El escalafón de asistencias de la Real Academia Española correspondiente al año que termina lo encabeza don Gregorio Salvador Caja con una cifra asombrosa: 2315. Es el número de sesiones en las que, desde 1987, aportó su saber a la institución el académico ejemplar que acaba de dejarnos. No era el más antiguo de los miembros de la corporación, pero sí, desde luego, el más asiduo. Quienes tuvimos el privilegio de compartir comisión con él no podremos acostumbrarnos a su ausencia. En la Academia, de la que fue Vicedirector entre 1999 y 2007, ha pertenecido hasta hoy mismo a la Comisión Delegada del Pleno y para el Diccionario, instancia fundamental en la elaboración de la más consultada obra corporativa.
En el terreno de la dialectología y la geografía lingüística fue discípulo de don Manuel Alvar, que dirigió su tesis doctoral (El habla de Cúllar-Baza) y de quien fue eficaz colaborador en el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía. Después, y especialmente —aunque no solo— en su etapa tinerfeña, fue el introductor en España de los métodos de la semántica estructural, lo que ha permitido hablar de una Escuela de Semántica de La Laguna, por él encabezada.
Elegido académico de la Española en 1986, leyó su discurso de ingreso el 15 de febrero del año siguiente, y lo hizo de forma originalísima. Como bien se sabe, es rito obligado en tales solemnidades que el recipiendario dedique una parte del discurso a hacer un elogio de su antecesor. En el caso de don Gregorio se daba la circunstancia de que iba a ocupar una silla de nueva creación, por lo que no tenía posibilidad de elogiar a nadie, en vista de lo cual optó por convertir el entero discurso en un elogio —e historia— precisamente de la letra que le había caído en suerte, la q minúscula.
Es una pieza magistral, como salida de la pluma de un verdadero maestro de la prosa. Pues, en efecto, don Gregorio Salvador era dueño del esquivo secreto necesario para hacer que sus disertaciones sobre asuntos lingüísticos estuvieran tocadas, gracias a la galanura del estilo y a tal cual toque de humor, con la virtud envidiable de la amenidad. Lo que vale también, desde luego, para el arte de la conferencia. Cuantos hayan tenido el privilegio de asistir a alguna de las muchas que dio no me dejarán mentir. Eran piezas absolutamente redondas del arte de la palabra bien escrita y bien dicha.
Aparte de esa de conferenciante, la faceta que más asiduamente puso en contacto al público no especializado con don Gregorio Salvador fue la de articulista en periódicos. En tal faceta ensayística el académico desaparecido abordó con brío polémico, y en mi sentir con deslumbrante lucidez, asuntos esenciales de la política lingüística en España y la convivencia de lenguas en su territorio. Cuánto hubiera yo deseado poder comentar con él la reaparición reciente de viejos contenciosos, ahora a propósito del castellano —ni él ni yo, sin rechazar este nombre, hubiéramos participado de cierta vergonzante proscripción de español que algunos practican— como lengua “vehicular” de la enseñanza. Puedo imaginarlo justamente encocorado de que alguien, por el mero hecho de concederle a nuestro idioma tal carácter, hubiera siquiera podido dudar por un momento que es el que le corresponde.
La clave del asunto, la que late en los admirables artículos que don Gregorio recogió en unos cuantos libros imprescindibles (particularmente en el tan significativamente titulado Política lingüística y sentido común), es el esfuerzo por contrarrestar lo que el autor llamó “infidelidad lingüística” hacia el idioma de todos: la difusa y acomplejada sensación de que, en la España del posfranquismo, el castellano o español había de purgar no se sabe qué “pecados” inherentes, justamente, a su condición de lengua común de los españoles.
Ya en edad madura —y no es caso único entre filólogos— Gregorio Salvador se nos reveló como narrador con mucho oficio en una novela, El eje de compás —cuyo protagonista tiene bastante de alter ego suyo—, y en el volumen Nocturno londinense y otros relatos. Fue el broche literario de una vida fecunda volcada en la palabra.
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Artículo publicado por Pedro Álvarez de Miranda en El País
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