La mayoría de los protagonistas de las obras de Haruki Murakami tienen algo en común: recuerdan o se encuentran con algo que fue o será un impulso en sus vidas. No sucede así con los protagonistas de Raymond Carver, que habitan purgatorios existenciales: viven en matrimonios inerciales, están recién divorciados, se han mudado a un nuevo lugar o están desempleados. Todos ellos han perdido el aliento vital. Los protagonistas de Carver están en un aeropuerto sin billete. Los protagonistas de Murakami tienen billete, se agitan y recorren el aeropuerto buscando su vuelo, pero no sabemos si lo encontrarán y cuál será su destino.
Los protagonistas de Murakami pasean por el mundo desposeídos de sustancia. Gracias a esta ausencia son grandes observadores, y cuando miran alrededor algo se les ordena, aunque en realidad, la epifanía queda relegada en el propio lector. Los protagonistas no se enfrentan a un gran reto o adversidad, aparecen en un mundo sin contornos definidos, como si las cosas tuviesen que ser nombradas de nuevo.
Cuando el mundo enmudece en un silencio sustancial brota un dolor metafísico que proviene de una soledad que se sabe intransferible. Así viven los protagonistas de Murakami, huérfanos de horizonte, pero miran con atención y reconocen en lo cotidiano algo que funciona como un oráculo. Un recuerdo surge espontáneamente por medio de un objeto o una canción, una persona en una cafetería lee el mismo libro que el protagonista o un mono da masajes en un hotel. Todos estos elementos anuncian un cambio si uno mantiene los ojos abiertos.
El mono, que aparece en el cuento titulado «Confesiones de un mono de Shinagawa», recogido en Primera persona del singular, bebe cerveza con un cliente, confiesa que desea ser amado, pero debido a su simiesca condición nunca ha sido correspondido. Esta es su humillación, de modo que roba los nombres de las mujeres que ama. Todos hemos sido ese mono, pero también hemos sido sus víctimas.
Cuando amamos, la otra persona se lleva una parte de nuestro nombre, algo que nos definía. También sucede lo opuesto: ganamos otro nombre si hemos sido amados. Estos robos y donaciones son cambios sutiles a los que rara vez prestamos nuestra atención. Así funciona la narrativa de Murakami. No hay un cambio en el eje gravitacional de los personajes, solo un leve desplazamiento por medio de algo que ha cambiado el curso rutinario de las cosas. La pura suerte consiste en atender a ese elemento que ha virado la dirección de nuestro rumbo preestablecido.
La humillación consiste en la falta de anhelo creativo, vivir siendo conducidos por estructuras sociales que determinan qué es el mundo. Cómo somos nombrados. Los protagonistas de Murakami reinterpretan el fracaso asociado con la soledad, el desamor, una infidelidad o la muerte. Sus personajes ya no se oponen a nada exterior, tan solo se enfrentan a sí mismos, intentando escapar de la inercia que producen los significados prefabricados y las expectativas sociales. Si se acepta el dolor y la humillación, entonces puede brotar el elemento de pura suerte. Todo está por hacerse, y el azar es una redención si no se habita el espacio claustrofóbico del qué dirán, con todos esos nombres y significados que nunca fueron nuestros.
Si la mejor forma de interpretar una obra de arte es crear otra, en este sentido, Murakami reinterpreta los personajes de Carver llevándolos más allá del purgatorio existencial. Ya tienen billete, pero no saben dónde irán. Murakami es el golpe de suerte para Carver, y nosotros, como lectores, podemos apropiarnos de esa suerte que crece entre el dolor y la humillación, asumiendo la transformación de lectores pasivos en intérpretes activos. Solo así se embruja lo cotidiano hasta convertirlo en una experiencia reveladora.
Si el dolor proviene de los golpes que nos asesta la vida, con la inseparable humillación de haber perdido algo de nuestro nombre, no obstante, siempre es posible encontrar el elemento de pura suerte. Pensemos en aquellas personas que se salvaron de un accidente aéreo o de tráfico. Aquel día hubo algo que cambió su rumbo, el tráfico, no sonó el despertador… Elementos anodinos que siempre están ahí, esperando que sean dotados de significado para convertirse en vórtices que desplacen los ejes que nos narran. Toda vida es capaz de crear algo si no se limita a la rudeza de ser creada. La suerte consiste en cambiar de mirada, modificar los nombres: la creatividad o la nada.
Gracias por la nota. Quisiera que me recomiende un libro (o relato) de cada uno de estos autores.
Muchas gracias
Kafka en la orilla, es una joya!
1Q84 otra maravilla….
Tengo 2 más en cola.
Excelente analisis de un notable escritor. Tengo a Tokio blues como una de mis novelas favoritas.
Queridísimo Sergio:
Cómo nos tienes acostumbrados a disfrutar de tu literatura, de la tuya, más allá de los autores con los que nos vas a deleitar. Una belleza de texto:
“Los protagonistas no se enfrentan a un gran reto o adversidad, aparecen en un mundo sin contornos definidos, como si las cosas tuviesen que ser nombradas de nuevo”.
Me recordaste al gitano Melquíades de “Cien años de soledad”.
Cuánta magia en tu análisis de Murakami, más allá de “su dolor metafísico, de la soledad que se sabe intransferible”, hay señales, signos de iluminación y de belleza, sincronicidades inexplicables que parecen vislumbrar, a pesar de todo, un mundo con sentido y, sobre todo, un cambio que suponga una nueva mirada o quizás una nueva mirada que suponga un cambio, un cambio en el eje gravitacional.
Tus palabras sobre los nombres que se pierden o los que se adquieren brillan como una joya poética, cuánta verdad y cuántas miradas nuevas nos brindas. Lo cotidiano puede adquirir un nuevo nombre y “convertirse en una experiencia reveladora”, ay, Sergio, qué grandeza y qué embrujo, el tuyo, no digo que no en la creación de Murakami, pero también en la tuya: pensar en los nombres que uno se lleva adquiridos por derecho de emociones y sentimientos y cuántas veces te han robado el tuyo… simplemente demasiado.
Cambiar la mirada, la percepción en un universo que cambias si lo miras de otra manera es un arte de embrujo y de magia que nos puede ser otorgado por obra y gracia de la literatura, quizás de Murakami, quizás de Sergio Antoranz, los personajes de Murakami también cambian cuando los miras con esa mirada profunda, viva y reveladora.
Me vinieron a la cabeza estos versos de “Diario de un poeta recién casado” de Juan Ramón Jiménez:
“Verdad, sí, sí; ya habéis los dos sanado
mi locura.
El mundo me ha mostrado, abierta
y blanca, con vosotros,
la palma de su mano, que escondiera
tanto, antes, a mis ojos
abiertos, ¡tan abiertos
que estaban ciegos!
Tú, mar, y tú, amor, míos,
cual la tierra y el cielo fueron antes!
¡Todo es ya mío, todo, digo, nada
es ya mío, nada!”
Los ojos pueden estar tan abiertos, comparte Juan Ramón, o completamente cerrados como en aquella obra maestra de Kubrick. En todo caso, celebremos a Murakami, quien nos brinda una oportunidad única, como nos apuntas, y veamos, cómo algunos personajes cambian la mirada y su eje gravitacional. Son los personajes de Kafka en la orilla los que se me han aparecido bajo el juego de la metáfora y la vida real, a su vez literaria:
“Ella separa su mano de la mía, se toca los párpados con las yemas
de los dedos.
−Tamura, la vida, hasta ahora, me ha desgastado mucho. Mi
propio cuerpo está agotado. Cuando tenía que haber dejado de vivir, no
pude hacerlo. No fui capaz de renunciar a la vida pese a saber que
vivir no tenía ningún sentido. En consecuencia, he estado haciendo
368una cosa absurda tras otra durante toda mi vida, únicamente para ir
pasando los días. Y, de este modo, me he herido a mí, e, hiriéndome a mí,
he herido a los demás. Y ahora estoy recibiendo el castigo. Llámalo
maldición, si quieres. Hubo una época en que alcancé algo demasiado
perfecto. Y luego no me quedó otra cosa más que despreciarme a mí
misma. Esa es mi maldición. Una maldición de la que no podré escapar
mientras viva. Por eso no le temo a la muerte. Y, si esto responde a tu
pregunta, sé más o menos cuándo llegará.
Vuelvo a cogerle la mano. El fiel de la balanza oscila. Por poco
peso que añada, vencerá hacia un lado u otro. Tengo que pensar. Tengo
que juzgar. Tengo que dar un paso adelante.
-Señora Saeki, ¿quiere acostarse conmigo? -pregunto.
-¿A pesar de que yo, en tu hipótesis, sea tu madre?
-A mí alrededor, todo está en constante movimiento. Todo tiene un
doble sentido.
La señora Saeki reflexiona sobre lo que le digo”.
Como comentas, Sergio, los personajes de Murakami, aun partiendo de lo consabido y más conocido, como los propios arquetipos, abren bien los ojos.
Gracias, maestro, un placer saludarte.