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Hacia allá está el mar

Hacia allá está el mar

Parece que el espíritu que se instaló en la escritura de La dificultad del fantasma hubiera contagiado la gestación del comentario que ha suscitado la lectura de este cuaderno de Leila Guerriero a propósito de la estancia de Truman Capote en la Costa Brava, añadiéndole una dificultad ulterior inimaginada a la propia dificultad inicial de apresar la figura del autor de A sangre fría en los alrededores del pueblo de Palamós. Desde los primeros días de la primavera y ya entrado el otoño de 1962, Truman Capote (1924-1984) se encerró en la misma casa en la que Guerriero ha dado forma a este fragmento opaco de la biografía del escritor de Nueva Orleans. “Este es un sitio para desaparecer completamente”, fue el pensamiento pasaventiano que atenazó a Guerriero en el lugar en que la familia Ferrer-Salat ha instalado la Residencia Literària Finestres, destinada a ofrecer cobijo, amparo, serenidad y estímulos a artistas de la palabra, albergados en la casa erguida “sobre una cala lacerante” que concibiera Nicolás Woevodsky, un ruso descendiente del zar Nicolás que también construyó el castillo de Cap Roig. No obstante, fue bajo los auspicios de Robert Ruark, amigo de Capote a la sazón, quien propiciara la estancia del autor de Plegarias atendidas en el Mediterráneo occidental más bravo y retorcido.

"Leila Guerriero ha hecho de la tinta invisible con la que ha ido verjurando su crónica fantasmagórica una ejemplar crónica de lo que acontece en la mente de un escritor"

El libro que inauguró oficiosamente la “novela de no ficción” (el argentino Rodolfo Walsh se adelantó nueve años a Capote en Operación Masacre, 1957) iba a hacer de su autor un ser todavía más famoso de lo que ya era desde sus andanzas juveniles, aunque su redacción y el periplo hasta dejar cerrado el trabajo —indefectiblemente con la muerte de Richard Eugene «Dick» Hickock y Perry Edward Smith, los autores confesos del cruento crimen de la familia Clutter de Kansas— llevaban inoculada una maldición que acompañaría a Truman Capote hasta sus últimos días. Sabíamos también del proceso creativo de la escritora argentina por las pistas que iba dejando en las columnas periodísticas que viene publicando en El País, cuando hablaba de “campos de un verde ultramarino y encinas atormentadas” o que “bajo este cielo, junto a este mar, todos mis deseos son posibles porque están hechos de la materia de los sueños. Que no necesito escribir nada, que ya lo escribí todo con una tinta que nadie puede ver”. Pero ella ha acabado escribiendo la crónica de esa estancia y ha vuelto a hacer en algo más de cien páginas en octavo lo que ya logró Capote con su obra maestra, y no es otra cosa que cambiar la forma de escribir de la gente. Esto último se nos dice en Truman Capote, la película que filmó Bennett Miller en 2005 donde aparece la memorable interpretación de Philip Seymour Hoffman (en v. o. no tiene desperdicio). Vale asimismo para la Guerriero, que consigue que la incertidumbre, la imposibilidad de apresar al fantasma en el que ya estaba anunciado que se convertiría Capote sean las fuerzas que ordenen el esclarecimiento de la investigación. Tanto da si en esos tres veranos que van de 1960 a 1963 se dejara caer por la pastelería Samsó o la Collboni, por el hotel Trías o por los barezuchos donde recalaba con su pareja, el también escritor Jack Dunphy; lo importante fue el legado, la gestación inacabada de A sangre fría que corre paralela al parafraseo de una cita de Faulkner, aquella que reza que tal vez no hay que ser mejor que todos sino mejor que uno mismo. Capote no lo consiguió, siempre alerta a lo que los demás pensaran de él y de su arte (su rabia ante el Pulitzer que no logró así lo atestigua), pero Leila Guerriero ha hecho de la tinta invisible con la que ha ido verjurando su crónica fantasmagórica una ejemplar crónica de lo que acontece en la mente de un escritor, de lo que sucede en la cabeza de un narrador. Y ahora no estoy pensado en Capote, sino en la cazadora de fantasmas en que se ha convertido Leila Guerriero. Aquí no hay receta. Hay ímpetu. Y una existencia al amparo de la felicidad, también fantasmal, dado que no se la reconoce cuando se está instalado en ella, pero se la presiente sin echar cuentas. El látigo del verdadero arte sigue dejando marcas, pero Guerriero consigue en este libro diminuto algo inmenso: hacer de la escasez virtud, y de paso ofrecer encuadernada una gran lección de periodismo de investigación. En su centenario, Truman Capote no merecía menos.

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Autor: Leila Guerriero. Título: La dificultad del fantasma: Truman Capote en la Costa Brava. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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