Este año se conmemora el 50º aniversario de la llegada del Hombre a la Luna. Las fechas emblemáticas de julio de 1969 son el día 16 con el despegue del Apollo 11 desde Cabo Cañaveral; el 20 con el primer alunizaje de la historia y el primer hombre en la Luna, y el día 24 con el regreso de los astronautas, sanos y salvos a la Tierra.
En el verano de 1969 agonizaba la década más intensa de la historia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Incluso la adormilada España se había quitado las legañas de la interminable posguerra con la llegada (real y metafórica) de las suecas. Hasta Franco había preparado la puesta en escena de su sucesión en un acto en las Cortes a finales de julio.
Pero no recordamos el verano de 1969 por ninguno de esos acontecimientos, sino por un hito difícil de encasillar que evoca sueños, miedos e incredulidades: la llegada del primer hombre a nuestro satélite, el mayor hito de la era espacial y la línea de meta de la carrera que habían iniciado los soviéticos en octubre del 57 cuando lanzaron el primer Sputnik, inaugurando la presencia de un objeto artificial en el espacio.
La misión del Apollo 11 que ahora conmemoramos (e incluso celebramos) fue un hito tecnológico, que es lo que cualquiera ve sin necesidad de prismáticos, pero también mucho más. El mencionado Sputnik había supuesto un golpe reputacional a la (supuesta) supremacía estadounidense en el campo tecnológico: resultaba que unos campesinos ignorantes le habían pasado la mano por la cara a la primera potencia mundial. ¡Como si esos mismos “campesinos” no hubieran arrollado inmisericordemente a la “invencible” maquinaria de guerra alemana menos de dos décadas antes! No hacía falta ser muy observador para comprender que la Unión Soviética no era ese país atrasado e inculto que la propaganda de la Guerra Fría quería hacer creer.
El caso es que el Sputnik puso muy nerviosos a los estadounidenses y les obligó a tirar de ingenio, trabajo y organización. Porque después del primer Sputnik vinieron otros hitos en los que los soviéticos siguieron superando a su némesis de la Guerra Fría. El primer ser vivo en el espacio (la pobre Laika, sin posibilidad de supervivencia más allá de unas horas); el primer ser humano (la sonrisa de Yuri Gagarin, encarnación del homo sovieticus perfecto para la propaganda); el primer paseo espacial (la angustiosa salida y, sobre todo, reentrada en su nave de Alekséi Leonov). Todo ello coincidiendo con fechas emblemáticas para ampliar el eco propagandístico de sus logros.
Pero el programa espacial soviético no seguía un guión racional, sino que respondía a la búsqueda de un impacto publicitario y pronto se iba a agotar su impulso.
Mientras tanto, Estados Unidos dio los pasos necesarios, medidos y articulados para crear un programa espacial serio que le condujera al éxito final en la carrera espacial. Y para ello, John F. Kennedy había fijado, en su corto e intenso mandato, la meta de la carrera: llevar a unos seres humanos a la Luna y traerlos de vuelta, sanos y salvos, antes de que acabara la década. Y ya sabemos lo en serio que se toman los desafíos en Estados Unidos.
El éxito espacial estadounidense no era obvio ni barato y coincidió en el tiempo con una década especialmente convulsa en la historia de ese país: asesinato de un presidente, un candidato y un líder de los derechos civiles; disturbios por doquier; progresivo involucramiento del país en Vietnam y, como guinda del pastel, el mayor hito de la Guerra Fría: la crisis de los misiles en Cuba o el momento en que la humanidad ha estado más cerca de su posible extinción.
Estados Unidos demostró la superioridad del sistema político y económico que encarnaba en el contexto de la Guerra Fría al conseguir una victoria abrumadora en la meta. En ese momento, y desde hacía algunos años, los soviéticos estaban muy lejos de plantar cara a su eterno enemigo en el espacio. Con su habitual marrullería habían intentado deslucir el logro de Armstrong, Collins y Aldrin mandando una sonda espacial que alunizara antes de que lo hiciera el Apollo 11. Ni siquiera lograron ese pequeño premio de consolación, pues la nave no tripulada se estrelló en la superficie lunar horas antes del hito estadounidense.
¡Larga vida al Apollo 11!
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