Hacer o morir es el lema del Judea, el barco con el que el joven Marlow quiere llegar a Bangkok. Es un carguero viejo que ya no está, ni mucho menos, para un trayecto así. De hecho, son continuos los retrasos, el más prolongado el que les retiene en un puerto inglés a escasas millas del Londres del que acaban de partir. Además, la carga se incendia y está, por supuesto, la mar, con sus embates de viento, agua o sed. Frente a todo ello se alza la juventud, la voluntad de llegar a Bangkok sea como sea. La juventud y la voluntad de viaje, de afrontar la vida no como una sucesión de penalidades estériles si no como una continua maravilla. Aquí Marlow insiste en atribuirlo a la juventud: “¿No fue ésa la mejor época, la época que pasaron en el mar, jóvenes y sin nada?” Pero la propia peripecia de su creador lo desmiente. Conrad mantuvo esa voluntad de viaje toda su vida, tanto cuando fue marino como cuando decidió dejarlo todo para consagrarse a la literatura.
Porque Juventud es un relato imprescindible no solo para quienes quieran hacerse a la mar, literalmente, o para quienes deban acometer una empresa erizada de peligros. Lo es, por supuesto, en ambos casos, una narración épica para tiempos de dificultad evidente, objetiva y cruel; un canto al instinto de camaradería y no solo la que propicia la mar; una oda al imperativo que se esconde detrás del hacer o morir y que no es otro que aquel que reformuló Dylan a través del verso “quién no está ocupado viviendo está ocupado muriendo”.
Este texto es también una narración ética, un manual de instrucciones válido para las vidas carentes de épica, para quienes deben navegar a través de un mar interior embravecido subidos a un carguero en llamas, muchas veces sin saber si al otro lado les espera o no un Bangkok. Porque, aunque Conrad deslumbre aquí con su ritmo, con su precisión y con la poesía serena de sus evocaciones, el viaje es en este relato lo de menos, igual que importa poco si al final se llega en el Judea o en una chalupa, y tampoco importa si el destino final es Bangkok o cualquier otro de Oriente.
Es la juventud lo que aquí importa, es la vida. Porque el lector de cualquier edad debe entender que aquí la juventud es sobre todo metáfora de la vida. Es, por lo tanto, este relato intrépido, subyugante, no solo un canto a la juventud sino a la vida, que cuando debemos dejar atrás el Judea nos tiende una chalupa, que cuando nos niega Bangkok nos muestra las costas de Java.
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Autor: Joseph Conrad. Título: Juventud. Traducción: Amado Diéguez. Editorial: Zenda/Edhasa. Venta: Todos tus libros.
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La buena noticia es que han vuelto a editar la gran novela de Conrad y en edición bilingüe, así que quienes, por circunstancias de la vida, nos manejamos en la parla de los hijos de la Gran Bretaña, podemos leerla en inglés.
La mala noticia es que la traducción es tirando a impresentable y una falta de respeto al autor y al lector; aunque, mirándolo por el lado bueno, sirve para ver cómo nunca se ha de traducir, al compararla con el original o con la magnífica traducción de El espejo del mar que publicó hace años Javier Marías.