transcritas en el texto de la biografía, relata uno de los episodios más trágicos de la vida del pintor. Al parecer, Goya sale de Madrid en enero de 1793 sin permiso del rey —los pintores de la Corte lo requerían para ausentarse de la capital—. Lo más probable es que necesitara unas vacaciones en casa de su amigo Salvador Martínez, empresario gaditano. Para ello, parece ser que fingió una enfermedad. Alegó que el clima del sur le sentaría bien y pidió dos meses de licencia, los cuales le fueron concedidos por su majestad, según consta en carta enviada desde palacio por el duque de Frías. Nada más llegar a Sevilla pintó al coleccionista y crítico de arte Ceán Bermúdez —probablemente para conseguir o pagar algún favor—.
Pero en Sevilla, Goya cayó realmente enfermo y acudió asustado a Cádiz, a casa de su amigo Sebastián Martínez, víctima de dolencias agudas que no han podido esclarecerse con precisión. Una de las versiones más extendidas es la del saturnismo, provocado por el exceso de plomo en las pinturas de la época, el mismo plomo que pudo acabar con la vida de cinco de sus hijos, muertos durante la niñez. Otra hipótesis extendida es la de la sífilis, epidémica por aquel entonces en Andalucía. De ella dan cuenta varias cartas. Una de Martín Zapater en la cual achacaba la enfermedad a su “desordenada vida” a la cual le condujo su “poca reflexión”. El médico contemporáneo, Rubén de Ortigosa, más comprensivo, le aconsejaba en estos términos: “Ya sabe usted, amigo Goya, que el doctor es un confesor prudente. Nada recele, ni le conturbe, pero aténgase siempre al adagio, cada oveja con su pareja”. La tesis sifilítica —ya fuera adquirida o heredada— también la defendió en el siglo XX Gregorio Marañón.
La historiografía médica abunda en causas posibles de la enfermedad. Algunos hablan de hemiplejía provocada por una trombosis en la arteria silvana izquierda. También hablan de angustia, que le provoca cefaleas, olvidos, vértigos, abatimiento, delgadez… En periodos de crisis sufre delirios alucinatorios, manías, estupor, melancolía… Hasta ese momento su salud había sido perfecta. Había vencido las enfermedades corrientes, como resfriados e insolaciones, o el decaimiento que provoca el exceso de trabajo.
Transcurridos los dos meses de licencia, Goya continúa gravemente enfermo en Cádiz, sin saber si saldrá del trance. Salvador Martínez debe escribir a la corte para aclarar que el pintor sigue enfermo y solicitar nueva licencia de otros dos meses. El 29 de marzo escribe también a Martín Zapater a Zaragoza. Aclara que este ha sufrido mucho pero que se va reponiendo. Le cuenta también la gran preocupación de su mujer, Josefa Bayeu.
Parece ser que a finales de mayo de 1793, la enfermedad ha cedido y Goya puede partir de vuelta a Madrid, tras cuatro meses fuera de casa. Ha quedado sordo y hemipléjico del lado de derecho, de tal modo que no solo no puede pintar sino tampoco escribir. La sordera es irreversible, lo movilidad la recuperará totalmente pasados unos meses. Acaba de cumplir 47 años y según escribe Camón Aznar: “Su ingenua vanidad había experimentado ya todos los halagos cortesanos”. Se encuentra en un momento en el que “ya mediada la vida aparece la primera gran ola de pesimismo. A través de la desgana en su labor y de sus quejas en las cartas a Martín Zapater, habíamos advertido su falta de entusiasmo en la pintura de cartones” para la Real Fábrica de Tapices. “Goya quedó excitado por una hipersensibilidad (…) que le hacía ser perceptor de cuantas anormalidades en la vida social y mundana veía”.
Durante los primeros meses de su convalecencia, definitivamente sordo y, por unos meses, también apopléjico e impedido para pintar grandes óleos o dibujos, “Goya busca compensación en puras tareas de creatividad”, en cuadros de pequeño formato que no están destinados en principio a la venta y que son puros experimentos, ajenos a las limitaciones temáticas o de tamaño de las pinturas de encargo. Durante esos pocos meses, “Goya rompe con ese mundo que le sojuzgaba y deja que su arte vuele por los cielos altos de la fantasía”. Detesta los dibujos para tapices que ocuparán las habitaciones de los príncipes. Y el 4 de enero de 1794, en una carta dirigida a Bernardo de Iriarte se confiesa: afirma que a él le interesan los “ensanches”, “ese mundo que se ensanchaba más allá de los límites del cuadro, un mundo dramático, funeral y enloquecido, que no podía decorar salones regios”.
Iriarte presidía por aquel entonces la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Goya tiene el atrevimiento de enviarle estos cuadros de pequeño formato para someterlos al escrutinio de los señores académicos. Y continúa Camón Aznar refiriéndose a estas obras: “No importa la técnica bocetística, no importa el arrebato instantáneo con que están realizados. Penetra en su arte un instantismo creador que ya desde entonces ha de enseñorear la pintura moderna. (…) “Goya, liberado de encargos, en la soledad de sus dolencias crea unos cuadros donde se anuncia ya toda la sensibilidad contemporánea (…). A raíz de su enfermedad, su genio explotó con una potencia imaginativa y con unos primores técnicos que, en definitiva, constituyen la esencia del artista”.
Voy a dejar para más adelante lo que contestó Bernardo de Iriarte el 7 de enero de 1794 al envío de los cuadros de Goya, que vieron todos los académicos en la sesión del día 3, y de paso explicaré por qué he titulado este articulo “Goya a los 49 años”. Para ello debo retomar el especial de Heraldo de Aragón sobre el 275º aniversario del nacimiento del pintor. En concreto, la entrevista a Janis Tomlinson, historiadora del arte norteamericana que acaba de publicar en Estados Unidos su última y exitosa biografía: Goya: A Portrait Of the Artist, que publicará Cátedra en España en 2022.
Tomlinson afirma que su periodo preferido de Goya es “el que va de 1789, cuando le nombran pintor de la Corte, hasta 1799, cuando se convierte en primer pintor de cámara. Es un periodo en el cual se va rebelando contra lo que tenía que hacer en Madrid, contra el academicismo… hasta llegar a Los caprichos. Respecto a la enfermedad de 1793, contesta a Heraldo: “No encontró tratamiento a su sordera, pero siguió adelante, trabajando, haciendo dibujos privados, experimentando con obras más pequeñas, de gabinete, y un año más tarde (en 1795) había vuelto a hacer retratos de encargo”. De los años entre 1793 y 1797 nos ha quedado el llamado “Álbum B”, o “Dibujos de Madrid”. Tras su enfermedad comienza a dibujar con total libertad, para sí mismo, ajeno a cualquier encargo.
Navegando por internet busco más información sobre Janis Tomlinson, y en la pantalla aparecen fotos de la historiadora teñida de morena, de rubia, de pelirroja; hasta las más recientes en las cuales ha optado por una melena blanca sin tinte alguno, sin perder ápice de una elegancia natural que recuerda a la de la poeta Anne Carson. En entrevista concedida a la Fundación Goya en Zaragoza, Tomlinson cuenta cómo se enamoró de Goya a los 17 años. Debido al trabajo de su padre había estudiado el bachillerato en Barcelona, y a esa edad viajó a Madrid y visitó el Museo del Prado. Una buena amiga le regaló una biografía del pintor que todavía conserva. La estudiosa afirma: “Cuando se estudia a un artista, se está obsesionado con todo aquello que no se sabe”. Esta es una idea que me interesa. Hace unos días, leyendo otras declaraciones de ella que ahora no encuentro, venía a decir que, al escribir su biografía, siempre sintió la tentación de buscar más, de leer más, para encontrar en una nueva carta un dato inopinado y revelador. Todo lo que no sean esos datos encontrados, que deben contrastarse además a través de varias fuentes, forman parte de una suerte de ficción casi novelesca.
La labor de rastreo en la vida de Goya, mezclada con cierta ficción necesaria para completar el retrato, es algo que me apasiona: Camón Aznar, Tomlinson… De pronto, se me ocurre la idea de centrarme en un solo año del pintor aragonés. ¿Qué año…? —me pregunto…—. Da la casualidad de que Goya nació un 30 de marzo y yo un 7 de abril. Esta semana es mi cumpleaños: el miércoles 7 de abril cumplo 49. ¿Por qué no escribir una mini biografía que se titule: “Goya a los 49 años”? —me respondo en forma de interrogante—. Y así da comienzo este relato…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: