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Haruki Murakami habla de jazz en el Peter Cat

Haruki Murakami habla de jazz en el Peter Cat

A diferencia del protagonista y narrador de El gato negro —el relato de Edgar Allan Poe publicado el 19 de agosto de 1843 en el Saturday Evenning Post de Filadelfia—, la historia de aquel hombre al que la botella le había llevado a odiar a su gato, Plutón, Haruki Murakami quiso tanto al suyo, Peter, que dio el nombre del felino a un pequeño establecimiento, que abrió junto a su esposa, Yoko Takahasi, en Kokubunji, en el extrarradio de Tokio. Corría 1974 y aquellos tiempos eran difíciles para el matrimonio: llevaban trasegando discos de jazz desde sus días de estudiantes universitarios.

Aún faltaban cuatro años para que el futuro Premio Princesa de Asturias de 2023 cogiese la pluma por primera vez, lo que obedeció a una iluminación —“epifanía” que decimos ahora— a la que asistió en el estadio de Jingu, tras ver batear a un estadounidense, Dave Hilton, invitado en un encuentro entre los Yakult Swallows y los Hiroshima Carp. Aquel batazo le pareció tan armonioso que le sugirió la idea de su procedimiento narrativo más característico, merced al cual sus personajes transitan de situaciones cotidianas y realistas a escenarios prodigiosos, fantásticos. Así, tipos como podríamos ser cualquiera de nosotros se ven envueltos en lo inexplicable, perdidos allí donde las leyes físicas no son asideros de nada ni de nadie.

"En Retratos de jazz, el nuevo libro de este autor japonés, recién llegado a las librerías, la magia es lo que exhala la lírica de Chet Baker"

Naturalmente, ahora que, casi por ley —por una ley dictada por uno de esos ministerios fabulosos—, todo lo que no sea buen rollito y realismo mágico corre el riesgo de ser cancelado, incluida Najda —aquella novela del gran André Breton, del año 28, que nos gustaba tanto—; el surrealismo, la más grande de las vanguardias parisinas de cuya revolución se cumplió un siglo a finales del año pasado, el surrealismo en pleno es ahora realismo mágico. De modo que Murakami —defienden los que saben de estas cosas— también hace realismo mágico en títulos como Kafka en la orilla (2006), El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (2009) o 1Q84 (2011).

Pero en Retratos de jazz (Tusquets Editores), el nuevo libro de este autor japonés, recién llegado a las librerías, la magia es lo que exhala la lírica de Chet Baker: “Su evocativo sonido y la calidez de su fraseo recrean nuestro paisaje interior y nos invitan a un doloroso recorrido por recuerdos que hemos dejado atrás hace tiempo”, escribe en la primera de la semblanzas —deliciosas miniaturas— que integran estas páginas. “Nada como su sonido puro y sin artificios alojado en nosotros, y nadie como él, con su don, para hacerlo posible”.

En realidad, fueron antes las ilustraciones de Makoto Wada: “Él eligió los que iba a retratar y yo me adherí con posterioridad para ilustrar con palabras cada una de las figuras seleccionadas”, comenta Murakami en el prefacio. No cabe duda de que esta nueva entrega del único autor nipón que, según sus editores españoles, “es uno de los pocos japoneses que han dado el salto de escritor de prestigio a autor con grandes ventas en todo el mundo”, será una auténtica alegría que reservarán a sus lectores, a los amantes del jazz e incluso a la legión de afectos al realismo mágico, las mesas de novedades de las librerías durante las próximas semanas. Pero el momento estelar que hoy me trae es otro: una velada cualquiera en el Peter Cat, que llamaron Murakami y su esposa a aquel pequeño establecimiento que abrieron en Kokubunji. Por las mañanas se servían cafés y algunos tentempiés para la clientela, gente que trabajaba en las empresas cercanas. Al caer las sombras la cosa era muy distinta. Se servían bebidas para gente que quisiera relajarse, y el propio Murakami ponía la música. Pinchaba su discoteca personal, que ya alcanzaba las tres mil grabaciones.

"Haruki Murakami y los que hablaron con él en el Peter Cat de sus tres mil grabaciones vivieron un momento estelar de la humanidad, una auténtica apoteosis del realismo mágico"

Llegada esa hora, el realismo mágico irrumpía en el Peter Cat a raudales. El gato era tan querido por la pareja —amén de por esa camaradería insobornable de los animales— por el calor que emanaba del minino cuando el frío arreciaba. Según recuerda ahora el escritor, en aquellas veladas tomó algunas de las notas sobre las que construiría sus obras futuras. Si eso no es realismo mágico, merecería serlo, como ese lenguaje universal con el que se expresa el saxofón de Art Pepper, la trompeta de Miles Davis o la guitarra de Django Reinhardt. Pocas conversaciones son tan gratas como las que tienen los amantes del jazz en torno a sus grabaciones favoritas. Se dirían que vuelan del cool de la Costa Oeste (San Francisco) al bop de la Costa Este (Nueva York) como por uno de esos procedimientos de los que se vale el realismo mágico.

“Freddy aprendió a tocar muy bien, y terminó en Nueva York, justo allí, en el medio, agachado, implorante, triste… Justo allí, en la Ciudad Bop, o Tierra de Charlie Parker, Birdland, tocando tonos aperlados, suaves y dulces para los chicos y las chicas”, escribe Jack Kerouac en Visiones de Cody (1960). Qué decir de El Perseguidor (1959), ese relato que Julio Cortázar dedica a Charlie Parker. No hace mucho, Manuel Vicent aseguraba que le gusta llorar un poco todas las tardes con la lírica de Chet Baker.

¿Acaso sea el jazz la música favorita de los escritores? Haruki Murakami y los que hablaron con él en el Peter Cat de sus tres mil grabaciones vivieron un momento estelar de la humanidad, una auténtica apoteosis del realismo mágico.

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