Guillermo del Valle (Madrid, 1989) se hizo de izquierdas ejerciendo la abogacía, ocupándose de los casos de personas que sufrieron el bocado criminal y mutilador, como de barracuda o marrajo, de la crisis —o las crisis, uno ya se pierde—. Licenciado en Derecho por la UAM y diplomado en la Escuela de Práctica Jurídica de la UCM, liberal que viró al socialismo, fue “el rojo de UPyD” cuando el partido naufragaba y, en 2020, fundó el think tank El Jacobino, plataforma que germinó, creció y engendró a Izquierda Española, una formación que nace como alternativa radicalmente zurda al PSOE, que rechaza todo coqueteo con el nacionalismo y que concurrirá en las elecciones europeas del 9 de junio.
Del Valle ha publicado La izquierda traicionada: Razones contra la resignación (Península, 2023), un ensayo en el que reivindica los principios de la siniestra clásica —libertad, igualdad, fraternidad, unidad e indivisibilidad de la República— y, a la vez, censura la mutación “socioliberal” de la oficialidad y su perversión reaccionaria, identitaria y tribal. Conversamos en esta entrevista sobre todo ello y, cómo no, sobre autores y lecturas.
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—¿Cuál es el primer recuerdo político de su vida?
—Mi casa no estaba demasiado focalizada en la política, pero sí en lo político. Mi biografía está muy ligada a mi padre, que es donostiarra. No habiendo sufrido el tema de ETA para nada, sí latía en el ambiente una anomalía que, cuando íbamos allí, teniendo yo seis o siete años, ya me llamaba la atención. Me llamaba la atención que se pudiera hablar tranquilamente de política en Madrid y no en un bar en la parte vieja de San Sebastián. Recuerdo la incapacidad o la imposibilidad de hablar de política en un bar cualquiera de una ciudad rica, donde hay un bienestar económico que no hay en otros lugares de España. Y había algo ahí raro que me llamaba la atención. Se ve bien en Patria y en Los peces de la amargura, de Aramburu: en el País Vasco pasaban cosas anómalas.
—¿Cuándo se supo de izquierdas?
—Mi decantación ideológica a la izquierda tiene mucho que ver con otra facción de mi vida, que es mi trabajo como abogado laboralista, de trabajadores y de puteados por la situación social y económica, en el despacho en el que trabajo ahora y en el que he trabajado toda mi vida, desde 2012. Trabajo en un despacho en Atocha, paso consulta en Fontarrón, el barrio de Pablo Iglesias, por cierto, uno de los más pobres de Madrid, y he visto casos muy ligados a la clase social, a las ejecuciones hipotecarias, a los despidos, a las claúsulas abusivas…, en definitiva, a las condiciones sociales y económicas de mucha gente muy puteada. Entonces, estos doce años de profesión me han formado ideológicamente. Mucho. Gente, curiosamente, sin grandes lecturas y sin grandes conceptualizaciones ideológicas, me ha dado una aproximación. Luego, sí, he seguido con lecturas…
—¿De qué libros o autores ha bebido usted?
—En la época de la universidad, incluso en la del instituto, por el tema nacionalista, leí mucho a Savater. El nacionalismo es una ideología reaccionaria y no entendía que fuerzas progresistas de izquierdas compadrearan con él. Eso no me hace de izquierdas: la izquierda estaba completamente contaminada de nacionalismo. Luego, en la universidad, fui entendiendo que todo eso era más bien reaccionario: el nacionalismo es una ideología de derechas o de ultraderecha, racista, xenófoba, identitaria, excluyente. Ahí, voy descubriendo a otros autores, como Félix Ovejero, un gran formador. En la universidad, paso de leer a autores liberales, como Aron, a leer a Marx, a Hobsbawm… Me abro a autores que me dan empaque teórico desde el punto de vista de la cuestión de clase, que empieza a interesarme cada vez más durante mi época laboral. He evolucionado desde el liberalismo al socialismo, no desde el socialismo o el comunismo a la derecha, que es la evolución ideológica típica en España. Siempre he entendido que el nacionalismo es una gran estafa reaccionaria, y desde la izquierda lo he entendido mejor. Los valores de solidaridad, fraternidad e igualdad… la crítica al nacionalismo que más sentido tiene es la de la izquierda.
—Antes habló de sus viajes a San Sebastián. ¿Por qué dedica La izquierda traicionada a la Librería Lagun?
—En 1996, la Librería Lagun estaba en el centro de San Sebastián, no donde ha cerrado ahora, que es una ubicación a la que tuvo que mudarse porque ocurrió una cosa: una pira de libros. Una pira de libros nazi. La izquierda abertzale destruyó la Librería Lagun, rompió los escaparates, sacó unos cuantos libros y los quemó en la plaza de la Constitución de San Sebastián. La Librería Lagun ha sido una referencia antifascista, un estandarte de la izquierda comunista. Ignacio Latierro estuvo en el Partido Comunista; María Teresa Castells y José Ramón Recalde, en la izquierda siempre. Gaizka Fernández Soldevilla, en Allí donde se quemaban libros, cuenta cómo ha habido una cierta continuidad entre totalitarismos: con los mismos métodos, atacaron a la Librería Lagun los Guerrilleros de Cristo Rey y los cachorros de ETA. Y una parte de la izquierda se ha olvidado de eso por la patraña de que todo lo que sea criticar a los cómplices del nacionalismo y del mundo de ETA te ubica en la derecha. Hoy reparte carnés de buen y mal progresista gente como Otegi. En fin…
—¿La izquierda oficial ha dejado de ser de izquierdas?
—En buena medida, sí. A ver, entraríamos en un debate terminológico y mucha gente diría: “La izquierda no es un término unívoco”. Y es verdad: no hay una izquierda, hay izquierdas. A la vista está: nos están despellejando desde otra izquierda. Cuando decimos que dudamos que sean izquierdas es porque defienden la desigualdad en nombre de la identidad, la identidad cultural, las naciones étnicas. Están defendiendo que son de izquierdas unos tíos que hablan de manchas en el ADN o de medir cráneos. Junqueras es un tío que ayer mismo, en 2008, hablaba de “proximidades genéticas” y catalogaba a los españoles, catalanes y franceses en “grupos étnicos”. Si eso no es de extrema derecha, ¿de qué coño es? Internacionalista obrero no es. Universalista ilustrado no es. Marxista no es. Veo a una parte de la izquierda defendiendo un modelo que me recuerda al de la Liga Norte italiana. Para ser de la izquierda oficial, para ser aceptado por la izquierda oficial, tienes que rendir pleitesía a grupos racistas y xenófobos que dicen que la inmigración andaluza contamina la raza catalana; si no lo haces, te llaman “rojipardo”.
—¿Los sentimientos marchan por donde antes lo hacía la razón? ¿La reivindicación de la igualdad ha sido sustituida por la de la diferencia?
—Total e indudablemente. Lo hemos visto en las políticas identitarias, en general. Hablábamos antes de autores: Hobsbawm, en el 96, reivindica que en el socialismo y en el marxismo tiene una centralidad la transformación colectiva, no para salvarse a sí misma, sino para transformar la sociedad hacia una sociedad sin clases. Hoy estamos en una izquierda que no es universalista, que no es internacionalista, sino identitaria, que busca compartimentar la sociedad en pequeños grupos estancos que se dan la espalda unos a otros. Muchas de estas políticas son neoliberales. Ahora se está analizando la Ley Trans, la teoría queer… introducen una idea de autodeterminación neoliberal, el “tú puedes ser lo que te dé la gana con independencia de tus condiciones materiales”, el “no importa el otro”. Es una idea profundamente individualista que no tiene nada que ver con la izquierda. Eso quiebra la tradición materialista: que existe una realidad material y que hay unas condiciones sociales y económicas que, valga la redundancia, condicionan.
—Permítame plagiarle una pregunta: “¿Por qué es reaccionario en los Países Bajos”, y añado, en la Comunidad de Madrid, “lo que resulta progresista en el País Vasco y Navarra?”.
—Eso se condensa en otras preguntas: ¿por qué Izquierda Española? ¿Por qué El Jacobino? Porque es imprescindible una formación política que diga esto. Nosotros propusimos una reunión a Yolanda Díaz y, por supuesto, nos ignoró, para, precisamente, preguntarle esto. Efectivamente, es intolerable la competencia fiscal a la baja en Irlanda y Países Bajos, pero, ¿por qué narices defienden exactamente lo mismo, en nombre de los derechos históricos, de unas banderas carlistas, en el País Vasco y Navarra? ¡Es la incongruencia absoluta! Esa frase de Montilla de “el dinero de los catalanes se queda en Cataluña”, ¡joder, te la firmaría Rallo! Igual es momento de cambiar la dinámica, de hacer pedagogía de la igualdad.
—¿Pactar con Puigdemont es más progresista que hacerlo con Feijóo?
—Es un auténtico delirio. Alguno dice: “Bueno, al menos, el bloque confederal, el Frankenstein 3.0, sirve para llevar a cabo políticas de progreso”. Eso puede colar cuando ERC te vota alguna medida del escudo social, pero es que Junts, en lo social y económico, es abiertamente neoliberal. Por otro lado, en la parte identitaria, están en la extranjerización de millones de personas. Porque de eso va el tema: de extranjerizar a un extremeño o a un andaluz en Barcelona. De que pierda sus derechos políticos. Muchas veces, se aborda este tema desde el punto de vista sentimental. Habrá quien se sienta Napoleón Bonaparte, pero no por sentirse Napoleón Bonaparte lo es. Yo siento que tengo el mismo talento poético, cuando se me va la cabeza, que Sabina; a los dos minutos, digo: “No, eres un gilipollas, no tienes talento poético”. (Risas) Fuera de coñas: el sentimiento no hace el derecho.
—Por cierto, en materia cultural, ¿qué propone Izquierda Española?
—La cultura no puede ser que el patito feo, el último rincón del presupuesto público. La derecha, en eso, ha hecho mucha demagogia con el tema de “las paguitas”. Cuando hablamos de valor añadido, la cultura del país es fundamental. Me lo tomo como una política pública. Hay que fomentar la cultura con medidas relacionadas con el IVA, por ejemplo. Hay que diseñar una buena política pública para que la cultura no sea la última ratio, el cuarto de las banderas apolilladas. Una nación política y un Estado se tienen que tomar en serio la política cultural. No creo que haya que dejarlo en manos de los agentes del mercado. Ahora bien, de aquí no se puede sacar la conclusión de las famosas identidades culturales. En un Estado democrático, las culturas son plurales, son diversas. Las naciones son políticas, están definidas por la ciudadanía, no por el mito de la cultura. La cultura viene, va… Tony Judt hablaba de edge people, de gente de frontera, de intersección. Somos mestizos de pura cepa. Me gusta mucho Brassens y no soy ningún afrancesado (risas). España es una nación política culturalmente plural y también abierta a las influencias internacionales. No somos nacionalistas, no somos esencialistas. España no es una esencia cultural en un frasquito.
—Si yo le digo Ernest Urtasun, ¿usted qué me dice?
—Es uno más de los que justifican lo injustificable. Hay una izquierda identitaria, posmoderna y cómplice de la peor reacción y de la peor ultraderecha que, jugando al juego de la peor polarización, dice que para que no gobierne la derecha y la extrema derecha, cosa que comparto, hay que poner la gobernabilidad de España y todas las políticas públicas en manos de unos señores que son tan de extrema derecha como Vox. Lo que quiere hacer con los museos es otro delirio identitario e irracionalista más, una suerte de mezcolanza entre neocarlismo confederal, o sea, la tribu identitaria frente a la nación común, y lo peor del posmodernismo, es decir, el pasado colonial lo borramos moviendo museos: la infantilización y el irracionalismo como banderas donde ayer la izquierda hablaba de razón, realidad material y ciencia.
—Censura o adulteración de libros y obras de teatro: ¿a favor o en contra?
—Me parece una aberración absoluta. La izquierda padeció la censura reaccionaria de derechas. En España, la izquierda enarboló la bandera de la libertad de expresión, la libertad creativa y la libertad de crítica frente a un régimen tiránico, que trituró y machacó la libertad de expresión… te iba a decir como pocos, pero lo hizo como unos cuantos. Aquello era bien jodido: torturas en la DGS, una Brigada Político-Social que te daba palizas por tener un folleto de no sé qué… Ahora, como dice Sokal en el prólogo de Teorías cínicas, hay un subjetivismo radical en el que la verdad se autodetermina, no existe la verdad, y se pasa a un dogmatismo cerril: cancelaciones en la universidad, cancelan a ciertas feministas, a Pablo de Lora, a Woody Allen, que me parece un genio… Esto nos lleva a sociedades más empobrecidas y más reaccionarias.
—Cancelación de la tauromaquia: ¿a favor o en contra?
—Es una opinión personal, no de partido: no tengo ninguna simpatía ni me gusta especialmente la tauromaquia. No la cancelaría, creo que está abocada a ocupar un espacio menguante en la sociedad. Que muera sola. Entiendo que hay mucha gente a la que respeto y admiro…
—Mucha gente de izquierdas…
—…pero no he llegado a sus mismas conclusiones. (Risas)
—Vamos acabando, señor Del Valle. ¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—No caería en el enfoque elitista de pensar eso. Hay mucha basura por leer. Puedes enamorarte, desenamorarte, llorar, viajar…
—Eso de que se viaja en los libros, a ver…
—Es un sucedáneo, lo dejamos ahí. No, no diría que es mejor una persona que lee que una que no lee.
—Y, para finalizar, ¿ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Seguro que sí. Tiene tela esta pregunta… (Piensa) Hay una serie de valores, como la lealtad o el compromiso, que no sé si encontrar, pero sí puedes corroborar en los libros. El verso de Celaya de “la poesía es un arma cargada de futuro” es un hilo conductor de mi vida.
Cómo es que esta entrevista ha pasado de estar en la portada a desaparecer de la página? Acaso es que ha molestado a alguien?