Cuentan que cuando Jill Barklem, la entonces aún desconocida autora de El seto de las zarzas, mostró sus bocetos a la responsable de las ediciones infantiles de HarperCollins, ésta comprendió al instante aquello que otras editoriales habían objetado antes de llegar hasta ella (que en esos dibujos había un material interesante, pero sin argumento). Dicha responsable quedó fascinada por las posibilidades que dichos bocetos ofrecían y supo anticipar la existencia de un mundo entero ahí, mundo que con el discurrir del tiempo se manifestaría en una serie gozosa de libros pequeños.
La editora tenía razón y cuanto se evidenció en aquella primera ocasión es suficiente para explicar la naturaleza estética de la obra de Barklem. En efecto, son libros en los que apenas sucede nada noticioso, casi no hay argumento, pues no lo necesitan. La estética del idilio, a la que pertenece esta obra, prima el espacio (el seto de las zarzas que da nombre a la colección, con sus casas y su contorno) sobre el tiempo, y éste es de carácter ahistórico, cíciclo (se mide sólo por el cambio estacional). Además de esto, ofrecen un mundo completo, el de una vida perfectamente integrada en la naturaleza: en este caso, una comunidad de ratones que aprovecha con sabiduría tradicional las posibilidades que ofrece el campo. Estas posibilidades son ilimitadas, permiten construir series pegadas a la vida (bodas, nacimientos, fiestas, pequeñas aventuras…) en las que los ejes principales son la familia y su extensión, la comunidad; y todo ello en el marco de la naturaleza, de la exuberancia de la campiña británica.
Barklem recogía así una tradición pastoral muy fecunda en Reino Unido, que ha dado pie a grandes clásicos infantiles (entre los que se encuentran antecedentes tan ilustres como la obra de Beatrix Potter o la novela El viento en los sauces, de Kenneth Grahame) y que se plasma, por ejemplo, en los grandes lienzos, naturales y humanos, de un pintor como John Constable. Pero la obra de Jill Barklem no se desarrolló en el ámbito de los álbumes ilustrados ni en el de la novela infantil, ella compuso libros ilustrados, cuentos sabiamente entreverados de ilustraciones que consiguen un ejemplo inusual de integridad. Sus palabras y sus imágenes dan cuenta de un mundo sin fisuras, permiten el encantamiento de una inmersión atemporal.
Los primeros libritos de la serie, aparecidos de manera conjunta en 1980 y hoy perfectamente recuperados, con ejemplaridad editorial (su tamaño pequeño, su textura, su color, contribuyen al efecto mágico), recurrían al ciclo estacional, omnipresente en todos los libros de la colección, modelador de las tramas: Cuento de primavera, Cuento de verano, Cuento de otoño, Cuento de invierno.
Mostraban un espacio indefinido y misterioso representado con máxima pulcritud y lujo de detalles (Barklem fue una observadora excelente de los matices de la naturaleza y de la vida tradicional en la campiña británica): “más allá del río y entre los árboles del bosque…”. En ese lugar vive una comunidad de ratones cuya vida acontece, como es propio de una sociedad tradicional, marcada por el ciclo del trabajo y la fiesta.
La felicidad y armonía representada en los libros de Barklem reside en este equilibro cuyo principio fundamental es la relación del colectivo con la naturaleza, con los saberes ancestrales (sus ratones aprovechan los recursos de un modo hacendoso: muelen, tejen, embotan, cocinan…) y cuya manifestación final es la celebración al aire libre o en el interior de las casas (representadas con extraordinario detalle, como reinos de la exuberancia doméstica, del bienestar familiar), alrededor de la comida tomada de la tierra y trasformada con sabiduría ancestral (“preparaban comida de verano: sopa fría de berros, ensalada fresca de diente de león, crema de miel, magdalenas de licor de moras y merengues”).
El idilio consagra este vínculo sagrado y orgánico entre la naturaleza y sus habitantes, y encuentra su culminación en los ritos fundamentales de la vida, como el casamiento de Don Polvorón y la señorita Amapola: “en el nombre de los campos y las flores, de las estrellas que hay en el cielo, de los ríos que van a parar al mar y del maravilloso misterio que envuelve todo lo que nos rodea, yo os declaro marido y mujer”, al que, en La gran sorpresa (último libro de la colección), seguirá el bautismo de sus retoños y la construcción por parte de todos de una nueva casa, el alumbramiento de un nuevo hogar.
En esta sociedad tradicional donde la vida transcurre acorde al ciclo de las estaciones, las pequeñas aventuras (los argumentos que Barklem debió inventar para mostrar el sentido último de su trabajo: la representación de un mundo idílico, pegado a la tierra) surgen siempre de necesidades concretas (llevar unas mantas nuevas a los topillos en ¡Montaña arriba!; reponer las reservas de sal en Cuento de mar, preparar una pequeña actuación teatral para celebrar el solsticio de invierno en La escalera secreta).
El talento artístico de Barklem la capacitaba para mostrar la plenitud de esta estética, para disponer cenefas vegetales que enmarcan la vida, para dibujar interiores abigarrados y acogedores que descubren la riqueza familiar (frente a la belleza natural de los exteriores), para celebrar la alegría comunitaria de la fiesta, donde se manifiesta el gozo por una supervivencia feliz:
El invierno lo intentó, pero seguimos con vida
y ahora nosotros te traemos
¡la PRIMAVERA prometida!
Esto cantan los ratones del seto de las zarzas durante el solsticio de invierno, así lo hemos cantado los humanos desde tiempos remotos.
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Autor: Jill Barklem. Título: Colección El seto de las zarzas. Editorial: Blackie Books.
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