En el quicio entre la realidad y la ficción, entre la objetividad ambigua y una subjetividad fantasmal que invierte las relaciones con el mundo exterior, la escritora Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) regresa a las librerías con un ramillete de ocho cuentos extraños y fascinantes que lucen el título colectivo de Los divagantes (Anagrama, 2023). Tras el éxito mundial de su última novela, La hija única (2020), que quedó finalista del Premio Booker internacional, la escritora mexicana reincide en su peculiar universo caótico y obsesivo por el que dan vueltas sin rumbo fijo unos personajes desorientados que hacen inventario sobre el montón de ruinas de sus vidas.
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—Los albatros divagantes se desorientan y llegan a lugares muy alejados de su hábitat natural. ¿La desorientación es tal vez la única vía de escape de un mundo demasiado orientado?
—Me gusta la idea de los albatros divagantes, porque son aves que tienen un proyecto de vida como especie bastante definido. Vuelan solo por ciertas rutas y regresan siempre a su hábitat para reproducirse con una sola pareja. Los seres humanos actualmente somos parecidos. Desde el colegio todos vamos pasando por etapas vitales muy similares, seguimos también un proyecto de vida definido. ¿Por qué tenemos que hacer todos lo mismo? ¿Por qué no podemos divagar sin convertirnos en parias? Y paradójicamente, también podríamos decir que la sociedad ha perdido el rumbo, hemos extraviado aquellas cosas que antes pensábamos que nos servían de orientación.
—¿A qué cosas se refiere?
—Creíamos en el progreso o el avance de la civilización, por ejemplo, en que la tecnología iba a permitir que viviéramos cada vez mejor, más sanos y más felices. De hecho, estábamos tan seguros de nuestra posición que nos sentíamos capaces de civilizar a otros pueblos supuestamente primitivos. ¿Quién es capaz de pensar algo así ahora? ¿Quién es capaz de decir que nuestras sociedades estresadas, dependientes del consumo y sin rumbo son felices? Somos albatros divagantes.
—¿Cómo se reúnen ocho cuentos en un libro? ¿Es un proceso formal o se trata más bien de un juego azaroso?
—Cada libro es diferente. Para este último libro lo que ocurrió es que escribí el cuento titulado precisamente «Los albatros divagantes» y, al terminarlo, comprendí que tenía varios relatos anteriores que tenían mucho que ver con este. Tenía sentido reunirlos en una colección, añadir dos o tres más y, al fin, ordenarlos muy concienzudamente. Esto es muy importante para mí. Sé que luego el lector de un libro de cuentos puede empezarlo por donde quiera, pero yo pensé mucho cuál debía ir primero y cuál después. Es como la carta de un restaurante. Es verdad que puedes comerte el postre primero, pero, ¿por qué no confías en la propuesta del chef?
—Hay en estos cuentos ecos del confinamiento por el covid. Uno de ellos es una suerte de distopía de control a una población encerrada en casa. ¿No tiene la sensación de que la pandemia, que fue terrible, ha dejado una escasa huella literaria?
—Es cierto, diría que las ficciones sobre la pandemia irán saliendo poquito a poco. Dese cuenta de que aún no hemos acabado de comprender bien qué fue lo que nos pasó entonces. La pandemia fue un ciclón que lo arrasó todo y aún estamos haciendo un recuento de los daños. El proceso será largo. En cuanto a mi trabajo, yo tuve suerte, en realidad. Acababa de terminar mi novela La hija única y el confinamiento coincidió con el periodo de descanso que siempre me otorgo después de acabar un libro.
—Su universo literario parece siempre colgar al límite de lo real. ¿Se siente de alguna forma una narradora en la frontera de lo fantástico?
—Definitivamente sí. La literatura fantástica forjó mi formación como lectora, en especial aquella que juega con la ambigüedad acerca de si lo que ocurre es real o forma parte de la subjetividad de los personajes. Tal es el espacio literario en donde me gusta situarme. En Los divagantes el caso más claro de esto es el relato titulado «Jugar con fuego».
—Los animales juegan en ese sentido un papel importante en su literatura, ¿verdad?
—Me gusta mucho observar a los animales, y desde pequeña he trazado semejanzas entre ellos y los seres humanos que conocía. «Ese señor tiene cara de pez», le decía a mi madre, por ejemplo. Siento que nos permiten vernos reflejados y que nos cuentan mucho más sobre quiénes somos en realidad que nosotros mismos.
—Su novela anterior, La hija única, fue finalista del Booker. ¿Cómo recuerda todo lo ocurrido?
—Es curioso lo de esa novela. Fue muy especial para mí, la escribí después de la experiencia de mi amiga, a la que pedí permiso para contar su historia… pero reconozco que no esperaba lo que ocurrió después. La gente la recibió como una novela sobre la maternidad cuando yo pensaba que el tema era la discapacidad. Y de pronto me invitaban a festivales sobre la literatura de la maternidad y yo, la verdad, no sabía muy bien qué estaba haciendo allí.
—¿Ha llegado hasta México toda esta historia del «piquito» de Rubiales?
—¡Pero claro, si ha llegado a todo el mundo! Ja, ja, ja. Yo lo que me preguntaba mientras se sucedían las informaciones sobre el caso era en qué mundo vive este señor. ¿Dónde estaba metido durante la conversación pública de los últimos diez años?
—Ha sido muy crítica con López Obrador, y hace dos años firmó una columna en el New York Times contra su cinismo y machismo. ¿Cómo ve ahora mismo al presidente de México?
—Machista sigue siendo, vaya. López Obrador llegó a declarar que el feminismo era algo extranjerizante que no formaba parte de la cultura de México, un país que respeta a las mujeres, el mismo país donde son asesinadas once mujeres al día en lo que podemos llamar sin dudarlo feminicidio. Pero yo he sido muy crítica con todos los presidentes de mi país, no sólo con este. Y ahora que van a competir dos mujeres por la presidencia de mi país y, por lo tanto, por primera vez vamos a tener una presidenta de la República, tal vez las cosas comiencen a cambiar.
Lo de conversación pública, que hoy se utiliza profusamente en los papeles, acaso sea una deficiente traducción, porque la Rae le da un extensión numéricamente restringida. Creo que adoptaron conversación porque el debate debió parecerles poco intelectual. Cosa de progres.