En mi adolescencia, en los ya remotísimos años 70 del amado siglo XX, con las primeras decepciones que me deparó la vida, me di a la lectura de versos con asiduidad. Nada nuevo, lo sé. Eso mismo es lo que vienen haciendo tantos y tantos primeros lectores a medida que crecen y enfrentan las desdichas que les reserva la pubertad. De todos los poemas leídos entonces, uno de los que más me impactaron fue Canción de los subversivos alcoyanos a sus compañeros que iban a ser fusilados en Valencia (1869). Original de Félix de Azúa, es uno de los incluidos en Pasar y siete canciones (1977) y su estrofa final, de solo dos versos, reza así: “¡Abajo los tres reinos de la naturaleza! / ¡Viva el perder!”.
El Stanton que se confiesa frente al tomavistas de Huber dice estar cansado después de cincuenta años haciendo películas. Le hubiera gustado cantar country & western; Kris Kristofferson, uno de aquellos a los que introdujo en el cine y luego acabaron volando más alto que el mentor, le dedicó una canción. Pero Johnny Cash siempre creyó que el protagonista de aquel tema era él.
El Stanton que nos presenta Huber ya está viejo, “no puedo ni moverme” comentará en esa noche que lo muestra volviendo a su casa desde el mismo bar de Hollywood donde lleva bebiendo desde 1968. Pero antes que nada, comienza a entonar «Blue Bayou», la más oscura y emocional de las baladas de Roy Orbison, y al punto empieza a hablar de las chicas dulces, como el whisky de Tennessee, y de cómo las fue perdiendo una tras otra. Una de ellas fue la actriz Rebecca de Mornay, asegura que estuvo viviendo con ella un año. Al parecer fue Stanton quien se la presentó a Paul Brickman, quien le confió el papel de Lana en Risky Business (1983), la cinta que catapultó a la actriz al estrellato. Como no podía ser de otra manera, la joven intérprete, recién iniciado su despegue, dejó a Stanton por Tom Cruise, el protagonista de Brickman en aquella ocasión.
Born to Lose, reza el título de una pieza de Ted Daffan, una de las más bellas de todo el cancionero estadounidense. Aquella vez —una más—, a Stanton le tocó perder a su chica de entonces. Pero viéndole frente al objetivo de Huber, se evocan los dos primeros versos de Daffan, en los que el tipo confiesa que nació para perder y su vida está siendo una experiencia en vano. Todo en Stanton era lirismo, esa poesía de la que carece la vanagloria de los triunfadores que aplauden a la murga que les aplaude a ellos.
Es probable que Wim Wenders fuese uno de los cinéfilos que descubrieron a Harry Dean Stanton en los papeles que este inolvidable actor de reparto recreó para el gran Monte Hellman en cintas como A través del huracán (1966), Carretera asfaltada en dos direcciones (1971) o Gallos de pelea (1974). En cualquier caso, fue Sam Shepard, luego de que Wim Wenders propusiese al dramaturgo la interpretación de Travis Henderson —el personaje que el propio Shepard había escrito— en Paris, Texas (1984) quien llamó la atención de Wenders sobre Stanton. El escritor habló al cineasta de un actor que, sin decir absolutamente nada, era capaz de expresar tantas cosas que al realizador no le hizo falta más para confiar a Stanton su primer papel protagonista después de treinta películas incorporando a personajes secundarios.
Llamada Paris, Texas a ser un verdadero hito del cine independiente de los años 80, sus secuencias —entre las que destacaba el estremecedor diálogo con Jane (Nastassja Kinski) en un peep show— llevaron a Stanton de la Arcadia de los actores de reparto a la del cine de autor. Esos planos suyos, vagando por el desierto de Texas, son la imagen más sublime de la derrota del cine de su tiempo.
Haciendo memoria, el público recordó en Stanton a Brett, uno de los mecánicos de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), uno de los primeros en ser devorados por “el bicho” cuando busca al gato en la bodega de la Nostromo. El Lyle de Una historia verdadera (David Lynch, 1999), vendría mucho después. Aquel anciano sucio y olvidado, que espera la muerte en la puerta de su desvencijado chamizo, sería el mejor colofón a la carrera de un perdedor nato. Stanton fue grande porque era uno de esos actores cuyo rostro tiene una historia. Desde su aparente parsimonia, supo dar a todos sus personajes una humanidad que conmueve.
Hijo de un barbero, nació en Kentucky en 1926. De su infancia y sus primeros años prefería no hablar. Recordaba a su madre entonando viejas canciones irlandesas. Pero de los primeros años de su vida nunca contaba nada. Comenzó a interesarse por la interpretación mientras estudiaba periodismo en la Universidad de Kentucky. De sus primeros trabajos, se recuerda su participación en un montaje de Pigmalión. Más tarde, trasladado a California, cursó estudios de arte dramático en la Pasadena Playhouse. Entre sus compañeros de entonces se encontraba Dana Andrews… Jack Nicholson era amigo de nuestro loser desde los primeros rodajes con Monte Hellman; con Alan Ladd coincidió en El rebelde orgulloso (Michael Curtiz, 1958); con Paul Newman, en La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967); con Marlon Brando, en Missouri (Arthur Penn, 1976)… Fueron tantas las luminarias de Hollywood con las que coincidió en los repartos de las producciones en las que intervino que debió de aprender muy pronto que los aplausos nunca serían para él.
Hizo la guerra como cocinero de la armada. Pero la nave en la que estaba destinado participó en la batalla de Okinawa, una de las más cruentas de la guerra del Pacífico. Ya licenciado, se inició en el cine haciendo figuraciones. Hizo tantos personajes sin frase que debió de ser entonces cuando aprendió a expresarlo todo sin decir nada, cuando su rostro, en sí mismo, se convirtió en una historia.
Lesley Selander, uno de los grandes de la serie B, ofreció al joven Stanton su primer personaje secundario en La senda del Tomahawk (1957). Los años que siguieron le llevaron a la pequeña pantalla, hasta que en Hollywood, en torno a Roger Corman, comenzó a fraguarse la nueva generación que habría de cambiar de arriba abajo el cine estadounidense. Harry Dean Stanton, aunque diez años mayor que la edad media de aquella nueva ola, no tardó en acercarse a ellos. Fue así como inició su colaboración con Hellman en A través del huracán, un mito del western de bajo presupuesto.
Mientras se ganaba la vida con sus trabajos televisivos en algunas de las series más populares y de las cintas más comerciales de la cartelera de su tiempo —La leyenda del indomable, Los violentos de Kelly (Brian G. Hutton, 1970)—, siempre que le era posible, participaba en proyectos más arriesgados. Así llegó Carretera asfaltada en dos direcciones, Pat Garrett y Billy the Kidd (Sam Peckinpah, 1973) e incluso Renaldo y Clara (1978), la extraña incursión de Bob Dylan en la realización cinematográfica. Todas estas cintas comenzaron a prestigiarle entre los cinéfilos. En la siguiente década trabajó para John Carpenter en 1997: Rescate en Nueva York (1981) y para Coppola en Corazonada (1981). Con Lynch lo hizo por primera vez en Corazón salvaje (1990). La tercera temporada de Twin Peaks (2017) fue la última de sus colaboraciones.
Harry Dean Stanton murió en 2017. Tras recrear a Travis Henderson de Paris, Texas perdido en el desierto del estado de la estrella solitaria, se convirtió en un icono de la derrota en la pantalla. Fue uno de los grandes actores de reparto del Hollywood de su tiempo. Tenía un rostro con historia, aunque su estrella nunca llegó a brillar.
Harry brillo, a su manera, pero brillo!
Extraordinaria película, para ver más de una vez, con el correr de los años le he dado interpretaciones diferentes,hasta la mirada de ese hombre muestra a un looser. Quien no haya visto esa interpretación es mucho lo que pierde
En la última película que rodó, «Lucky», fue el protagonista y, además, cantó lo