He tenido que dedicar un libro a una historia que el periodismo, mi profesión, se negó a contar. Y digo que se negó porque se escribieron muchas noticias falsas sobre esa historia, pese a que la verdad era fácil de ver. Era, de hecho, imposible no tropezarse con ella, pero los medios de comunicación se las ingeniaron para eludirla. El 28 de diciembre, día de los inocentes, es perfecto para contaros cómo escribí esto que parece mentira y es verdad.
Los autores eran un grupo de artistas y el tour un espejo de lo que los medios habían hecho con el caso de la violación. La web quedó desmentida en las primeras 72 horas, cuando los medios picaron. Y magia: de pronto la prensa mentía sobre una web que decía que la prensa mentía. Nada se corrigió.
¿Qué falló aquí? La misma prensa que la web estaba parodiando se negó a aceptar la derrota, y esto se convirtió en la derrota total, absoluta, del artista. ¿Recordáis el cuento del traje nuevo del emperador? Pues aquí tenemos un final alternativo, no apto para Netflix, donde el niño que señala la desnudez del monarca termina despedazado por sus perros de presa ante el silencio cómplice de los informadores.
Recuerdo, en aquellos días de 2019, conversaciones con compañeros de profesión a los que yo sugería que escribieran sobre el tema (yo ya lo había hecho). Les hablaba de la trayectoria del grupo de artistas cuyo líder estaba denunciado y vilipendiado, de la divertidísima bohemia de pillos que habían convertido el bulo en una forma de expresión artística, a la manera de los situacionistas, y de los fascinantes enredos que precedían al famoso tour, como meter curas y monjas en un acto de Podemos o fingir la existencia de una aplicación para que los abstencionistas pudieran vender su voto.
Las respuestas, “jeje, qué bueno, ya veremos”, eran lo único, y a cada hito del proceso judicial kafkiano que se desató alrededor del artista los mismos que decían defender la libertad de expresión con casos como los de Pablo Hasél, Valtònyc o los titiriteros daban la callada por respuesta.
En fin: la historia terminó con el artista condenado por algo que no había hecho en un juicio penal de gravedad superior a todos los demás relacionados con la libertad de expresión, en tanto que se lo condenaba por un artículo del Código que nada tiene que ver con los límites de la creación artística, sino por trato degradante.
Acto seguido, al creador lo despidieron de su trabajo en Greenpeace, donde llevaba ocho años currando, irónicamente, en campañas contra la ley mordaza y a favor de la libertad de expresión, y seguía sin pasar nada.
Llamó a todas las puertas de los supuestos activistas prolibertad de expresión y nadie pasó de mirar receloso por la mirilla. Le cerraron la puerta en Amnistía Internacional, en los periódicos progresistas. Las plumas que se afilaban por la persecución judicial a César Strawberry se volvían romas a su paso. Este hombre acababa de tener una hija, y lo había perdido todo. Pero ni siquiera el factor humano pesaba.
Había pasado un año y medio y la historia seguía sin contarse. Lo que nos lleva a este “así se hizo el libro”, y me cago en los anglicismos.
A este hombre devastado le abrí las puertas de la casa de mi suegra en el verano de 2021, en Rosas, provincia de Gerona. “Vente, hablamos unos días y escribo un libro, esta historia merece ser contada”, le dije. A mi suegra le expliqué que traía a su casa a un criminal convicto por haber mancillado el honor de la víctima de la manada y no puso reparos.
A ninguno le confesé la furia y la vergüenza, que eran los sentimientos hacia mi profesión, insertados en el centro de mi actividad como el motor que movía las riendas de la prosa. La rabia y la vergüenza no son buenas para escribir, pero determiné dejar la solución al malestar para más adelante.
La persona que vino a casa, Anónimo García, se había encontrado conmigo algunas veces en los años anteriores, siempre con más gente. Era famoso por engañar a la prensa y yo daba total credibilidad a sus palabras. ¿Me estaría engañando a mí? ¿Sería todo este asunto de la denuncia y la condena otro bulo mediático, el más ambicioso, conmigo de cabeza de turco? Un vistazo al ser humano que se apeó del tren en Figueras aquel verano me dio la respuesta: no era así.
Quien había sido delgado y pizpireto estaba ahora más gordo, deprimido, desanimado: era la viva imagen del desamparo. Estuvimos hablando en el coche de nuestros respectivos hijos, nacidos en la pandemia, y yo le pregunté qué esperaba sacar de todo esto y me respondió con desgana que no esperaba gran cosa. No tenía esperanzas de que un libro pudiera revertir la poderosa inercia de la mentira contra la verdad, el emborronamiento contra la claridad.
Yo tampoco las tenía todas conmigo.
Durante cinco días, sometí al psicoanálisis a Anónimo García. No bastaba con explicar su trayectoria de artista provocador, sino que hacía falta saber de dónde nace la personalidad provocadora, y cómo la provocación se convierte en un lenguaje que, expulsando a los complacientes, arriba a los insatisfechos. En pocas palabras, había que descubrir quién era este tío que se presenta con un alias, hasta qué punto el seudónimo había devorado a su anfitrión.
Hablamos por tanto de su infancia en Zaragoza, de sus padres, humildes trabajadores, y más tarde también de las acciones increíbles perpetradas por su grupo de acción contestataria artística, Homo Velamine, y del sentido de todo aquello. Poco a poco extraje la conclusión de que tenía entre las manos la historia de una buena persona injustamente masacrada por la pereza y la cobardía. La furia y la vergüenza fueron en aumento. Muy mala señal.
Para contar una historia hay que evitar el panfleto, que es la más abyecta de las formas de la poesía. Tras su visita, tocó ponerse a escribir con este material que te pringaba las manos de excrementos, y me di cuenta de que estaba demasiado contaminado por la identificación.
Proyectaba sobre mi personaje mis fobias y mis reivindicaciones, traicionaba con esto su imagen, y queriendo contar la verdad me alejaba de ella por el camino de la protesta y el solipsismo. Sometí a su corrección fragmentos enteros del texto y me di cuenta de que no lo estaba haciendo bien. Sufrí el puntillismo de su pasión por el rigor y enmendé lo que en mi manuscrito había de autocomplacencia.
Fue, en suma, un trabajo de meses, duro y desapacible, pero también divertido, porque el material estaba tan expuesto a la risa como a la desazón. Escribir la historia de un hombre vivo es más difícil que inventar personajes de ficción o escribir a los muertos muertos, puesto que los fantoches y los fallecidos no se quejan por tus trucos, ni te recriminan el ensañamiento.
Ahora se trataba de contar la verdad con las técnicas de la novela. De expulsar del libro cualquier gramo de ficción para contar una historia que cuesta creer, aunque sea cierta. Sobre lo escrito llovía el granizo de la corrección. Sobre las suposiciones, el desenmascaramiento. Avanzábamos.
Y se perfiló en el futuro, poco a poco, la publicación del libro. Le dije a Anónimo García que con eso terminaba su ostracismo. Pudimos constatar en las presentaciones públicas que esto era en parte así. Pero a día de hoy, descubro que la prensa más vociferante con la libertad de expresión sigue en silencio. La furia y la vergüenza se han aclimatado, sin embargo, gracias a vosotros: los lectores.
La libertad de expresión no existe. Las leyes pueden decir lo que quieran, pero es todo mentira. Muy poca gente dice lo que piensa, porque muy poca gente està dispuesta a pagar el precio. Me asombra que haya personas inteligentes y ya adultas que crean en estas mitologías del mundo moderno.
La libertad de expresión es que la ley no te prohíba decir lo que quieras. Que luego te calles por tener piel fina por la libre expresión de los demás es otro asunto.
¿Qué es tener la piel fina? ¿Que te arruinen el negocio por rotular en español o que pierdas un trabajo en la Universidad por recordar que el comunismo ha causado más víctimas que el nacional-socialismo?
Por supuesto me lo pillo y a leerlo con fruición.
Gracias.
¡Quién se iba a imaginar que en España quedaba todavía un periodista!
Dos apuntes para una posible segunda parte:
Parece un claro caso de justicia poética: ‘wokista’ (así los llaman ahora) devorado por la fiera ‘woke’ que estaba alimentando para que nos devorara a los demás.
Y luego está esa ‘víctima de la manada’ (así la llaman en los medios) que se convierte en verdugo de un inocente a sabiendas de que lo es. Tela marinera.
Ya sabemos que hay un periodista defendiendo al inocente. Ahora la pregunta sería: ¿pero en esta historia hay algún inocente?
Cuando niegas al diablo la protección de la Ley, el diablo te ahorcará con la cuerda que destinabas para él. ¿Qué esperaban?
El diablo te ahorcará de todas formas: ¡Es el diablo!
«Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante» Kapuscinski. Apuntaros esa y aplicarla en prácticamente todo. Y luego sigamos creyendo en la livertaz, igualdaz, justizia, demokrazia y demás palabras huecas…