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Guillaume Apollinaire, irreverente como un «diablo enamorado»

Guillaume Apollinaire, irreverente como un «diablo enamorado»

De Las once mil vergas dijo Picasso que era el mejor libro que había leído jamás y su autor, Guillaume Apollinaire, además de inventar el término «surrealismo», prologó todos los títulos de una colección erótica, unas «introducciones» que ahora se publican en español por primera vez, Los diablos enamorados.

La editorial sevillana El Paseo ha publicado esta semana, en traducción de Julio Monteverde, Los diablos enamorados, que lleva el subtítulo de «Introducciones a la literatura erótica» y que convivirá en las librerías con la también reciente edición de «Las once mil vergas», que Akal ha incluido en su colección «Clásicos de la Literatura», traducida por Isabelle Marc.

Erotómano incorregible, renovador del lenguaje poético con sus «Caligramas», dramaturgo experimental, crítico de arte y periodista, Apollinaire obtuvo, medio siglo después de su muerte, en 1968, una curiosa calificación de la Comisión para protección de la infancia y la juventud de Francia para su obra Las once mil vergas:

«Una acumulación de los vicios más variados, donde el erotismo, la pornografía y las perversiones de todo tipo cotejan la escatología y el sadismo«.

Ese dictamen, no obstante, es refutado por Julio Monteverde, quien en el prólogo de Los diablos enamorados recuerda que el erotismo es «lo contrario de la pornografía», ya que «si el erotismo no se dirige de forma directa y apresurada a los hechos no es porque no se atreva o no pueda, sino porque en el rodeo que se complace en tomar encuentra un placer añadido que refuerza su sentido».

De la importancia que el propio Apollinaire concedió a la veintena de prólogos con los que adornó títulos como Las flores del Mal de Baudelaire, La lozana andaluza de Francisco Delicado o la obra del mismo Marqués de Sade, da prueba que fuese suya la idea inicial de agruparlos en un volumen específico.

De hecho el título Los diablos enamorados es del propio Apollinaire y el libro estuvo a punto de entregarse a la imprenta justo antes de la Gran Guerra, pero el devenir de los acontecimientos no lo hizo posible hasta que en 1964, 46 años después de la muerte del poeta, la editorial Gallimard lo publicó en una edición basada en una maqueta incompleta conservada en los archivos del «Mercure de Francia».

«Apollinaire pasó largas y penosas horas en el infierno de la Biblioteca Nacional francesa para redactar estas introducciones, en las que por supuesto no faltan los hallazgos y todo tipo de informaciones interesantes», escribe Julio Monteverde después de advertir que, al asumir el encargo de estos prólogos, el poeta tuvo que ser consciente del riesgo que asumía, «un riesgo real de desprestigio que en el futuro podría cerrarle puertas».

En la decisión de Apollinaire debió pesar, añade Monteverde, que fuese «poco entusiasta de las obras maestras de la literatura y prefería aquellas otras» que como las que integran este conjunto de prólogos «quedaron en los márgenes» porque «frecuentar solo las obras consensuadas como maestras no lleva más que a sitios que ya conocemos» y en los márgenes es «donde estalla lo nuevo, lo diferente, la sorpresa que Apollinaire convirtió en uno de los fundamentos de su poética».

En cuanto a Las once mil vergas, además de habitar los márgenes durante un siglo, también obtuvo cierto malditismo porque hasta 1993 no se incluyó en la edición de las Obras Completas de la canónica ‘La Pléiade’, y en España no fue traducido hasta 1984.

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