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Grandes regalos (II): ‘El cascanueces y el rey de los ratones’, un cuento ilustrado

Grandes regalos (II): ‘El cascanueces y el rey de los ratones’, un cuento ilustrado

Siempre es buen momento para regalar o regalarse un cuento como El cascanueces y el rey de los ratones, escrito por E.T.A. Hoffmann en los fecundos años finales de su corta y extraña vida. Pero la inminencia de la Nochebuena, fecha de inicio de la historia, la edición completa del cuento (traducido algunas veces desde versiones posteriores incompletas), las ilustraciones de Robert Ingpen, inteligentes y afinadas, y la circunstancia de que precisamente en este año que termina se haya conmemorado el bicentenario del fallecimiento de su autor, una de las figuras más importantes de la imaginación fantástica grotesca del siglo XIX, lo hacen extraordinariamente oportuno.

Por desgracia, este bicentenario ha pasado bastante desapercibido en nuestro país, a pesar de la influencia de Hoffmann en la revitalización de la fantasía humorística (fruto de una estilización simbólica de motivos tradicionales) que caracterizó ese primer momento de la modernidad que conocemos como Romanticismo. Su obra es un monumento del grotesco en su dimensión fantástica, un compendio de risa oscura y de imaginería siniestra.

"Esta complejidad, en el caso de El cascanueces empieza desde la propia concatenación de engranajes narrativos"

Las obras de E.T.A. Hoffmann, sean cuentos o novelas, se caracterizan siempre por una compleja estructura, un mecanismo narrativo que contribuye a la fusión de planos de realidad e invención, así como de tiempos y dominios estéticos (la oralidad folclórica y la escritura estilizada) que crean estados de extrañeza en el lector, una perplejidad que nubla el juicio racional y lo embebe. Así lo declara el propio ilustrador, el laureado Robert Ingpen, versado en la recreación de clásicos infantiles, cuando en una nota de cierre de la edición confiesa que, tras muchos años y obras de experiencia (Peter Pan y Wendy, El libro de la selva, Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas…) ésta fue la primera que le exigió un doble trabajo de planificación para desentrañar los niveles de imaginación contenidos en ella. El resultado, en recompensa por el esfuerzo, fue óptimo.

Esta complejidad, en el caso de El cascanueces empieza desde la propia concatenación de engranajes narrativos: el cuento se inserta en una colección (Los hermanos de san Serapión) donde el marco narrativo, una reunión de amigos, reproduce la que en la vida real Hoffmann mantuviera con compañeros de profesión como Contessa, La Mote-Fouqué o Chamisso. Dentro del propio cuento se inserta un pequeño cuento (“El cuento de la nuez dura”), narrado por uno de sus protagonista (el consejero Drosselmeier, padrino de los niños protagonistas de la historia principal), que a su vez aparece representado en el interior del pequeño cuento interpolado a través de la figura de un “doble” que lleva su mismo nombre. El hecho de que los personajes “entren y salgan”, pasen de uno a otro nivel, sumado a las continuas transformaciones (los humanos son cosificados, los juguetes se personifican), así como el mecanismo clásico del sueño, como puerta de transición, permiten una ilusión poderosamente veraz, un efecto de pesadilla que, sumado al encanto y horror de las imágenes (invasión de ratones, seres de siete cabezas, princesas convertidas en monstruos hidrocéfalos, marionetas inquietantes, reinos deliciosos, feéricos…) mantiene al lector el vilo (las apelaciones al mismo son constantes) y en estado de continua sugestión.

"Todo es dibujado como escribe Hoffmann, con ese subyugante poder de representación que en el transcurso del propio cuento se atribuye a las estampas de los libros ilustrados que los pequeños protagonistas reciben como regalo por Navidad"

Las ilustraciones de Ingpen para esta edición captan el efecto grotesco de la historia sin caer en la tentación del tremendismo ni de la simplificación. Resuelve los juegos de metamorfosis con un acertado uso de las escalas (el pequeño cascanueces se adapta convenientemente al tamaño de su dueña según la ocasión), presenta los capítulos con esbozos de lapicero que consiguen un distanciamiento oportuno, dispone las dobles páginas como un festival donde conviven todos los matices de la narración (el abigarramiento épico de la batalla de los juguetes y los ratones, los interiores burgueses y folclóricos de los dos espacios familiares, la dulzura pastoral de reino de los juguetes, el primor fantasioso del viaje en barca tirada por delfines dorados hacia la capital, de aire veneciano, el terror de la pavorosa imagen nocturna del ratón de las siete cabezas ante la vitrina de cristal, el poder plástico de las seres materiales —morcillas, multiplicación de asquerosos ratones, monstruos mecánicos…—).

Todo es dibujado como escribe Hoffmann, con ese subyugante poder de representación que en el transcurso del propio cuento se atribuye a las estampas de los libros ilustrados que los pequeños protagonistas reciben como regalo por Navidad: “tan bien hechas que parecía que iban a hablar”.

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Autor: E.T.A. Hoffmann. Ilustrador: Robert Ingpen. Traductor: Xevi Solé Muñoz. Título: El Cascanueces. Editorial: Blume. VentaTodos tus libros.

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