Llevé a los niños a ver al Mago Pop, en el Nuevo Teatro Alcalá, donde nunca había estado, el Nuevo Teatro Alcalá, pues no sabía que existía el Nuevo Teatro Alcalá ni, para el caso, el Viejo Teatro Alcalá, he ido a pocos teatros en Alcalá, calle, en Alcalá, pueblo, y en general, en la vida; y he ido a pocos shows de magia, concretamente a ninguno. Llovía.
Desde la butaca se veía el teatro redondo, alto, tecnológico. Había muchas pantallas de televisión. La gente se quitaba los abrigos y miraba la tele, en el teatro. Emitía sin cesar publicidad de la obra que íbamos a ver, lo que me pareció redundante, antierótico. El Mago Pop anunciaba el show del Mago Pop dentro del show del Mago Pop. Era publicidad profesional, tierna, Carmen Maura hacía de madre del Mago Pop, cuando entonces. Salía el niño Pop, luego Mago, haciendo magias cutres en Cataluña. De ahí pasó a Broadway, sin casi nada de por medio. Eso decía la publicidad, eso contaban, ese arco narrativo, los spots encadenados y vueltos a encadenar. Se repetía sin cesar la infancia mágica con magia, la madre Maura, Broadway y famosos en Broadway y récords de asistencia a sus espectáculos pop. Daban muchas ganas de ir a un espectáculo del Mago Pop estando ya en un espectáculo del Mago Pop.
100 euros valía. Como soy rico, me llevo a los niños a ver magias caras. ¿Es como el mago del camping?, me preguntó mi hija. Espero que no, contesté yo. El mago del camping era un señor que bajaba de Bilbao a hacer magia con cartas y espumillones, poco más. Era gracioso. Cuando no puedes hacer desaparecer una montaña, lo mejor es ser gracioso, por lo menos.
La gente era toda rica, en el Nuevo Teatro Alcalá. En Madrid hay muchos ricos, todos somos ricos en Madrid, cualquier espectáculo de más de 100 euros se agota, su aforo, en 24 horas. Si pones las entradas a 15 euros, no va nadie. Así es Madrid. Es imposible conseguir una entrada de 200 euros para nada. Vuelan.
Menudo tostonazo publicitario, en los prolegómenos del Mago Pop. Mareaba, tanta autopromoción. Daba incluso algo de pudor, ver que el Mago Pop se gustaba tantísimo a sí mismo. Se gustaba pero una cosa fenomenal. Era como leer la crítica de la película justo antes de verla, y que la firmara el director. Mi película es la rehostia. Y luego veías la película.
Empezó el show, finalmente. La gente más rica (abrigo estridente de Gucci, bolsito de lo mismo; molestando a los espectadores ya sentados en la fila 4) llegaba cinco minutos tarde. No quería dejar de decirlo. Hay que llegar tarde para ser rico en Madrid.
La magia empezaba con el Mago Pop apareciendo en una cabina elevada por poleas sobre nuestras cabezas. Iba a haber muchas cabinas y poleas en su espectáculo, era un poco el mismo truco siempre, muy aprovechado. Cabinas, gente dentro, desaparecen; o aparecen en la cabina de enfrente; o aparece una persona distinta a la que cubrimos con las paredes de tela de la cabina. Mis hijos me preguntaban si el mago iba a volar. Hombre, decía yo, con estos precios más le vale que vuele.
Todo se emitía por las teles, las pantallas del propio teatro. Esto estaba bien porque el mago hacía mucha magia con cartas y cosas pequeñas, adivinando números y cumpleaños y pidiendo relojes de pulsera a la gente. Lo hacía en el pasillo de al lado, no se veía nada, había que mirar mucho la tele para ver lo que hacía el mago en el teatro.
Me pareció, Antonio Díaz, un tipo muy majo, muy gracioso, con retranca y reflejos. Lo que más me gustó del Mago Pop fue el humor, así que tan distinto del mago del camping no sería. La magia en sí me daba igual. Pensé sobre esto.
Pensé por ejemplo que todos los trucos con público los explicaba un público cómplice, el quintacolumnismo mágico. Bastaba con que el espectador seleccionado fuera un compinche para poder adivinar su fecha de nacimiento y hacerle llevar calzoncillos rojos (me lo invento). Se tiraban sombreros, pelotas, cosas al público, para reforzar la realidad de que era un espectador aleatorio, paganini. Pero los trucos me impresionaban poco, aun así.
Luego pensé que el tipo volaba, hacía volar, hacía desaparecer cosas, iba todo marcha atrás en un momento dado. Así descrito, era impresionante. En directo, no me impresioné. He visto muchas películas con efectos especiales. Pensé que por ahí me daba igual la magia, era como ver lo de las películas, pero sin pantalla. No tenía yo mucha ilusión en mi corazón.
No digo que el show no fuera la hostia, “la rehostia”, según anticipaba la publicidad. Digo que yo no podía sorprenderme o fliparla, era como, bueno, es un mago, ¿qué va a hacer sino volar y esas cosas? A mis hijos tampoco les impresionó mucho el show, algo que me sorprendió. El pequeño quería irse, la mayor estaba más entregada, pero lo que más les gustaba eran los trucos pequeños, simples, táctiles, mientras que las cosas con poleas y aparataje (apareció un helicóptero en el escenario, por ejemplo) les daban un poco igual. Haces aparecer un puto helicóptero dentro de un teatro y a los niños les da igual. Los niños de hoy están echados a perder, han visto demasiadas películas de Harry Potter, tienes que hacer aparecer la Luna entera en el teatro para impresionarles. Y luego Júpiter.
En mi caso, seguí pensando. Quizá ya estoy mayor, acabado, y sólo veía a un señor majísimo, joven, millonario ejecutando un truco de magia. Eso podía ser interesante, el habitual “¿cómo lo hace?” de los adultos desencantados. Pero no pensaba en realidad en cómo lo hacía, sino en la profesionalidad, en que no se note el truco, en que no se note que hemos hecho el truco mil veces, en que la gente crea. Yo era como un inspector de hacienda de los trucos de la magia. Esa era toda mi pasión de espectador.
Hacia el final del show, vino otro anuncio, para comprar un cómic y otras cosas del Mago Pop a la salida. Esto tampoco me gustó, que me vendieran cosas en mitad del espectáculo. Me pareció que el Mago Pop quería venderlo todo, entradas, cómics, varitas, conejitos. Era un no parar de vendernos cosas.
Luego creo que a la gente hacen bien en cobrarla cien euros y doscientos euros y mil euros si es posible por cualquier cosa. Entonces siempre dicen que es buenísimo el show, el concierto, la cena, las vistas desde el hotel. Pagas mucho para no poder quejarte, porque quedarías como un imbécil.
El dinero hizo su magia. La gente salió muy contenta del Nuevo Teatro Alcalá. Si la gente sale contenta, no hay truco.
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