Tras poco más de medio siglo indagando rutas de expresión a través del cuento, la poesía, la novela y el ensayo, el escritor Héctor Manjarrez (1945) acaba de ser galardonado con el Premio Excelencia de las Letras José Emilio Pacheco que otorgan la Universidad Autónoma de Yucatán y la asociación californiana UC-Mexicanistas, quienes reconocen “la riqueza innegable de su trayectoria, los rasgos innovadores de sus novelas y relatos, la singular intensidad de sus poemas y la gravitación de sus propuestas literarias en cada uno de sus libros”. Se trata sin duda de un autor que se ha hecho indispensable en el recorrido por la literatura mexicana actual, y cuya trilogía literaria, que inicia con el volumen de relatos No todos los hombres son románticos —obra que debe ser reconocida como una de las joyas del cuento moderno mexicano—, sigue con el poemario Canciones para los que se han separado, y concluye con la novela Pasaban en silencio nuestros dioses, es un ajuste de cuentas con los amores y los horrores de su tiempo y su entorno: la ciudad de México, el feminismo, la militancia, los cabarets, las drogas, las comunas, la sexualidad como verdadera vía de conocimiento y, como arcángel utópico que sobrevuela su pensamiento, el escritor José Revueltas. En efecto, en estos libros Manjarrez ha trazado sus propios senderos y formas de entender el trabajo literario, poniendo en un mismo plano lo épico, lo trágico, lo ridículo y lo personal, consciente de que la intensidad y la innovación son necesarias en todos los géneros siempre. Desde hace un año, el autor trata de terminar una novela sobre su estancia de un mes en la cárcel provincial de Burgos, en 1969, narración de la que hizo una primera versión hace 48 años. Dice que el reto es cómo hacer que una cárcel en Burgos interese a los lectores mexicanos del siglo XXI, aunque hay chicha, porque se trataba de una prisión con criminales de baja estofa y presos de ETA que estaban de paso y con dos de los cuales convivió, uno de ellos, Eduardo Uriarte (condenado a dos penas de muerte), que según ha confesado sigue siendo amigo suyo. Manjarrez es el séptimo autor en obtener el Premio José Emilio Pacheco, que han recibido el propio JEP, Elena Poniatowska, Fernando del Paso, Juan Villoro, Cristina Rivera Garza y David Huerta. Un elenco de lujo.
Dos meses apenas ha aguantado la grilla el escritor Mario Bellatín al frente del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Un conflicto de intereses con los creadores mexicanos le ha llevado a presentar su dimisión. La cuestión central es que el nuevo gobierno mexicano pretende cambiar unas instituciones que según los administradores gubernamentales recién llegados están “súper casposas” (sic), y para ello se han propuesto “moldear esas instituciones, resultados, programas y políticas públicas para que puedan alcanzar a todos los mexicanos”. Los nuevos funcionarios culturales dicen que es momento de “actualizar y mejorar” los procedimientos de selección de creadores, que a través de los programas del Fonca reciben unas muy preciadas ayudas económicas, y hacer frente a nuevos retos y necesidades de la comunidad artística “de una manera más democrática e incluyente, sin arbitrariedades ni compadrazgos”, como al parecer sucedía desde que hace 25 años comenzaron a otorgarse estas subvenciones. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística de México, de los aproximadamente 2,2 millones de personas dedicadas al arte en todo el país, el Sistema Nacional de Creadores ha otorgado recursos a mil 597 artistas, algunos de los cuales obtuvieron el beneficio hasta por 21 años, en tanto que 243 artistas obtuvieron un estímulo de entre cuatro y seis millones de pesos (entre 170 mil y 255 mil euros) por persona; que algunos beneficiados por el Fonca recibieron hasta 25 tipos de estímulos en diferentes convocatorias y temporalidades, y que cinco grupos escénicos obtuvieron recursos hasta por 14 años. Y rematan que el Fonca ha generado círculos viciosos con dinámicas de parcialidad entre jurados, tutores y beneficiarios. El remedio, dicen, es “democratizar los procesos, flexibilizar la temporalidad del beneficio según las características del proyecto, integrar la retribución social como parte sustantiva del proyecto y replantear el modelo de tutorías y optimizar”. Pero al parecer lo que no les perdonan a los nuevos funcionarios es que digan que hay que hacer un esfuerzo de descentralización, porque “muchos de los apoyos se agotan en la (colonia) Condesa”, barrio conocido por su fama de culturoso. Y con esta perla los artistas se han sentido más que ofendidos, lanzando una sonora rechifla a las autoridades, y argumentan por contra que no se valore que “la comunidad artística, desde hace mucho, descentraliza y democratiza los recursos”, al tiempo que lamentan el señalamiento de que la estructura del Fonca “esté casposa, defectuosa y que gran parte de los recursos se quede en la Condesa”. Los artistas más enfadados aseguran que el problema no es el Fonca, sino la falta de un plan de trabajo, de becas y de presupuesto, y acusan que hay un caos enorme en la Secretaría de Cultura, la cual, por ejemplo, aún no dice a los beneficiados de este año quiénes serán sus tutores y no ofrece información sobre dónde están los recursos no utilizados ni han dado señales de qué harán con la propuesta de una Ley de Mecenazgo y muchas otras que se hicieron en unas mesas de trabajo organizadas por la propia Secretaría de Cultura y que al parecer están en el aire, lo que ha sembrado la ira y el desconcierto en parte de la comunidad cultural. Este es el pollito que se tendrá que comer la sustituta de Bellatín, la filóloga Marina Núñez. Buen provecho.
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