Gonzalo Torrente Ballester, de quien hablamos aquí con detenimiento hace unas semanas, no sólo fue un narrador excepcional, además del responsable de la que muchos consideran la mejor novela española del pasado siglo. Fue también un estudioso constante y consciente de las exigencias y los límites de su propio campo de trabajo. Sus indagaciones en ese aspecto, y también las conclusiones a las que fue llegando con el tiempo, quedaron de manifiesto en los progresivos cambios que se fueron percibiendo en su estilo y su prosa a lo largo de su carrera, pero también en anotaciones y cuadernos que no siempre han merecido, por parte tanto de los lectores como de las editoriales, la atención que sí consiguieron sus obras narrativas. Lo explica muy bien la profesora Carmen Becerra: «Torrente no sólo desarrolló su maestría en el arte de contar historias, adscritas a diferentes géneros, su faceta más conocida; también realizó, en diferentes etapas y de manera más o menos continuada, diversas actividades de las que tal vez la más olvidada sea su labor como perspicaz y fino ensayista».
Por esa razón se agradece que irrumpa en las librerías Teoría de la novela (Deliberar), un volumen que recoge por vez primera cuatro conferencias sobre ese tema que Torrente Ballester ofreció a lo largo de 1973 junto a otras dos acerca del realismo y la realidad en la novela contemporánea (donde el término «contemporánea» abarca los años ubicados en las coordinadas próximas a 1963, que fue cuando se dictó la charla) y los entresijos de los procesos que dan lugar a las obras de ficción. Se cierra el volumen con una compilación de textos breves que Carmen Martín Gaite, Stephen Miller, Cristina Sánchez-Andrade y J. A. González Sainz dedicaron en algún momento al corpus torrentiano. Vale la pena detenerse en este libro, porque Torrente Ballester fue uno de esos autores que crean magisterio y no deja de ser un lujo el poder retener sus lecciones tanto tiempo después de que él se haya fugado de este mundo. De algunas de esas clases magistrales recojo los extractos que copio a continuación, a fin de demostrar la pertinencia y la lucidez de determinadas observaciones que escritores y lectores harían bien en conocer y tener en cuenta.
«Es muy curioso pensar que la ciencia más acreditada, y si quieren ustedes temible, de nuestro tiempo es la lingüística, y que la lingüística estructural fue la que predominó hasta 1960, 1962 o 1963; por esa época, pongamos el año 60, ha habido una especie de divergencia que dio lugar a otras escuelas nuevas: transformacional, generativa, etc. Pues bien, el grupo de los chomskianos, es decir, los que siguen al lingüista Chomsky […], han trasladado ese interés a la obra literaria y, contra lo que antes sucedía, dicen que es más importante estudiar el proceso generativo de la obra literaria […]. Sin embargo, el estudio del proceso configurativo no crean ustedes que es fácil, porque generalmente el escritor no suele dejar documentos, y cuando los deja, con mucha frecuencia son sospechosos, porque el escritor tiene tendencia a mentir, a mitificar su oficio.»
«El texto de una novela es igual que la partitura de una sinfonía. La novela yace en el texto, pero para que surja como tal novela hace falta un ejecutante, exactamente igual que la pieza de música; el ejecutante es el lector. Este lector es el encargado de descifrar el texto, y la operación de descifrar un texto novelesco da como resultado tantas novelas como lectores; cada vez que un señor lee el Quijote, el resultado es distinto.»
«Una novela imaginativa requiere, por lo tanto, que la imaginación del lector acompañe a la del narrador, a la del autor, porque, si no puede acompañarla, se fatiga y cierra la novela, cosa que sucede con mucha frecuencia, porque la novela es un género para personas imaginativas. Este tipo que dice: «Yo no leo la novela porque todo lo que dicen las novelas es mentira» no es ni más ni menos que un hombre falto de imaginación.»
«Los artistas tienen tendencia a la mitificación. El artista tiende a presentarse como hombre excepcional. La palabra genio es una palabra acuñada, puesta en circulación por el Romanticismo. Hoy estamos en un momento de distensión, de desmitificación del artista, y caemos en el extremo opuesto, estamos cayendo en el extremo de desdeñar de tal manera al artista que se afirma que el artista en realidad no hace nada, el artista es intérprete de una serie de cosas […], hombre que utiliza bienes mostrencos como es, por ejemplo, el lenguaje, que no lo ha hecho él. A mí me parece que tan exagerada es una postura como otra, y que hay que reconocerle al artista una cierta excepcionalidad de facultades.»
«Se ha intentado hacer novelas sin personajes, pero por ahora la novela sin personajes no existe, el personaje sigue siendo un elemento capital de la novela. Ahora bien, no todas las narraciones necesitan de la misma manera del personaje, es decir, que la función del personaje dentro de la narración no es siempre la misma.»
«Hay novelistas que no tienen más que un mundo, y son precisamente novelistas en los cuales es frecuente que el personaje de una novela pase a otra, por ejemplo, Galdós. El Galdós de las grandes novelas tiene un mundo, que es Madrid y sus aledaños, la España del siglo XIX, y él nos va dando distintos aspectos de este mundo, y a veces un personaje que nos lo hemos encontrado en una novela nos lo encontramos en otra, y, a veces, los materiales de una novela sirven para hacer otra porque, como ustedes saben y el propio Galdós lo dice, con los materiales que le sobraron de hacer Fortunata y Jacinta hizo Misericordia. […] En cambio, en Cervantes tenemos, por ejemplo, El Quijote y Persiles y Segismunda, que son dos mundos completamente distintos. No podemos coger a don Quijote y meterlo en el Persiles y viceversa, porque no hay unidad posible.»
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Título: Teoría de la novela Autor: Gonzalo Torrente Ballester Editorial: Deliberar. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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