No se conoce mucho fuera de Asturias la obra de José Antonio Mases (Cabranes, 1929), y eso demuestra cómo la crítica es muchas veces injusta con los autores que, voluntariamente o no, acaban por construir su trayectoria al margen de los grandes focos editoriales. Tampoco es que en su propia tierra —donde, ya lo dice el dicho, es difícil ser profeta— le haya ido mucho mejor. Mases fue uno de los responsables de la Gran Enciclopedia Asturiana, un empeño monumental que se propuso sistematizar, Diderot y D’Alembert mediante, todo lo que debía conocerse acerca de la región. De los tres urdidores de la hazaña, los otros dos fueron el editor Silverio Cañada y el erudito Luciano Castañón, es el único que queda vivo. Dirigió la editorial Ayalga, donde puso en pie iniciativas tan recordadas como la Biblioteca Popular, la Enciclopedia Temática o la Geografía y la Historia de Asturias, y ha pergeñado unas cuantas obras de las que su tierra ha sido motivo y eje vertebrador, como Asturias, otra mirada, Asturias vista por viajeros, Escrito sobre Gijón o Asturias: historias insólitas, prohibidas o escandalosas. Pese a todo, han sido más bien escasos, por no decir casi inexistentes, los reconocimientos públicos que se han brindado a su tarea. La cultura, mal que nos pese, rara vez es prioritaria.
Por descontado, ese desconocimiento se extiende a una obra literaria que, por su riqueza y su excepcionalidad, merece una atención mayor que la que se le ha venido prestando hasta la fecha. José Antonio Mases se dio a conocer muy joven, mientras trabajaba como botones en un banco de Gijón, publicando cuentos y poemas en la prensa asturiana y concurriendo al premio Naranco con su novela El día siguiente. Ocurrió después algo que resultaría crucial tanto en su propia peripecia personal como en los derroteros que tomaría su obra. En la década de 1950 sintió la llamada del océano y, siguiendo el espíritu que guió a los viejos indianos, optó por embarcarse en busca de otras orillas. Pasó por la República Dominicana, Haití y Nueva York, pero lo que le marcaría definitivamente sería su estancia en Cuba, donde residió durante más de un lustro. Allí colaboró en publicaciones como Carteles, La Quincena y el Diario de la Marina, trabó relación con Guillermo Cabrera Infante, trabajó junto a Antonio Ortega, entrevistó al mismísimo Ernest Hemingway y vivió los inicios de la revolución liderada por Fidel Castro. Desde la isla, en 1957, envió su novela Ladrón de algo al premio Sésamo, donde obtuvo un accésit. A la ilusión desatada por el levantamiento de los barbudos siguió el inevitable desencanto, Mases regresó a España y, con el bagaje acumulado en su experiencia caribeña, escribió un libro de cuentos, Los padrenuestros y el fusil, y una novela, La invasión. Vieron la luz en la editorial Plaza y Janés en 1964 y 1965, respectivamente, y obtuvieron de inmediato las bendiciones de la crítica. También calaron entre el público, como demuestra que el primero llegara a conocer tres ediciones. Ambos títulos se encuentran hoy descatalogados, y no sería mala cosa que algún editor sensible barajara la opción de reeditarlos.
La vuelta a su país le llevó a trabajar en una fábrica de Gijón al tiempo que daba clases particulares de inglés. Luego se trasladó a Madrid para dedicarse, en Canciones del Mundo, a traducir y adaptar al castellano los grandes éxitos anglosajones del momento, en colaboración con Augusto Algueró y Carmen Sevilla. Algunas de esas adaptaciones las terminaron interpretando Marisol, Raphael, Manuel Alejandro o Miguel Ríos. Llegaron después los derroteros editoriales y dejó de lado su obra narrativa hasta que, con el inicio de la última década del siglo, dio a imprenta una absoluta obra maestra. El palenque (Nobel, 1992; KRK Ediciones, 2013) fue una nueva regurgitación de la experiencia cubana y es, sin lugar a dudas, una de las mejores novelas de cuantas se publicaron en España a lo largo del último tercio de la pasada centuria. Muestra en ella Mases su dominio de las técnicas narrativas, su prodigioso manejo del lenguaje y su querencia por un estilo tan rico y complejo como hipnótico. Cuenta una leyenda urbana que llegó a manos de Esther Tusquets, quien de inmediato se puso en contacto con su autor para rogarle encarecidamente que le enviara su siguiente manuscrito. Pero Mases es escritor de ritmos lentos y, además, hombre tímido y poco dado a moverse en los cenáculos. Pasó el tiempo.
Hasta ahora, quien esto firma no titubeaba a la hora de aconsejar a quien le pedía su opinión antes de internarse en la obra de Mases: había que atreverse, sí o sí, con El palenque. Puede que las cosas hayan cambiado. En 2003 ganó el Casino de Mieres con La quimera, una novela interesante aunque no llegara al grado de excelencia de su predecesora, y después se dedicó a elaborar misceláneas de diversa índole. No parecía factible que volviera a salir de sus manos una obra mayor, y por eso ha sido una gratísima sorpresa la aparición de La Cordillera, que vio la luz a finales de 2016 en Ediciones Trea —el sello en el que Mases ha venido publicando casi toda su obra desde 1991— y constituye una nueva cumbre, nunca mejor dicho, en una trayectoria literaria tan escueta como ejemplar. La Cordillera, recordemos, era el título que Juan Rulfo pretendía poner a su segunda novela, nunca culminada. Aunque el propósito del mexicano no tenga nada que ver con el que guía a su colega asturiano, no resulta descabellado establecer una comparación: ninguno de los dos se decidía a publicar nada de lo que no estuviesen plenamente convencidos, y a los dos caracteriza su búsqueda casi obsesiva de la calidad de página, del verbo adecuado, de la palabra justa, del párrafo certero. También hay en esa perseverancia una clara reminiscencia del Alejo Carpentier que nos legó El siglo de las luces y Los pasos perdidos. A sus ochenta y siete años, Mases alumbra en La Cordillera una pieza mayúscula que es una alegoría y un espejo donde se refleja la humanidad entera. Una visión a la vez tierna y escéptica de la existencia humana en la que esa cadena montañosa hacia la que caminan los personajes, sin saber de su apariencia exacta y desconociendo cuanto pueda aguardar al otro lado, es un engañoso faro donde refulgen los destellos de la insatisfacción. La novela arranca con la fundación de un lugar llamado Sitio —como tantos otros que a lo largo de sus páginas irán brotando a lo largo del sendero— y concluye con su desmantelamiento. Entre medias se suceden varias generaciones que se saben abocadas a un peregrinaje perpetuo hacia un destino que acaso no exista, y en ese aluvión de pasos hacia la nada se desenvuelve la vida con sus miserias y sus luces. Decía Álvaro Cunqueiro que la buena literatura ha de saber como el pan fresco cuando se mete en la boca. La prosa de Mases, a la par que glosa las andanzas y avatares de la espléndida galería de personajes que puebla su última novela, resumen y compendio de los estratos sociales y las pasiones humanas, deja en el paladar el gusto reconfortante que define a las cosas cocinadas con esmero, paciencia y delicadeza. Caminando en pos de la cordillera, esa frontera invisible hacia la que avanzamos todos, descubrirá el lector que no hay más meta ni consuelo que el trayecto, y en esa revelación le acompañará el gozoso discurrir de unas palabras que brotan con exactitud y firmeza. Hay que leer esta novela para saber por qué muchos consideramos a José Antonio Mases un maestro. Y para preguntarnos luego por qué, en ocasiones, cuesta tanto explicitar las evidencias.
Título: La Cordillera Autor: José Antonio Mases Editorial: Trea. Venta: Amazon y FNAC
Foto de portada: Pablo Batalla Cueto
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: