Abrir un libro de William Steig es asomarse a una obra construida sobre un personaje; el mundo en torno a él es un escenario de prueba, un escenario para la confirmación de su naturaleza. Esto ocurre tanto en sus álbumes ilustrados como en sus novelas: la tenaz Irene, capaz de desafiar a la nevisca para cumplir una misión (Irene la valiente); el robinsoniano Abel, que descubre su nobleza tras perderlo todo (La isla de Abel); el trotamundos Dominico, que afronta con alegría el camino de la aventura (El gran viaje de Dominic).
Sin embargo, pese a la contradicción humorística, el esquema es el mismo y las lecciones, iguales. Tanto Dominico como Shrek optan por el camino de la aventura, tienen encuentros mágicos y sus peripecias culminan con el final feliz de una boda (celebrada por un sacerdote caimán sospechosamente parecido). En ambas historias el final feliz deriva del acorde entre la forma de ser y el destino, las leyes de la necesidad construyen un itinerario donde el personaje reafirma su identidad (“todos son yo”, exclama Shrek en una de los dibujos memorables del álbum, enfrentado a un laberinto de espejos y mostrándose “feliz de ser exactamente quien era”).
Hasta ese momento, el lector ha asistido el encadenamiento de encuentros habituales en el género de la aventura, a la superación de pruebas, marcadas en este caso por el signo humorístico de la inversión: los padres alientan al joven héroe “a repartir daño”, el protagonista roba la comida en lugar de ser asaltado, las serpientes desfallecen nada más morder al héroe (Shrek es un ogro pestilente), el héroe juguetea complacido con el dragón… La naturaleza se aparta al paso del protagonista, que en lugar de atraer aparece caracterizado como un ser repulsivo (los propios colores del álbum: verdes, violetas, mostazas, ocres… resultan fríos y hostiles).
Sin embargo, la irritación cómica consigue el efecto contrario, merced al talento de Steig, y Shrek pasa a convertirse por su autenticidad, por su graciosa nobleza (ser de una pieza), en un personaje adorado por los niños (ésos a los que el propio ogro encuentra temibles, como las flores, protagonistas de sus peores pesadillas). Shrek resuelve con desparpajo desopilante los retos que encuentra a su paso (“¡por encima de mi cadáver!” —le espeta un caballero armado con imponente armadura— “¡por encima de tu cadáver!”, responde él, antes de abrasarlo como una codorniz —luego el caballero saltará, rojo como una gamba, al agua del foso—).
El final feliz, como se dijo, sanciona el orden que sostiene el libro y el pilar estético sobre el que se levanta el pabellón de la obra de Steig: quien es quien es, quien se mantiene fiel a su naturaleza y cumple con el desafío de su destino, encuentra el premio acorde a su perseverancia (en este caso, por supuesto, la princesa “más despampanantemente fea sobre la faz de la tierra”).
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Autor: William Steig. Traductor: Jorge de Cascante. Título: ¡Shrek!. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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